ESOS ojos salvajes recorrían su cuerpo, esculpiendo cada enredo de su cabello, el brillo en sus ojos, la arruga en su pijama, y él extendió la mano para tocarla. Pero instintivamente, Stella se echó atrás y terminó cayendo de la cama al suelo con un fuerte golpe.
—¡Ay! —Ella siseó y se agarró la cabeza con una expresión de dolor en su rostro.
—¿Te das cuenta de que no te haría daño, especialmente cuando estás enferma? Eso es tonto —su mirada se movió, siguiendo la alta silueta del hombre mientras se acercaba a ella. La agarró por las axilas y la levantó del suelo con facilidad—. La próxima vez podrías romperte la cabeza —la sentó en la cama sobre sus rodillas y tomó asiento justo frente a ella.