Disculpa

—Realmente vas a lamentar hablarme de esa manera. Me estás haciendo odiarte más de lo que ya lo hago —Diego se hundió más en su garganta antes de dar un paso atrás y soltarlo.

—No me importa si me odias o no. El sentimiento es mutuo —alzó la cabeza para ver al hombre alejándose de él y, aún más irritado por esto, lo persiguió y se plantó frente a él, bloqueándole el camino—. Escucha, mocoso, si tú y yo vamos a vivir en esta casa, hay reglas que establecer, ¿entendido?

—¿Y quién las va a establecer? ¿Tú? ¿Qué eres, mi madre? ¿Parezco un niño al que puedes ordenar sólo porque te apetece? —Diego siguió caminando hacia adelante, intimidándolo, mientras el hombre retrocedía, manteniendo aún esa mirada imperturbable en su rostro—. Si estás harto de vivir aquí, la puerta está abierta, márchate.