Esme permaneció en silencio, desconcertada por el intercambio que tenía lugar. Descansaba en el borde de piedra de la piscina, intercambiando una mirada con Altea que parecía querer decir algo, pero Revana habló primero, su voz fría e imperturbable.
—Y sin embargo, aquí estás —dijo Revana con serenidad, recostándose contra el borde, su mirada fija en la copa de vino de cristal que sostenía—. Tal vez han dejado que se relajen más cosas que solo los estándares.
—Es realmente sorprendente, es lo que queríamos decir —dijo Naya, fingiendo reflexión—, que alguien como tú incluso sepa cómo relajarse en un lugar como este. Después de todo, crecer en circunstancias tan desafortunadas debe hacer que el lujo te parezca ajeno.
Esme sintió el insulto como un latigazo, y no estaba dirigido solo a Revana, sino que también golpeó a Altea. Había asumido que personas tan inútiles solo existían en Iliria, pero parecía que brotaban en todas partes como malas hierbas.