La mirada de Irwin se demoró en las uñas afiladas como garras que tamborileaban un ritmo pausado contra la madera pulida de su mesa.
Los toques deliberados llenaban el silencio como una cuenta atrás lenta, y cada uno era un claro recordatorio de la presencia ante él.
Al fin, sus cansados ojos se levantaron, siguiendo la longitud de las pálidas manos del intruso, hasta un rostro inquietantemente familiar— idéntico incluso, al de Zephyr. Los mismos ojos impactantes, las mismas facciones cinceladas. Y aun así, mientras que el verdadero Zephyr mostraba signos de envejecimiento, esta versión se mantenía intacta al paso del tiempo, preservada en una forma inmortal imperecedera, sin una sola marca en él. Parecía humano, pero eso era suficiente para decir la cantidad de poder que tenía que haber adquirido para retener su forma humana. Su aura, por otro lado, era mucho más amenazante.