El comienzo de la estación lluviosa en la Capital Imperial armonizaba inquietantemente con el ambiente sombrío que había envuelto a la ciudad tras el horroroso Festival de la Cosecha.
Rumores se arremolinaban, atribuyendo significado a la sincronía del ataque de los monstruos y el inicio de las lluvias. Algunos lo consideraban un suceso providencial, limpiando las calles de las sombrías secuelas dejadas por los estragos del festival. Otros, sin embargo, se aferraban a una convicción diferente. Veían la lluvia como un mensaje de la difunta Santa, su gesto etéreo para asegurar al Imperio de Rische que su vigilancia continuaba, sus lágrimas mezclándose con el aguacero, llorando la pérdida innecesaria de vidas.
La tragedia, despertada por los impredecibles y terroríficos eventos, mantenía al entero Imperio de Rische en una suspensión letárgica mientras lloraba la muerte de aquellas almas desafortunadas que perdieron la vida ya sea por pánico o el ataque de las bestias mágicas.