La voz baja de Raven resonaba en la habitación, sus dedos desabrochaban hábilmente los botones de su vestido.
—¿De verdad que no? —murmuró.
Los labios de Serafina se sellaron, su rostro escondido detrás de un velo de cabello plateado, ardiendo en rojo debajo.
Él buscó sus ojos, la idea de ellos hacía que su corazón palpitara. Inclinando su barbilla, la besó profundamente.
Mientras su vestido se deslizaba hacia abajo, revelando un delicado bustier, sus labios recorrieron su cuello y hombros, saboreando la suavidad de sus curvas.
—Es tu última oportunidad —susurró.
Serafina permaneció en silencio, su mente girando entre confusión y deseo.
—¿No lo haremos, mi esposa? —preguntó él.
Ella no podía creer que le permitiera calentarla de esta manera. No había misericordia más cruel que esta. Sus manos continuaron su exploración, negándose a dejar que el calor se disipara.
«...Esto es tan doloroso», pensó, sintiendo debilitarse su resolución.