—Maestro, ¡no puede entrar ahí! ¡Es peligroso para la madre y el bebé si entra! —una de las sirvientas gritó, prácticamente arrojándose frente a él.
Los pies de Cuervo se congelaron. ¿Peligroso? ¿Para ambos? Apretó los puños, tratando de controlar sus emociones. Pero otro grito resonó detrás de la puerta, y sintió como si alguien le hubiera golpeado el estómago.
—¿Está bien? —Su voz se quebró, traicionando su fachada de calma.
—Es normal, Su Gracia, —la partera le aseguró a través de la puerta—. Solo es parte del proceso. Debe ser paciente.
¿Paciente? Cuervo nunca se había sentido menos paciente en su vida. Cada grito, cada sonido de la habitación, sentía que le drenaba la sangre de las venas. Caminaba de un lado a otro, tratando de mantenerse firme.
—¿Todavía no nace el bebé? —preguntó a uno de los sirvientes que acababa de salir.
—Por ahora no, Duque. Los primeros nacimientos toman tiempo, —el sirviente intentó sonar reconfortante, pero no ayudó. Ni un poco.