—Ignis, despierta.
Mi cabeza dolía como si mil martillos golpearan al mismo tiempo, y mi cuerpo se sentía pesado, inútil. Las palabras que oía parecían un eco distante, vacío de significado. La confusión era abrumadora, más fuerte que cualquiera de las crudas monumentales que había experimentado tras noches de fiesta descontrolada.
—Oh, vamos, Igniscito, no es posible que aguantes tan poco.
El tono burlón perforó la bruma de mi mente, y la irritación comenzó a sustituir lentamente la confusión. Reconocía esa voz, maldita sea. Ese tono sarcástico y venenoso era inconfundible.
—¡Cállate, Laplace! —gruñí con dificultad, aunque el sonido de mi voz apenas era más que un murmullo.
—Revives unos recuerdos amargos y te desplomas, qué patético. A veces pienso que Nox habría sido un mejor portador. El niño era más compatible, pero tú, como con todo en tu vida, lo arruinaste y lo mandaste al infierno.
El veneno en sus palabras se derramaba como si disfrutara con cada sílaba. Me hervía la sangre. Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquearlo, concentrarme, pero algo no estaba bien. Este no era un encuentro como los anteriores. Tenía el control de mi cuerpo, o eso creía. Entonces, ¿por qué sus palabras resonaban tan claramente?
—¿Problemas con tu mente? —continuó Laplace con una risa amarga—. Parece ser que tu nueva amiga, la gitana sexy, por fin recapacitó y me dio la oportunidad de matarte.
—¿De qué hablas? —pregunté, obligándome a abrir los ojos y enderezarme.
La vista ante mí no tenía sentido. No estaba en la carpa de Luna ni en el orfanato con Nox. Estaba en un espacio negro, interminable, que me recordaba al lugar donde había luchado con Lira. Me levanté tambaleante, buscando respuestas.
—¡Atrás de ti, Ignis!
Me giré rápidamente, con el corazón martillando en mi pecho, pero lo que vi me dejó sin aliento. Era como mirarme en un espejo, pero algo estaba profundamente mal. Los ojos de esa versión de mí brillaban con una luz maligna, y la sonrisa torcida en su rostro era todo menos humana.
—¡Increíble, ¿no? —se burló la figura—. Aunque no te emociones mucho. En realidad, no eres tan guapo como para que yo escoja voluntariamente usar tu cuerpo. Supongo que la estúpida gitana no pudo devolverme toda mi grandeza.
La risa resonó, una carcajada que me llenó de ira. Apreté los puños, sintiendo el calor subir por mis brazos. Sabía que esto era una trampa, otra forma de Laplace de jugar conmigo, pero esta vez no iba a permitirlo.
—¡Cállate de una vez! —grité, dejando que mi rabia tomara el control.
—¡Oh, por fin! ¿Te volviste loco? —se burló Laplace, su sonrisa maligna ampliándose. Luego, ladeó la cabeza con curiosidad—. Aunque debo admitir que finalmente podré cumplir mi sueño de partirte el trasero. Y esta vez, Ignis, no tienes a nadie que te salve.
La sombra que era mi reflejo avanzó hacia mí con lentitud, como un depredador disfrutando de su presa. Intenté reunir mis fuerzas, invocar cualquier poder que pudiera ayudarme, pero nada funcionaba. Era como si estuviera atrapado en un sueño donde cada movimiento requería un esfuerzo sobrehumano.
—¿Qué te pasa, Ignis? ¿Dónde está ese fuego tuyo? —se mofó la figura, deteniéndose a unos pasos de mí.
—Esto es… solo otra de tus trampas —escupí, aunque mi voz temblaba.
—Trampa, realidad, pesadilla… Llámalo como quieras. Pero esta vez no tienes a Aria, ni a Luna, ni siquiera al miserable de Nox. Estamos tú y yo, y sabes perfectamente cómo terminará esto.
Sin previo aviso, la figura se lanzó hacia mí. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que su puño se estrellara contra mi costado, lanzándome hacia atrás. El impacto fue brutal, y sentí como si me hubieran atropellado. A pesar del dolor, me levanté tambaleante, limpiando un hilo de sangre que corría por la comisura de mis labios.
—Eso fue todo, ¿Ignis? Pensé que serías más divertido. —Laplace me miraba con desdén, mientras sus manos brillaban con una energía oscura.
—¡Cierra la boca! —gruñí, y con un grito de rabia, cargué contra él.
Mis puños volaron con fuerza, pero Laplace esquivó cada golpe con facilidad, como si anticipara mis movimientos. Finalmente, logré conectarle un puñetazo en el rostro, lo que lo hizo retroceder unos pasos. Aproveché el momento para invocar una llama que brilló intensamente en mi mano derecha.
—Así se hace, Ignis. Por fin algo de acción. —Su sonrisa torcida no se borró, incluso cuando lancé la bola de fuego hacia él. La esfera impactó de lleno, explotando en un estallido de luz y calor.
Cuando el humo se disipó, Laplace seguía de pie, aunque su figura mostraba señales de daño. Su mirada maligna se volvió más intensa.
—No está mal, pero necesitarás mucho más que eso para derrotarme. —Con un movimiento rápido, desató una ola de energía oscura que me alcanzó antes de que pudiera reaccionar, arrojándome al suelo.
—¿Eso es todo lo que tienes? —me burlé, incorporándome con dificultad. Sentía que mis fuerzas menguaban, pero no iba a rendirme. Este era mi cuerpo, y no pensaba dejar que Laplace lo controlara.
—Entonces déjame mostrarte lo que realmente puedo hacer. —La figura avanzó con rapidez, y el aire se llenó de chispas mientras nuestras energías chocaban.
El siguiente intercambio fue una tormenta de golpes y ataques. Cada movimiento era un choque entre energías opuestas, como fuego y hielo tratando de consumir al otro. Ambos estábamos heridos, jadeando, pero ninguno cedía.
Finalmente, en un movimiento desesperado, reuní todo el poder que me quedaba. Una llama dorada brotó de mis manos, envolviéndome por completo. Laplace dio un paso atrás, sorprendido.
—Esto es mío, Laplace —dije con voz firme—. No te pertenece.
Antes de que pudiera reaccionar, lancé toda la energía contra él. El destello fue cegador. Cuando la luz se desvaneció, el espacio negro había desaparecido.
Estaba de pie, solo, en el silencio absoluto