La Marca del Sello

**POV Aria** 

—¡Ignis, espera! 

Las ramas me rasguñaban los brazos mientras lo perseguía, esquivando raíces y piedras en la oscuridad. La luna apenas iluminaba el bosque, filtrándose entre las copas de los árboles como hilos de plata. Pero no necesitaba verla para saber que algo andaba mal. Mi respiración se entrecortaba, y el corazón me latía con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho. 

Ignis corría delante de mí, su figura apenas visible entre las sombras. Llevaba horas actuando de manera extraña, como si llevara un peso invisible sobre los hombros. Desde que llegamos a la caravana gitana, algo en él había cambiado. Algo que no podía—o no quería—explicar. 

Mi mente no dejaba de hacer preguntas. ¿Por qué actuaba así? ¿Qué lo estaba empujando a alejarse de mí? Siempre habíamos trabajado juntos, siempre habíamos seguido los encargos del Éxodo sin cuestionarlos demasiado. Pero esta vez… 

Esta vez era diferente. 

Ignis no estaba huyendo por dinero ni por un impulso egoísta. No. Había algo más, algo que lo estaba carcomiendo desde dentro. Algo que no podía compartir conmigo. 

Y lo peor… 

No confiaba en mí. 

—¡Ignis, qué rayos está pasando! ¡Qué te está pasando! 

Por fin, detuvo su paso. 

Vi sus hombros tensarse y sus puños apretarse con tanta fuerza que los nudillos le palidecieron. Cuando se giró, me preparé para enfrentar su furia… pero lo que vi en su rostro no fue enojo. 

Fue dolor. 

—Lo siento, Aria —dijo en voz baja, casi un susurro—. Necesito hacer esto solo. 

—¿Hacer qué? ¡No me has dicho nada! Solo te separas, sigues a la gitana y ahora te dispones a ir a quién sabe dónde… 

—Maté a mi hermano. 

La frase golpeó como un puñetazo en el pecho. 

Nox. 

Había escuchado su nombre antes, envuelto en murmullos y secretos. Pero… ¿muerto? 

Antes de que pudiera decir algo, un estruendo sacudió el bosque. 

**PUM.** 

Una explosión lejana iluminó el cielo por un instante, proyectando sombras temblorosas entre los árboles. El eco resonó en mis oídos, seguido de un silencio inquietante que pareció absorber todo el aire a mi alrededor. 

—Ignis… 

—Sí, lo sentí. 

El aire cambió de golpe. 

Era una presión invisible, como si algo hubiera desgarrado la realidad misma. Mi piel se erizó y, por puro instinto, intenté invocar mi energía divina… pero apenas chisporroteó, débil, como una vela en medio de un vendaval. 

—La caravana… —murmuré, sintiendo el peso de la verdad aplastándome. 

Ignis se giró hacia mí, sus ojos llenos de determinación. 

Sabíamos lo que significaba esto. 

—Es el sello. 

—¿Qué sello? 

No había tiempo para explicaciones. 

—Te lo diré en el camino. ¡Corre! 

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**POV Ignis** 

Corrimos sin mirar atrás. 

Los árboles pasaban como manchas en la oscuridad, el rugido del fuego haciéndose más fuerte con cada zancada. Mis piernas ardían, pero no podía detenerme. No ahora. 

La imagen de Nox seguía en mi mente, como una sombra que no podía sacudirme. Su rostro, su voz, su mirada llena de desprecio… todo volvía a mí en oleadas. Había jurado no volver a pensar en él, pero ahora, con su muerte sobre mis hombros, no podía evitarlo. 

Y luego estaba Aria. 

Ella no entendía. No podía entender. Yo no quería que lo hiciera. Esto era algo que tenía que enfrentar solo. 

Pero no podía dejarla atrás. 

No esta vez. 

Y entonces, la caravana apareció ante nosotros. 

O, mejor dicho, lo que quedaba de ella. 

Las tiendas estaban reducidas a cenizas, los vestigios de una batalla se mostraban en el terreno, y los cuerpos de los gitanos yacían dispersos como muñecos rotos. Pero nada de eso era lo peor. 

Lo peor era la cosa en el centro del campamento. 

No sé cómo describirla. 

No tenía una forma definida. Era como si la luz se doblara a su alrededor, creando una figura que parpadeaba entre la solidez y el vacío. No tenía rostro, no tenía ojos, pero sabía que me estaba mirando. 

Sabía que me conocía. 

Un escalofrío me recorrió la columna. 

—Ignis… ¿qué es eso? —susurró Aria. 

—No lo sé. 

El aire vibró. 

No hubo advertencia. No hubo tiempo para reaccionar. 

La cosa se movió. 

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**POV Aria** 

No la vi moverse. 

Solo sentí la onda expansiva. 

Un segundo estaba de pie, el siguiente mi cuerpo salía disparado hacia atrás. Rodé por el suelo, sintiendo el impacto sacudirme hasta los huesos. 

—¡Ignis! —grité, buscando a mi compañero. 

Lo encontré en el suelo, un par de metros más adelante. 

Pero antes de que pudiera correr hacia él, la presión en el aire volvió a aumentar. 

Como un peso invisible presionando mi pecho, hundiéndome en el suelo. 

Era como si la misma existencia de esa cosa estuviera alterando la realidad. 

Ignis se levantó, tambaleándose. Pero en lugar de retroceder, avanzó hacia ella. 

Sin miedo. 

Sin vacilar. 

—¿Así que tú eres el maldito problema? —murmuró, sacudiéndose el polvo. 

Se agrietó los nudillos. 

No sacó un arma. 

No invocó un hechizo. 

Solo alzó los puños. 

Y cargó contra la criatura. 

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**POV Ignis** 

No pensaba. 

Solo me movía. 

Esquivé un golpe que no vi venir, sintiendo el aire vibrar cuando la cosa pasó junto a mí. Mis reflejos hicieron el trabajo antes de que mi mente pudiera alcanzarlos. 

Giré sobre mis talones y lancé un puñetazo directo a lo que parecía su torso. 

Impacté algo sólido. 

El choque resonó en mis huesos. 

La criatura se tambaleó. 

—Vaya, así que sí sientes… —murmuré, sacudiendo la mano. 

Pero no tuve tiempo de más. 

El contraataque vino en un instante. 

Me lanzó una embestida directa. 

Rodé a un lado. 

Su brazo—si es que era un brazo—se clavó en el suelo, haciendo que la tierra temblara. 

Me impulsé con el pie y le conecté otro golpe. 

Esta vez, con toda mi fuerza. 

No me importaba qué demonios fuera. 

No me importaba de dónde había salido. 

Lo único que importaba era una cosa. 

No iba a dejar que ganara. 

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**POV Aria** 

Ignis estaba peleando con sus puños. 

Contra… lo que fuera que era esa cosa. 

Cada golpe que lanzaba hacía que la criatura parpadeara entre la solidez y la nada. 

Pero algo no estaba bien. 

El aire a su alrededor se estaba distorsionando. 

Las llamas de la caravana temblaban, como si el fuego mismo tuviera miedo. 

Y entonces, lo vi. 

Los ojos de Ignis. 

No estaban como siempre. 

Había algo más allí. 

Algo dormido. 

Algo que estaba despertando. 

—¡Ignis, basta! —grité. 

Pero él no me escuchó. 

O tal vez, ya no podía escucharme. 

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**POV Ignis** 

No sé cuánto tiempo llevaba peleando. 

Mis puños sangraban, mis músculos ardían, pero no podía detenerme. 

La criatura parecía no tener fin. 

Cada vez que la golpeaba, se tambaleaba, pero nunca caía. 

Y entonces, lo sentí. 

Algo dentro de mí se rompió. 

Como si una cadena que no sabía que existía se hubiera soltado. 

Mis ojos ardían. 

Mi cuerpo temblaba. 

Y en

tonces, lo vi. 

El sello. 

No en la criatura. 

En mí. 

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**POV Aria** 

Lo vi. 

El poder

Desatado y opresivo, como una cadena rota

Y entonces, entendí. 

No era solo la criatura. 

Era él. 

Era Laplace 

Y estaba despertando.