El Desafío de la Gitana

Capítulo 49: El Desafío de la Gitana

Pov Aria

Me agaché justo a tiempo para esquivar el látigo de Luna. Sentí cómo el aire cortante de su ataque rozaba mi nuca, un frío punzante que amenazaba con paralizarme. Pero no podía ceder al miedo. Con un movimiento instintivo, alcé una barrera de energía que chispeaba a mi alrededor, ganando unos preciados segundos para reagruparme.

—Bien hecho, jovencita, pero eso no será suficiente —murmuró Luna, con una voz serena y autoritaria. Extendió la mano hacia el suelo y, al instante, gruesas raíces emergieron de la tierra del bosque, intentando enredar mis tobillos. Recordé con rapidez las técnicas que me enseñaron: concentré mi mente y materialicé espadas de energía que cortaron esas enredaderas, disipando su embestida.

El bosque, denso y en penumbra, vibraba con la energía del combate. Luna se movía con la agilidad de quien conoce cada secreto de este entorno ancestral. Cada golpe suyo, acompañado de un eco de magia oscura, era un recordatorio de su poder. Mientras las sombras danzaban entre los árboles, ella se desvaneció momentáneamente tras un velo de humo, como si la misma oscuridad la protegiera.

Sin embargo, no tardó en reaparecer. Una voz aguda y decidida retumbó en el silencio del bosque:

—¡Atrás de ti!

Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal, potenciado por runas que brillaban en su piel, me impactó en el costado. El mundo pareció detenerse en un instante: sentí mi cuerpo elevarse, lanzado por los aires, mientras el frío del bosque se mezclaba con el dolor. Me estrellé contra un robusto tronco, y por un breve momento, la desesperación asomó en mi mente.

Pero la lucha debía continuar. Con gran esfuerzo, logré activar la conexión con el santuario cercano, que se alzaba en la linde del bosque, recordándome que la fuente de mi poder siempre estaba a mi alcance. Esa energía fluyó por mis venas, permitiéndome ignorar la agonía y levantarme de nuevo. Luna reapareció casi instantáneamente, como si la penumbra misma se hubiese materializado a su favor. Con una patada demoledora, me impactó en el estómago, haciendo vibrar la tierra bajo mis pies y partiendo el tronco que había absorbido mi choque.

El impacto me dejó sin aliento, pero no sin determinación. A pesar de la embestida, me incorporé con dificultad y, con movimientos precisos, tracé las runas que Luna me había enseñado. La energía del santuario, aunque distante, se hizo sentir, inyectándome fuerza y permitiéndome canalizar poder a pesar del entorno salvaje. La luz se reflejaba en mi piel y mi cabello se erizó, adquiriendo destellos morados que parecían encenderse en la penumbra del bosque.

—¡Okey, basta de juegos! ¡Muéstrame lo que tienes, Aria! —exclamó Luna, su voz retumbando entre los árboles mientras sus ojos destellaban una mezcla de desafío y orgullo.

Entre jadeos y con el dolor como compañero, respondí con un tono cargado de ironía:

—Mierda, con ese golpe dudo que seas una anciana —dije, dejando entrever mi determinación, a pesar de la fatiga.

Decidida a no quedar en desventaja, tracé de nuevo las runas en el aire, esta vez aprovechando el resplandor de la luz del santuario que se colaba entre las ramas del bosque. El flujo de energía me permitió canalizar mi poder a larga distancia, y sentí como mi cuerpo se transformaba en un receptáculo de fuerza y voluntad. Con cada símbolo que dibujaba, la energía fluía de manera casi tangible, envolviéndome en un aura vibrante.

—¡Te voy a partir el trasero, ancianita! —grité con un tono desafiante, lanzándome hacia Luna con la fuerza de mi nueva forma.

Luna se rió, una risa que resonó en el eco del bosque, y respondió con frialdad:

—Te falta mucho por aprender, jovencita.

No hubo tiempo para más intercambios. Me abalancé con determinación, haciendo que mi energía se concentrara en discos brillantes que lancé en su dirección. Cada uno de ellos era una explosión de mi ira y esperanza, proyectados hacia la figura etérea de Luna. Pero, ágil como siempre, ella trazó runas con sus dedos, desatando ráfagas de magia oscura que contrarrestaron mis ataques. Los discos explotaron en el aire antes de llegar a ella, y el ambiente se enfrió de forma abrupta, como si la misma naturaleza del bosque quisiera detener el avance de la luz.

En ese instante, Luna invocó una ventisca. El frío intenso se extendió, y a través de mi barrera de energía, sentí cómo mis piernas empezaban a congelarse, paralizándome temporalmente. La sensación era tan penetrante que casi pude oír el crujir del hielo bajo el peso de mi cuerpo. Aprovechando mi vulnerabilidad, Luna corrió hacia mí y blandió su látigo, dirigiéndolo directamente a mi rostro. Apenas logré erigir una barrera que amortiguara el impacto, sintiendo el golpe resonar en mi cráneo.

La rabia y la determinación se entrelazaban en mi interior. Con la mente centrada en la conexión que el santuario me ofrecía, concentré mi energía para romper el hielo que aprisionaba mis piernas. La fuerza acumulada me devolvió el movimiento, permitiéndome esquivar el siguiente ataque con rapidez. Con un grito que mezclaba furia y esperanza, lancé un ataque renovado, impulsado por la energía vital que se había reavivado en mí. Mi golpe impactó con tal fuerza que Luna fue lanzada hacia atrás, chocando contra un grupo de árboles que crujieron ante el impacto.

El estruendo del choque se mezcló con el susurro del viento en las copas de los árboles. Por un breve instante, el silencio se hizo en el claro del bosque, como si la naturaleza contuviera la respiración ante el clímax del enfrentamiento. Pero la calma fue efímera: Luna se reincorporó con una agilidad casi sobrenatural, su mirada fija en la mía y llena de un desafío inquebrantable.

—Ya estás en ello, Aria —murmuró con un dejo de reconocimiento—. Pero recuerda: en este juego, la verdadera batalla se libra dentro de ti misma.

Sus palabras resonaron en mi mente mientras la lucha continuaba. Cada intercambio era una danza letal entre luces y sombras. Nuestros ataques se entrelazaban en un torbellino de energía, y el bosque se convertía en un escenario mudo, testigo de una contienda que iba más allá de la mera fuerza física. La energía que fluía a mi alrededor era una extensión de mi propia alma, un reflejo de cada lucha interna, de cada cicatriz que llevaba en el corazón.

El combate se transformó en una sucesión de momentos intensos. Mis discos de energía, impulsados por la furia acumulada, se lanzaron de nuevo, pero Luna, con una precisión asombrosa, los desvió uno a uno, sus runas brillando con un resplandor oscuro que contrastaba con mi luz. Una de esas runas, liberada de sus dedos, se dirigió hacia mí con una velocidad letal. Apenas tuve tiempo de erigir otra barrera; el impacto sacudió mi concentración, haciendo temblar mi defensa y desafiando mi voluntad.

Mientras tanto, el ambiente en el bosque se impregnaba de un aura casi sobrenatural. Las hojas crujían bajo el peso de la tensión, y el murmullo del viento parecía recitar antiguos cánticos olvidados. El poder del santuario, aunque no presente en el lugar exacto, se sentía en cada rincón del bosque: era una fuerza latente, una promesa de redención y de lucha contra la oscuridad.

Con el combate alcanzando un clímax, Luna detuvo sus movimientos por un breve instante. En ese parpadeo de tiempo, pude ver reflejados en sus ojos fragmentos de mi propio pasado: momentos de duda, de miedo y de esperanza. Esa mirada me recordó que la batalla no era solo externa, sino también interna, una lucha por reconciliar lo que había perdido con lo que aún podía alcanzar.

Con un grito de desafío, concentré toda la energía que el bosque y el santuario cercano me ofrecían. Sentí cómo cada runa, cada símbolo aprendido en horas de entrenamiento, se iluminaba en mi interior. Mi cabello se transformó, adquiriendo destellos aún más intensos de un fuego morado, y mi energía se convirtió en una corriente imparable. En ese instante, mi voluntad se solidificó en un arma de luz pura.

—¡Esta es la cúspide de mi entrenamiento! —grité, mientras la energía se acumulaba en mis manos en forma de una Lanza de energía vibrante. Con un gesto decidido, lancé ese proyectil, que surcó el aire con una velocidad inhumana. El disparo se abrió paso entre la oscuridad, iluminando momentáneamente el claro del bosque con un resplandor morado que parecía desafiar a la noche.

La lanza impactó contra la barrera defensiva de Luna, generando una explosión que hizo vibrar la tierra y estremeció el mismo bosque. Las raíces se agitaron, y el eco del golpe resonó en la distancia, como un anuncio de que la contienda había alcanzado un nuevo nivel. Durante unos instantes, el silencio reinó en medio del caos, y solo el latido de mi corazón marcaba el ritmo de la lucha.

Cuando la luz se disipó, Luna yacía a pocos metros, envuelta en una aurora de energía fluctuante. Pero la victoria no era definitiva. Con un movimiento ágil, Luna se reincorporó, sus ojos destilando tanto determinación como la promesa de revancha.

—Has demostrado una gran fuerza, Aria —dijo con voz ronca, mientras se limpiaba el sudor y la magia residual de la cara—. Pero aún te queda mucho por aprender si quieres dominar la oscuridad que llevas dentro.

Sus palabras, a pesar de la crudeza, encendieron en mí una llama de desafío que no podía apagarse. En ese preciso instante, el bosque entero pareció reaccionar a nuestro enfrentamiento: el murmullo del viento se intensificó y las sombras danzaron a nuestro alrededor, recordándome que esta lucha tenía implicaciones más allá de lo físico.

Con el entorno vibrando de energía, retomamos el combate. Esta vez, mis ataques se hicieron más fluidos y precisos; cada movimiento era una respuesta a cada golpe recibido. Mis discos de energía se lanzaban en rápida sucesión, girando con la intensidad de un torbellino. Luna, por su parte, trazaba símbolos en el aire con una destreza casi mística, liberando ráfagas de energía oscura que se mezclaban con la mía en un choque espectacular.

El duelo se prolongó en una secuencia casi interminable de intercambios. En un momento, sentí que el bosque entero era nuestro campo de batalla, donde cada árbol, cada hoja, era testigo del conflicto. Las energías se entrelazaban en un ballet caótico, en el que el ritmo del combate marcaba el compás de una guerra interna y externa. La lucha era brutal, y cada impacto resonaba en mi alma, recordándome que no se trataba solo de vencer a Luna, sino de enfrentar mis propios miedos y debilidades.

El tiempo pareció dilatarse. Las ráfagas de energía, los destellos de luz y las sombras que se alzaban en el aire creaban un espectáculo visual sobrecogedor, en el que cada segundo se estiraba hasta convertirse en una eternidad. En un arranque de determinación, lancé un último ataque que concentró todo mi poder: una esfera de luz morada, intensa y vibrante, cargada con la fuerza de mis esperanzas y el peso de mis cicatrices.