Capítulo 50: Eclipse solar
Pov Luna
La penumbra del crepúsculo se extendía sobre el campo de entrenamiento, un claro en medio de ruinas antiguas donde el tiempo parecía haberse detenido. El aire, denso y cargado de la esencia de viejos hechizos, vibraba con la energía de lo que estaba a punto de suceder. En ese lugar olvidado por la historia, donde las sombras y la luz se entrelazaban en un eterno baile, mi mirada se posó en Aria.
La joven Aria rebosaba una energía impresionante. Su rostro, surcado por finas líneas de esfuerzo, brillaba con el sudor que testificaba su dedicación y disciplina. Cada gota parecía encender en su piel destellos iridiscentes, mientras sus manos, extendidas y decididas, se iluminaban con un fulgor propio. Una esfera de luz morada intensa se formaba en ellas, creciendo en tamaño y velocidad, aproximándose a mí como si tuviera vida propia.—¡Peligro! —resonó en mi mente, una única palabra que, pese a lo cotidiano del entrenamiento, me hizo recordar la gravedad de lo que estábamos forjando.
Aunque sabía en el fondo que se trataba de una práctica, habíamos cruzado la línea en esta sesión. No era un simple simulacro; era un desafío en el que el destino mismo parecía exigirme respuestas y la necesidad de preparar a Aria para un peligro inminente. Recordé la conversación que mantuve con Ignis hacía unos días, cuando le comenté que la fortaleza de Aria era crucial para enfrentar la amenaza que se avecinaba. Esa advertencia, esa urgencia, había encendido en la joven una determinación que pocas almas llegan a mostrar. Su mirada, firme y sin vacilaciones, reflejaba el compromiso absoluto de crecer y dominar cada técnica que le pudiera salvar la vida.
Yo, que había transitado senderos de sombras y aprendido a tejer la oscuridad con runas y conjuros, no me podía quedar atrás. Con el orgullo encendido en el corazón y la responsabilidad de ser su mentor, decidí entregarme al entrenamiento con la misma intensidad.Tomé mi látigo, una reliquia ancestral que había sido mi compañero en incontables batallas. Con un movimiento casi instintivo, lo invoqué y, ante mis ojos, se transformó en una túnica fluida y oscura, hecha de la misma sustancia etérea que habitaba mis sueños y pesadillas. Aquella túnica no era una prenda común: era un canal por el que la energía de las sombras fluía, un vínculo entre mi voluntad y el poder que había aprendido a dominar.
Con voz firme y concentrada, comencé a dibujar runas en el aire. Mis dedos se movían de forma frenética, trazando símbolos arcanos que brillaban con una luz tenue, casi imperceptible, en contraste con el resplandor morado que emanaba de las manos de Aria. Cada trazo era una oración muda, un juramento ancestral que sellaba mi compromiso de protegerla y de enseñarle a dominar esos dones que, en manos equivocadas, podían convertirse en una maldición.
La esfera de energía morada se acercaba sin detenerse. Pude sentir la vibración de su impulso, la pureza de la fuerza contenida en ella, y al mismo tiempo, su potencial destructivo. Aunque era consciente de que podía esquivarla con maestría, había en mí un impulso irracional, una mezcla de orgullo y adrenalina que me empujaba a enfrentarla con todas mis fuerzas. A pesar de que mi propia batalla había quedado atrás en el tiempo, ese instante se llenó de una nueva urgencia; era mi oportunidad para demostrar que el legado de las sombras podía ser tan poderoso como la luz que emanaba de Aria.
Con el último trazo de mi conjuro completado, el hechizo se entrelazó en el aire. Mis dedos se ennegrecieron momentáneamente, y de ellos emergieron sombras vivientes, como si cada símbolo se hubiera impregnado de la esencia misma de la noche. Durante siglos, la iglesia había perseguido a los que practicaban artes menos ortodoxas, aquellos que invocaban fuerzas oscuras en pos de la salvación o de la venganza; sin embargo, yo confiaba en que la "santa" —la divinidad que cada quien interpretaba a su manera— sería flexible en estos tiempos convulsos. Después de todo, Aria ansiaba ponerse a prueba, y el entrenamiento debía reflejar la realidad que se avecinaba.
La esfera chocó contra mis "mandos", tal como yo solía llamar a la parte de mi cuerpo revestida de sombras, la zona en la que concentraba mi poder. En el instante del impacto, el suelo mismo pareció responder a la fuerza de la colisión. Mis pies, firmemente clavados en la tierra, marcaron surcos en el terreno, como si la misma tierra se rindiera ante la magnitud del combate. Las sombras se extendieron alrededor de la esfera, envolviéndola en una especie de manto oscuro, como si se tratara de un eclipse en el que toda la luz era absorbida sin dejar rastro.
El ambiente se llenó de un silencio casi sagrado, interrumpido solo por el sutil murmullo del viento que parecía susurrar antiguos secretos de batalla. Era el momento de mi contraataque. La misma energía que había emanado del ataque de Aria, esa fuerza morada que ahora había sido transformada en sombras, fue absorbida por mi poder. Con una determinación férrea, extendí mis manos hacia la esfera, sintiendo cómo la energía se impregnaba en cada fibra de mi ser. Pude percibir el delicado equilibrio entre la luz y la oscuridad, entre el poder bruto y la voluntad de controlarlo.
Agarre firmemente la esfera, y en ese instante, mi mente se llenó de visiones: destellos de antiguos combates, de maestros que habían dominado los secretos de las sombras, y la promesa de un futuro en el que cada sacrificio valdría la pena. Con un movimiento deliberado y cargado de fuerza, deformé la esfera usando únicamente mi voluntad. La luz morada se fragmentó en miles de mini esferas oscuras, cada una portadora de una chispa de poder ancestral. Con un ágil gesto de mis manos, dirigí esas pequeñas esferas hacia Aria, que en ese momento se había detenido para evaluar mi contraataque.
Aria no parpadeó. Su mirada era fija, decidida y llena de la convicción de que, sin importar lo peligroso que fuera el entrenamiento, debía superarse a sí misma. El sonido sordo de las mini esferas golpeando el aire y la tierra se mezcló con el eco de mis propios latidos. Por un breve instante, el mundo pareció detenerse, suspendido en una calma tensa que precedía al estallido de la confrontación. La energía oscura, creada en un acto de voluntad y maestría, voló hacia ella en una danza precisa y casi coreografiada, un reflejo de todo lo que habíamos aprendido en nuestra búsqueda de la perfección en el combate.
Aria reaccionó con la velocidad y la gracia de una guerrera entrenada. Sus movimientos eran casi artísticos: esquivó, giró y canalizó su propia energía de forma que, en lugar de huir, se preparó para enfrentar el contraataque. El ambiente se llenó de destellos y sombras que se entrelazaban en una sinfonía de luz y oscuridad, cada uno reflejando la intensidad del momento. Yo, observando cada movimiento con un sentimiento de orgullo y expectación, sabía que esta práctica no solo era un ejercicio de poder, sino también una prueba de la evolución que cada uno de nosotros necesitábamos para el peligro que se avecinaba.
Mientras los fragmentos sombríos se acercaban a Aria, su mente se concentró en un único pensamiento: cada ataque, cada hechizo, cada gesto era parte de un camino más largo, una preparación para lo que vendría. Sentí su determinación, y en ese instante, comprendí que nuestro destino estaba intrincadamente ligado a estos entrenamientos. La magia que habíamos desatado no era simplemente un juego; era la herramienta con la que forjábamos nuestro futuro en medio de un caos inminente.
Las mini esferas impactaron en el campo de entrenamiento, y un estallido de energía oscura se desató a su alrededor. Por un momento, el aire se llenó de vibraciones intensas, y pude ver cómo cada una de esas diminutas luces se fusionaba, se dispersaba y volvían a surgir, como si el poder mismo estuviera en constante transformación. El suelo tembló levemente, y las antiguas piedras del recinto parecían cobrar vida, absorbiendo y reflejando la energía del combate. La sinfonía de sombras y luces creaba un espectáculo visual tan magnífico como aterrador, una metáfora perfecta de la dualidad que enfrentábamos: la lucha constante entre el orden y el caos, entre la luz que guía y la oscuridad que amenaza.
En ese interludio, mientras el eco de la colisión se desvanecía, pude sentir una conexión profunda con el entorno. Cada runa que había trazado, cada símbolo que se había materializado en el aire, resonaba con el poder de los antiguos maestros. La magia no era solo un recurso; era una extensión de nuestra alma, un reflejo de nuestras emociones, de nuestras esperanzas y temores. Sentí que, al dominar estas técnicas, no solo estaba fortaleciendo mi poder, sino también cimentando la confianza de Aria en sí misma. Esa confianza, esa inquebrantable fe en su capacidad de superar cualquier obstáculo, era lo que marcaría la diferencia en la batalla real que se avecinaba.
Con el final del hechizo, el silencio volvió a reinar. Las mini esferas que había creado se dispersaron lentamente, disipándose en el aire como si nunca hubieran existido. Aria, con su respiración acelerada y el brillo de la energía aún danzando en sus ojos, se quedó unos instantes en silencio, evaluando el resultado de nuestro enfrentamiento. Yo, a mi vez, sentí una oleada de orgullo y satisfacción; no era solo el triunfo de un hechizo, era el avance de una lección vital.
—Bien hecho, Aria —dije, mi voz impregnada de calidez y asombro—. Hoy has demostrado que tu determinación y habilidad están a la altura de lo que Ignis necesita para enfrentar lo que vendrá.
Ella asintió lentamente, una leve sonrisa emergiendo en su rostro. Sabía que este entrenamiento era solo una parte de la preparación, pero en ese instante, todo parecía encajar: el sudor, la magia, las sombras y la luz convergían para formar una promesa de futuro.