Acto II — Capitulo 15 — Prisioneras

Los relámpagos iluminaron el campo de batalla, al frente del pequeño grupo de Inei, había alrededor de unos 50 hombres armados.

Cada uno con claras intenciones asesinas.

Para cuando llegaron los demás miembros, el grupo de Inei, eran un total de 15. Aún tenían mucha desventaja si ha personal se trataba.

Inei apretó los dientes y puños.

—Actuen... No dejen a ni uno con vida.

Ordeno sin dudar y de inmediato los miembros del clan Nozen se lanzaron contra los bandidos con total seguridad.

—Acaso son idiotas!?

Incrédulo por lo que veía, el hombre de cabello morado alzó una ceja con una expresión que deletaba su falta de compresión ante el ataue del los miembros del clan.

Su mirada viajo a Inei, lo busco entre los 14 hombres que se avalazanban hacia ellos.

Al no verlo se preocupó y alistó sus espadas curvas.

—Guahh!!

El grito de dolor a su lado provocó que diera un salto hacia atrás.

Entonces la expresión del hombre cambio a una de horro cuando vio el potencial y el calibre de Inei.

—¿¡Que hace un maldito Ort aquí!?

Grito utilizando de escudo a otro hombre de su pandilla para evitar el ataque mortal de Inei.

La declaración provocó que los bandidos perdieran todo ánimo por pelear y el miedo los invadiera, pero ya era demasiado tarde.

La batalla ya había comenzado y los bandidos estaban cayendo uno a uno.

Para los próximos minutos. Todo el campamento de la cueva había sido limpiado, los cuerpos de los hombres que tuvieron la valentía de pelear estaban siendo amontonados en un pila, mientras que aquellos que se rindieron, eran colocados en línea de rodillas.

Su líder, el hombre de cabello morado. Los abandono nada más comenzará el el combate.

Inei sentía rabia y frustración, esa técnica de rayo en manos de un cobarde era un total fastidio.

Pero dejo eso aun lado y solto un suspiro mientras más se adentraba en la cueva.

Observaba con atención las pilas de cajas. Mercancía de quién sabe cuánto tiempo.

Al llegar a un punto sin luz en la cueva, alzó su mano y un chispazo resonó levemente con la aparición de una llama en la mano del chico.

La cueva aún no terminaba y eso hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Inei.

El camino dentro de la cueva se volvía cada vez más estrecho y silencioso. Inei frunció el ceño.

—¿Realmente estaban aquí?

No había señales de prisioneros, ni cadenas, ni rastros de que alguien hubiese estado cautivo. Solo un espacio amplio con cajas apiladas y un olor rancio a humedad.

"¿Acaso ese maldito me mintió?"

Inei se detuvo en seco, su fuego iluminando las paredes irregulares de la caverna. Dudó. Tal vez esta era solo una base secundaria y las chicas nunca habían estado allí.

Pero entonces…

—¡Cof! ¡Cof!

Un sonido seco y débil resonó en el interior de la cueva, rebotando en las paredes y generando un eco profundo.

Los ojos de Inei se afilaron.

—¡Viene de adelante!

Se lanzó al frente sin dudar, su velocidad aumentando conforme recorría el largo pasillo de piedra. Cada paso resonaba con fuerza en el suelo rocoso.

El aire se volvía más pesado, con un hedor metálico en el ambiente.

Y entonces, tras cruzar un arco natural de piedra, la vio o mejor dicho las vio.

Una celda de barrotes oxidados estaba en el fondo de la cueva, apenas iluminada por la tenue luz de su fuego.

Un total de 22 figuras femeninas atadas a a cadenas que colgaban de la pared, sus ropas malgastadas y rotas.

Algunas lucían enfermas mientras que a otras el horror y el trauma se le reflejaba en sus ojos.

La mano libre de Inei se apretó de rabia. La imagen frente a él era desoladora. Las mujeres, cubiertas de suciedad y heridas, tenían miradas vacías o temblaban de miedo. Algunas intentaban encogerse contra la pared como si quisieran desaparecer.

El fuego en su mano crepitó, iluminando su rostro con un brillo rojizo. Eso solo provocó más terror en las prisioneras.

—¡N-no te acerques! —una de ellas sollozó, forcejeando con sus ataduras.

—¡No más! ¡Por favor!

Inei apretó los dientes. Sus ojos recorrieron una por una a las mujeres,

—Cálmense. —Su voz fue firme, sin titubeos. Era la voz de alguien que tenía el control absoluto de la situación.

Sin embargo, su presencia seguía resultando amenazante para ellas. Consciente de eso, Inei dio un paso atrás y alzó las manos en señal de que no representaba peligro.

—Mi nombre es Inei Nozen. Vine a sacarlas de aquí.

Su tono era frío, pero no hostil. Aunque su paciencia era limitada, entendía que no podía apresurar esto.

Las mujeres se quedaron en silencio por un momento, observándolo con desconfianza. Pero la más joven entre ellas, lo miró con los ojos empañados.

—¿Dices la verdad…?

Inei asintió y sin perder más tiempo, se acercó a la primera cadena. El candado era viejo, pero resistente. No quería arriesgarse a lastimarlas con fuego, así que colocó su mano sobre el metal y canalizó su energía con precisión.

—¡Ah…! —la mujer tembló al sentir el calor, pero Inei la sostuvo del brazo para evitar que se moviera.

—No dolerá. —dijo con calma.

El metal empezó a derretirse lentamente, hasta que el candado cayó al suelo con un sonido sordo.

—Ya está.

La mujer lo miró con sorpresa, frotándose la muñeca liberada. Sus ojos aún mostraban temor, pero ya no era puro pánico.

Inei no esperó más y pasó a la siguiente prisionera. Con la misma precisión, rompió las cadenas una por una. Algunas mujeres aún lo miraban con miedo, pero ninguna intentó resistirse.

Sin embargo, mientras avanzaba, notó que varias tenían heridas abiertas, algunas infectadas. No podían salir de la cueva en ese estado sin atención inmediata.

Inei chasqueó los dedos y una pequeña esfera de fuego se formó en su palma. Luego, con una precisión absoluta la disparó hacia el lugar de donde venía, dejando un rastro de fuego detrás de ella.

Volvió su mirada a las mujeres, muchas de ellas estaban demasiado débiles para moverse.

—Mis hombres vendrán en un momento. No se preocupen.

Algunas de las prisioneras se miraron entre sí, aún con miedo, pero ahora también con un pequeño destello de esperanza.

Pocos minutos después, varios hombres del clan Nozen llegaron a la profundidad de la cueva. Algunos traían consigo botiquines básicos para tratar las heridas de las prisioneras, mientras que otros evaluaban la situación con miradas severas.

Uno de los hombres, de cabello corto y barba incipiente, se acercó a Inei con una expresión calmada pero firme. Era un veterano del clan, alguien con experiencia en este tipo de situaciones.

—Joven maestro, hemos asegurado a los bandidos rendidos. Algunos ya están hablando, pero tomará algo de tiempo obtener información útil. —Su mirada se dirigió a las mujeres liberadas antes de volver a Inei—. Aun así, con lo que han dicho hasta ahora, parece que esta banda no es un simple grupo de saqueadores.

Inei cruzó los brazos, su expresión se endureció.

—¿Qué tan organizados están?

El veterano suspiró.

—Lo suficiente como para haber operado en esta zona sin ser detectados por tanto tiempo. Esta zona está cerca de vías comerciales muy concurridas, es casi que imposible que hayan operado por tanto tiempo sin que alguien los descubriera mucho antes que los rumores comenzarán. Hay alguien detrás de ellos, alguien con influencia y poder.

Inei asintió, su mente ya trazando los siguientes pasos.

—Bien. Mantén a esos bandidos con vida hasta que obtengamos todo lo que necesitamos. Después, terminen con ellos.

El veterano no se sorprendió por la orden, simplemente asintió.

—Entendido.

Inei se giró hacia sus hombres.

—Quiero que alisten una carreta lo suficientemente grande para llevar a todas estas mujeres de vuelta a la ciudad. Saldré con ellas a primera hora de la mañana.

—Sí, joven maestro.

Un par de miembros del clan salieron de la cueva rápidamente para organizar el transporte.

Inei volvió a observar a las mujeres, muchas de las cuales aún se veían débiles y asustadas.

—También quiero que envíes un mensaje al clan, necesitamos personal para recoger toda esta mercancía. No sabemos a quién pertenece, pero si la dejamos, tarde o temprano alguien más intentará robarla.

—Lo haré de inmediato. —El veterano asintió y se marchó.

Inei suspiró y miró hacia la entrada de la cueva. El cielo nocturno apenas comenzaba a despejarse después de una pequeña tormenta.

—Ahora que recuerdo... No se cómo lucen las hijas de ella....