"Cuando dijo que tenia la manera... No pensó que seria algo como esto...".
Los primero rayos de sol se estaban alzando indicando el nuevo día, y con el también se levantaba el mundo conocido para Inei. Más sin embargo el, había pasado la noche despierto.
O mejor dicho en un estado de meditación bajo una cascada, los fuertes torrentes de agua fria caían sobre su espalda desnuda, como los golpes de amor de una madre enojada.
Según Scathath este era el mejor método para comenzar a unir el Rekien con el Arcam, Soportar por dos horas las fuertes torrentes de agua, luego de esas dos horas, la persona bajo la cascada debía empezar a meditar con la intención de reunir Arcam en su núcleo.
Pero la fuerza de la corriente que caía sobre la espalda de Inei era como un martillo implacable golpeando su cuerpo una y otra vez, sin descanso. Lo que hacia difícil reunir Arcam.
El cuerpo de Inei dolía, cada fibra muscular de su gritaba por descanso.
Pero Scathath no era del tipo que mostraba piedad.
—Hmph, me sorprende que no hayas colapsado aún —murmuró, sus ojos grises brillando con una mezcla de aprobación y sadismo.
Su cabello albino flotaba con la humedad del entorno, dándole una apariencia aún más imponente.
Inei, con los ojos cerrados, se obligó a controlar su respiración.
Inhalar.
Exhalar.
El peso del agua ya no lo aplastaba tanto como antes. Su cuerpo se había adaptado.
Pero Scathath nunca permitiría que se acostumbrara demasiado.
—Bien. Es hora de la siguiente fase.
Con un simple movimiento de su mano, materializó un látigo hecho de Arcam puro.
Una larga cuerda blanca danzó por su superficie. Su energía era intensa, casi abrumadora.
—El sol ya salio así que hare esto rápido.
Antes de que Inei pudiera abrir su boca para hablar, el látigo se estrelló contra su espalda.
¡Crack!
El sonido del impacto resonó por toda la cueva.
Inei apretó los dientes.
Dolía. Demonios, sí que dolía.
Pero no gritó.
Porque de alguna manera sabia que eso solo haría que Scathath aumentara la intensidad de sus golpes.
Scathath sonrió.
—No gritas… Bien. Pero veamos cuánto puedes soportar antes de caer.
El látigo descendió de nuevo.
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Dos horas después…
Inei exhaló lentamente, sus músculos aún entumecidos por el entrenamiento. Cada paso que daba sobre el suelo irregular de la montaña le recordaba el látigo de Scathath, que había marcado su piel con ardor y disciplina.
Sin embargo, no tenía tiempo para descansar.
Cuando llegó de nuevo a la cueva donde habían asegurado el campamento bandido, el sol ya estaba a mitad de su punto más alto, bañando el lugar con una luz tenue filtrada entre las montañas. El sonido de la actividad llenaba el aire.
Dos hombres de su clan trabajaban con eficiencia, ayudando a las mujeres rescatadas a subir a las carretas. Algunas aún estaban un poco asustadas, otras parecían recuperar poco a poco la calma gracias a los esfuerzos de los Nozen.
La mirada de Inei recorrió la escena con tranquilidad, pero también con determinación. No podía permitir que algo así volviera a ocurrir, al menos en su estancia por las zonas cercanas.
Caminó hasta una de las carretas donde un hombre corpulento, alto y de cabello casi canoso lo esperaba con los brazos cruzados. Era Rei, su segundo al mando en esta expedición.
—Joven maestro —saludó con una leve inclinación de cabeza, su voz profunda y calmada—. Ya hemos terminado de preparar todo.
Inei asintió.
—¿La mercancía?
—Está asegurada en la parte de atrás del campamento —respondió Rei, señalando las cajas bien apiladas—. Solo faltan los refuerzos para mover todo. En cuanto lleguen, partiremos.
Inei observó las carretas con una expresión pensativa.
—No podemos arriesgarnos a que nos embosquen en el camino de regreso —dijo—. ya que si líder escapó, puede intentar recuperar lo que perdió.
Rei asintió, entendiendo la preocupación.
—Puede que tengamos pocos hombres aquí, pero. He doblado la vigilancia. Sin contar a los dos que ayudan a estas mujeres, dos hombres se reparten en cada lateral de la cueva.
Inei miró a su alrededor una vez más. Todo estaba bajo control. Pero aún había algo que hacer antes de partir.
—Voy a ver a las mujeres rescatadas antes de salir. Asegúrate de que los hombres estén listos para moverse en cualquier momento.
Rei sonrió levemente.
—Como ordene, joven maestro.
Con eso, Inei se alejó, dirigiéndose a donde estaban las mujeres.
Su mirada se fijó en un par de jóvenes mujeres, una de ellas parecía mayor, probablemente en sus veintes, mientras que la otra era apenas una niña, quizá de su edad. Ambas compartían el mismo cabello negro azabache que la mujer que ahora residía en su casa.
Inei frunció levemente el ceño.
No podía asegurarlo solo con verlas, pero algo en su instinto le decía que debían tener alguna relación con la mujer que ayudo.
Sin perder tiempo, se acercó a la carreta donde estaban y se dirigió a la mayor con voz calmada.
—¿Cómo se llaman?
La joven alzó la cabeza con cautela. Sus ojos oscuros lo examinaron con desconfianza antes de contestar:
—Soy Alina… y ella es mi hermana, Mei.
La niña a su lado se aferró a la manga de su hermana, sin atreverse a levantar la vista.
Inei asintió y consideró sus siguientes palabras con cuidado.
—Antes de ser secuestradas. ¿Venían con algún familiar?
Alina dudó por un momento antes de responder:
—Nuestros padres... A papá lo apuñalaron, y nos separaron de mamá.
Inei confirmó sus sospechas.
"Así que son hijas de ella…"
Exhaló con suavidad antes de hablar nuevamente.
—Bueno... Si su madre es la misma mujer que ayude, esta a salvo en mi hogar.
Los ojos de Alina se abrieron con sorpresa.
—¿Q-Qué? ¿Nuestra madre está en su casa?
Mei, la pequeña, finalmente levantó la cabeza, mirando a Inei con expresión esperanzada.
—¿Mamá está bien…?
Inei mantuvo la compostura, aunque en el fondo entendía el peso de sus palabras para ellas.
—Sí. Es una invitada mía en la mansión, nadie se atreverá a tocarla.
Alina apretó los labios y bajó la mirada, procesando la información.
Mei, en cambio, no pudo contener las lágrimas y cubrió su rostro con ambas manos.
Inei esperó un momento antes de continuar.
—Pronto partiremos hacia la ciudad. Cuando lleguemos, podrán verla.
Alina respiró hondo y asintió con firmeza.
—Gracias…
Inei no respondió. En su mente, este era solo otro deber que debía cumplir.
Con sus sospechas resueltas, se giro hacia el resto de mujeres y empezó a hablar con ellas, buscando conocerlas un poco y calmarlas.
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Una hora más tarde despues de hablar con las mujeres, Inei había tomado a tres hombres para regresar al clan, dos de estos ayudantes iban en la primera carreta con la mitad de las mujeres, mientras que el iba en la carreta de atrás con su tercer ayudante que resulto ser una mujer.
El cabello negro azabache y castaño, junto con ojos negros, grises o color miel eran las características principales del clan Nozen.
Más sin embargo la mujer a su lado tenía el cabello azul oscuro y ojos amarrillos miel.
Dentro del clan ella era conocida por ser una hija bastarda, ya que nace de la unión prohibida de un Nozen con alguien de alguna familia exterior. Sin el permiso de sus ancestros.
Ya que para los Nozen, la familia y el líder del clan deben estar de acuerdo para una unión externa a la familia.
El traqueteo de la carreta resonaba en el sendero de tierra mientras avanzaban de regreso al clan. Inei se mantuvo en silencio, observando con calma los alrededores. La mujer a su lado, en cambio, tenía la espalda recta y las manos tensas sobre las riendas. mantenía la mirada fija en el camino, como si evitara mirarlo directamente.
Inei ya la había visto antes en el clan, pero nunca había hablado con ella. Sabía quién era.
Nozen Lien.
Un nombre que muchos dentro del clan pronunciaban con desprecio.
—¿Algo en mi rostro le molesta?, Joven maestro —preguntó ella de repente, sin mirarlo, con la voz baja pero firme.
Inei arqueó una ceja.
—No.
Lien no dijo nada más, pero su agarre en las riendas se aflojó un poco.
El silencio se extendió entre ellos, solo roto por el sonido de las ruedas de la carreta y el suave murmullo del viento.
Finalmente, fue Inei quien habló de nuevo.
—No esperaba verte en esta misión.
—No fui la primera opción —respondió ella de inmediato, con un tono seco—. Pero alguien tenía que hacerlo.
Inei notó la amargura en sus palabras, pero no la comentó.
—¿Y por qué aceptaste?
Esta vez, Lien sí lo miró de reojo, aunque rápidamente apartó la vista.
—No tengo el lujo de rechazar órdenes.
Su tono era monótono, pero Inei pudo notar la rigidez en sus movimientos, el ligero temblor en sus dedos. Le temía.
No porque fuera él. Sino porque, si cometía un error en su presencia, las consecuencias serían terribles.
Dentro del clan Nozen, cometer una falta frente a un miembro de la rama principal podía significar horas de castigo físico. Y para alguien como Lien, cuya posición era inestable, un solo desliz podía condenarla.
Inei suspiró, apoyándose contra el costado de la carreta.
—Relájate. No condene a los que me trataron mal los últimos años ¿Por qué lo haría contigo?
Lien apretó los labios, sorprendida por sus palabras. Sus ojos dorados brillaron con algo indescifrable por un momento, pero al final, solo murmuró:
—Gracias por su consideración, joven maestro.
Inei frunció el ceño.
—No tienes que hablarme así.
Ella no respondió. Si que era difícil hablar con alguien como ella, que ha luchado, pero teme a las consecuencias de sus actos.
"Acuéstate en su regazo"
Inei se sobresalto cuando la Voz de Scathath sonó de repente en su mente con una indicación tan atrevida como esa.
"No tienes porque asustarte mocoso, sientes curiosidad por ella ¿No es así? Acuéstate en su regazo y veras como cambia su expresión, además no te reclamara nada, eres como un príncipe inalcanzable para ella".
Inei arrugo la frente y cruzo los brazos.
"Algo me dices que tienes algo en mente maestra ¿Qué es?".
Scathath no respondió, pero Inei pudo escuchar como ella chasqueaba la lengua.
Inei suspiro y ladeo su cabeza en negación, se recostó más en el asiento de la carreta y cerro sus ojos, sin pensar que el cansancio de la noche anterior le cobraría factura. Y quedaría rápidamente dormido.
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La brisa cálida de la tarde acariciaba su rostro, mientras el murmullo lejano del mercado empezaba a colarse en su mente adormecida. Pero lo que realmente lo sacó del mundo de los sueños no fue el bullicio de la ciudad, sino una sensación extrañamente cómoda pero firme.
Cuando abrió sus ojos su visión estaba medianamente oscurecida.
Su cabeza descansaba sobre algo que, aunque mullido, tenía cierta firmeza debajo.
"Si es una buena vista". Resonó la voz burlona de Scathath a través del vínculo mental.
Inei parpadeó. Su mente, aún adormilada, tardó un segundo en procesar sus palabras. Luego, al darse cuenta de su posición, su cuerpo se tensó de inmediato.
Su cabeza estaba cómodamente apoyada sobre el regazo de Lien. Y lo que bloqueaba su vista eran... sus senos.
Inei sintió una oleada de calor subir por su rostro. No por vergüenza— el no era alguien tan fácil de avergonzar, pero de alguna manera no sabia como reaccionar a esto.
Inei suspiró internamente.
Entonces sintió como el cuerpo de Lien se tensó.
—J-Joven maestro... ¿Es-está...despierto?
Su tono era sumamente respetuoso, pero Inei notó el ligero temblor en su voz.
—De alguna manera dormí demasiado profundo —murmuró, frotándose la frente.
Lien no respondió de inmediato. Sus manos se apretaron en las riendas, como si intentara disipar la tensión en su cuerpo.
—No es nada, joven maestro —respondió en un tono bajo y medido.
Inei la observó en silencio. Hizo a un lado su cabeza y salio del regazo de Lien, se froto sus ojos disipando los restos de sueño.
Cuando se aseguro de estar totalmente despierto, miro sus alrededores, se encontraban en el mercado central de la ciudad de Lihen, lo que significaba solo unas cuantas cuadras más y llegarían al clan.
Volteo su cabeza para mirar a Lien, sus mejillas y orejas estaban rojas de la vergüenza, pero sus ojos temblaban mostrando el miedo de haber hecho algo malo.
Entonces Inei por puro instinto, miro detrás de el, las mujeres de está carreta eran casi todas maduras, y algunas de ellas tenían sonrisas divertidas. Ya sabia de quienes había sido la idea, de acostarlo en su regazo.
Inei exhaló con resignación, masajeando su sien.
No había manera de que Lien, con su naturaleza rígida y temerosa, hubiera sido la que lo acomodó en su regazo por voluntad propia. Las mujeres en la carreta, en cambio, parecían disfrutar del espectáculo, con sus sonrisas divertidas y miradas traviesas.
"Viejas astutas…" pensó.
Scathath, en su mente, soltó una carcajada.
"Vaya, mocoso, parece que las mujeres te aprecian más de lo que crees".
Inei ignoró su comentario y se giró hacia Lien, quien aún tenía las manos tensas en las riendas, su rostro completamente rojo y la mirada fija en los caballos.
—No fue tu idea, ¿verdad?
Lien negó con la cabeza rápidamente, sin siquiera mirarlo.
—No, joven maestro. Yo… intenté despertarlo, pero ellas dijeron que sería una pena interrumpir su descanso…
Las risitas contenidas de las mujeres confirmaron sus palabras.
Inei suspiró.
—Ya veo…
Sabía que, de alguna manera, ellas solo querían provocar una reacción en él. Puede que fuera joven, pero en los últimos años, a pesar de las criticas había notado la forma en que muchas mujeres, incluso las mayores, lo miraban con cierto interés.
Lo que no esperaba era que lo vieran como un blanco para este tipo de bromas.
"Que malcriado eres", se burló Scathath. "Deberías estar agradecido. ¿O acaso los muslos de una mujer no son lo suficientemente cómodas para su alteza?"
Inei rodó los ojos y decidió ignorarla.
Miró hacia adelante. Ya estaban en la zona cercana al clan Nozen. Desde allí, podía ver la gran muralla que delimitaba el territorio de su familia, con la puerta principal abierta para recibirlos.
—Llegamos —dijo, estirándose ligeramente.
Lien asintió y azuzó a los caballos para que avanzaran un poco más rápido.
Inei volvió su mirada hacia las mujeres rescatadas. Algunas mostraban una mezcla de alivio y nerviosismo, como si no supieran qué esperar al entrar al territorio de un clan tan influyente en las zonas cercanas.
Pero la persona que más le preocupaba era Alina.
Desde el momento en que le dijo que su madre estaba en la mansión Nozen, no había dicho nada , más que agradecer. Su expresión era tensa, y su mirada se perdía en el camino.
Cuando finalmente pasaron las puertas del clan, un grupo de sirvientes y guardias ya los estaba esperando.
Uno de ellos, un hombre de mediana edad con túnicas formales, se acercó rápidamente a Inei e inclinó la cabeza.
—Joven maestro, el patriarca ha sido informado de su llegada. Ha solicitado su presencia en el salón principal.
Inei asintió.
—Entendido. Que alguien se encargue de acomodar a las mujeres en una de las residencias vacías. Y asegúrense de que reciban comida y descanso.
—Así se hará.
Inei miró de reojo a Alina y Mei, quienes se aferraban la una a la otra.
—Y que alguien lleve a esas dos a mi residencia. Su madre está allí.
El sirviente se mostró ligeramente sorprendido, pero no cuestionó la orden.
—Como desee, joven maestro.
Inei bajó de la carreta y miró a Lien, quien permanecía en su asiento, esperando nuevas instrucciones.
—Puedes retirarte por hoy —le dijo—. Gracias por tu trabajo.
Lien levantó la mirada por un segundo, como si no creyera sus palabras. Pero finalmente, asintió con rigidez y tomó las riendas de los caballos para llevar la carreta a su destino final.
Mientras la observaba alejarse, Inei sintió una extraña sensación en su pecho.
Había algo en esa mujer que le causaba curiosidad.
Y Scathath, quien siempre parecía un paso adelante, rió en su mente con diversión.
"Es una chica interesante, créeme".