Los primeros rayos de sol atravesaban las telas de las cortinas de la habitación de Inei, bañando el lugar con una tibia luz dorada. El canto de los pájaros, apenas audible a través de las ventanas entreabiertas, parecía saludar un nuevo día en la residencia Nozen.
Inei frunció el ceño, aún a medio camino entre el sueño y la vigilia. El colchón bajo él era cómodo, suave, pero lo que realmente captó su atención fue la calidez... y la suavidad que sentía alrededor de su rostro.
Algo cálido, firme, envolvente…
Algo que respiraba.
—...¿Hmm?
No abrió los ojos de inmediato. En su mente, una voz familiar y ligeramente burlona se filtró como un susurro cargado de picardía.
—Disfruta de la vista y el tacto, mocoso. No todos los días se despierta uno en semejante altar de bendiciones carnosas.
El tono divertido en la voz de Scathath, fue lo suficiente para que Inei quedara fuera de lugar mientras luchaba por despertar correctamente.
—¿Qué...?
Fue entonces cuando abrió los ojos.
Y los vio.
O más bien, los sintió. Su rostro estaba suavemente hundido entre dos montañas de piel tersa, cálida, envuelta en una fina tela de seda blanca. El suave latido de un corazón le llegaba a través del pecho que ahora hacía de almohada. Su brazo estaba extendido por debajo de ella, mientras que el otro se encontraba atrapado contra su costado por el muslo de la mujer.
Ella, su invitada especial, lo miraba desde arriba con una sonrisa adormilada y coqueta, su cabello suelto cayendo en cascada por el borde de la almohada.
—Buenos días, joven maestro —susurró con una voz cargada de intención, sus labios apenas separados mientras sus ojos destilaban picardía.
Inei se quedó congelado. No sabía si levantarse, pedir disculpas, quedarse inmóvil o simplemente desaparecer de la faz de la tierra. Pero su rostro... su rostro seguía hundido en su pecho.
—E-esto no es lo que parece...
—¿No? —susurró ella, fingiendo sorpresa—. Porque desde aquí, parece exactamente lo que parece. Aunque... no pareces incómodo.
Una risita suave escapó de sus labios mientras su mano acariciaba el cabello de Inei con lentitud, como si calmara a un gato rebelde.
—¡Tch! —Inei giró el rostro con rapidez, separándose de ella y sentándose en el borde de la cama, con la cara completamente roja—. ¡Dormí demasiado profundo…!
—¿Y te moviste demasiado cerca? —añadió ella divertida, sentándose con elegancia, cubriéndose con una manta fina y aún con esa sonrisa que jugaba entre lo sensual y lo encantador.
Entonces cuando su nariz captó algo.
Un olor tentador se colaba desde el primer piso…
Cerdo frito, y también arroz con ajo, especias aromáticas y un toque de salsa dulce. El estómago de Inei rugió sin permiso alguno.
—Ah, parece que las niñas ya despertaron —dijo la mujer mientras se ponía de pie con gracia y estiraba los brazos, dejando a la vista una silueta apenas velada por la tela fina de su bata de dormir—. Dijeron que querían preparar algo especial para ti, como agradecimiento por dejarnos quedarnos aquí y por salvarnos.
Inei, aún de espaldas, apretó los puños.
—¿Puedes dejar de actuar tan natural...? Esto fue demasiado...
Ella se acercó por detrás, apoyando sus manos en sus hombros y dejando que su voz le acariciara el oído.
—¿Demasiado...? ¿O demasiado bueno? —musitó con tono juguetón—. No te preocupes, joven maestro. Para la próxima, puedes abrazarme con más confianza.
Y sin decir más, se alejó tranquilamente hacia el baño, dejando a Inei solo en la habitación... con el corazón alborotado y el rostro ardiendo.
—Voy a tener que enseñarte a coquetear con mujeres, un pedazo de carne jugosa como ella, no la puedes dejar escapar de esa manera.
Inei cerro los ojos con más fuerza, tratando lo que más que podía para ignorar las palabras de su maestra. Soltó un suspiro y se levanto de la cama, la rodeo y entonces la vio.
La hija mayor de su invitada estaba de pie junto a la puerta, completamente vestida con una túnica sencilla de lino blanco. Sus brazos cruzados, su postura recta, y esos ojos fríos y profundos que lo observaban sin pestañear. Su largo cabello negro le caía como un velo sobre los hombros.
Durante un instante, el aire pareció detenerse.
Inei abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero no encontró palabras. Estaba seguro de lo que podía pensar: él, su madre, una cama compartida...
Sin embargo, Alina no dijo nada.
Su expresión era neutra. Ni disgusto, ni juicio, ni incomodidad. Solo lo observaba. Como si estuviera evaluando a un extraño en la puerta de su casa, sin emitir veredicto.
Eso lo incomodó más que cualquier insulto.
—Yo... esto no es... —empezó a decir, torpemente.
—No tienes por qué explicar nada, joven maestro —interrumpió Alina con voz serena, sin levantar el tono—. Ella hace lo que quiere. Y tú también. No soy quien para juzgar su relación, de hecho es buena verla tan animada.
Termino de decir, desviando su mirada hacia la derecha.
—Oh! Pero si es mi bebe hermosa ¿Ya está todo listo abajo?
El tono alegre de la mujer mayor se hizo notar para ambos jóvenes, Alina no dijo nada más. Sus mejillas se colorearon de un color rosa y salio de la habitación sin más.
Inei frunció el ceño extrañado por el comportamiento de la chica.
—Puede que no lo admita, pero estaba muy feliz de hacer algo por ti. Esa es su manera de dar amor y compartir lo que siente.
Inei miro a la mujer analizando esas palabras y lo ultimo en las palabras de la Alina.
—Ahora que lo pienso...no se tu nombre.
—Vaya, que descuido de mi parte jeje...hace unos días tu padre también me pregunto mi nombre, me di cuenta de que estaba siendo irrespetuosa con mis anfitriones al no presentarme...— Dijo ella acercándose a Inei, su cabello mojado recogido en una cola de caballo alta despelucada. Tomo la mano derecha de Inei y la llevo a su boca para besarla. —Puedes llamarme Sunsei, Joven amo.
Sunsei sonrió con esa mezcla de picardía y elegancia que parecía envolver cada uno de sus movimientos cuando estaba cerca de el. Mantuvo la mano de Inei entre las suyas por un instante, y luego, sin previo aviso, alzó suavemente su dedo pulgar y lo llevó hasta sus labios.
Inei apenas tuvo tiempo de procesar lo que pasaba cuando la sintió besarlo... y luego, lentamente, pasar su lengua por la yema, acariciando con descaro cada curva del dedo antes de succionar con sutileza.
—¿S-Sunsei...?
Ella soltó un pequeño suspiro juguetón y, al separarse, le dedicó una mirada traviesa al ver cómo las orejas de Inei se encendían de rojo.
—Mmm… tan tenso por un simple gesto de afecto. ¿Qué voy a hacer contigo, joven amo? —rió con una dulzura atrevida.
Él se giró bruscamente, mirando hacia otro lado mientras limpiaba su dedo contra su ropa con torpeza, aunque ni él mismo sabía por qué lo hacía. Sunsei soltó una risa ligera, musical, que no ayudó en lo más mínimo a calmar su corazón.
—Vamos. El desayuno está servido. Mis niñas te esperan.
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La planta baja estaba bañada por el aroma irresistible del desayuno. Cerdo frito dorado en su punto justo, panecillos dulces, arroz especiado y una sopa humeante de hierbas que llenaba de calidez todo el comedor.
Inei descendió los últimos escalones acompañado de Sunsei, que llevaba ahora una túnica de lino ajustada al cuerpo, sencilla pero que no lograba ocultar del todo sus curvas.
En la mesa, ya estaban sentadas sus hijas.
Alina, la mayor, se levantó brevemente para hacer una ligera reverencia.
—Buenos días, joven maestro —saludó con tono frío pero educado. Su expresión era la misma: neutral, reservada. No volvió a mirarlo directamente, y eso le hizo pensar a Inei que estaba actuando como si lo que paso arriba nunca paso.
Mei, en cambio, se bajó de su asiento con pasos ligeros y se inclinó con ambas manos juntas al frente.
—Buenos días, joven patriarca Nozen —dijo con voz clara, su dicción impecable a pesar de su corta edad—. Espero que nuestra comida sea de su agrado.
Inei parpadeó sorprendido.
—Buenos días… eh, gracias. No esperaba tal recibimiento.
—Mei es muy formal para su edad —dijo Sunsei con una sonrisa—. A veces me hace sentir como si fuera yo la niña y ella la madre.
—No es cierto, mamá —respondió Mei sin alzar mucho la voz, pero con una pequeña sonrisa—. Solo quiero comportarme de forma apropiada en la residencia que nos acoge.
Inei asintió, rascándose la nuca con torpeza.
—Bueno, entonces… me siento honrado de tenerlas aquí. Gracias por el desayuno.
—Comamos antes de que se enfríe —intervino Sunsei, guiando a Inei hacia la cabecera de la mesa con una mano en su hombro, tan natural como si ya perteneciera al lugar.
Mientras tomaban asiento, Inei no pudo evitar lanzar una mirada de reojo hacia Alina. Ella no lo miraba directamente, pero había algo en su expresión… no molestia, sino una extraña serenidad. Como si aceptara la situación sin necesidad de entenderla del todo.
Scathath, desde su enlace mental, volvió a susurrar entre carcajadas suaves:
—Bonita familia acompañante la que te conseguiste aquí eh~
Inei suspiró, tomó sus palillos y decidió centrarse en la comida. Una cosa a la vez.
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Las horas siguiente después de comer pasaron rápidamente. Sentado en posición de loto en el pequeño jardín al lado del lago, Inei meditaba. Sus grandes reservas de Arcam se movían de forma uniforme por sus venas y arterias purificando su sangre para aumentar su compatibilidad con el Rekien.
Detrás de el, con suaves pasos, Alina se acerco vistiendo un uniforme de sirvienta. Inei al sentirla dejo de meditar y volteo su cabeza hacia ella.
—...¿Eh?
Sorprendido por su vestimenta Inei ladeo la cabeza curioso.
—Buenas tardes Joven maestro, espero le valla bien con su entrenamiento.
Saludo la joven con una reverencia y una sonrisa en sus labios.
—Alina ¿por qué estás vestida con ese uniforme?—. Pregunto levantándose del pasto. —Ustedes son mis invitadas no deben--
Inei detuvo su hablar cuando detrás de la chica un viejo conocido se asomo por la puerta de su residencia.
—Anciano Arash ¿Qué lo trae a mi posada?—. Los ojos de Inei tomaron un brillo afilado ante la presencia del anciano quien irrumpió en su terreno.
—Lamento haber entrado sin su permiso, Joven maestro. Pero tenemos un asuntos entre manos que no puede esperar.