Las calles del centro de la ciudad de Lihen estaban más movidas que de costumbre, a tan solo minutos de que la luna empezara a salir. Los comerciantes cerraban sus puestos, mientras las farolas de cristal espiritual comenzaban a encenderse una por una, derramando una suave luz dorada sobre las calles adoquinadas. Sin embargo, toda la atención no estaba puesta en el anochecer, sino en el grupo que avanzaba con paso firme por la avenida principal.
Al frente, Inei caminaba con su mirada serena, a su lado, su padre irradiaba la presencia firme de un verdadero patriarca. Ambos lucían túnicas de tonos oscuros con bordes plateados, exudando autoridad y elegancia. A su costado, el patriarca Yuwen, Ethan, caminaba con porte imponente, mientras su esposa, una mujer de gran belleza y nobleza natural, mantenía una leve sonrisa de cortesía.
Ziyu, tomada del brazo de Inei, se mantenía cerca con elegancia, su rostro tranquilo, pero sus ojos no dejaban de observar a quienes los rodeaban. Ella sabía muy bien el peso de aquella caminata: una presentación pública, casi una declaración silenciosa de que la relación entre la familia Nozen y la familia Yuwen era ahora más fuerte que nunca.
La gente se detenía a observar, susurros nacían en cada esquina.
—¿Ese es el joven maestro Nozen?
—¡Y la dama Ziyu, la flor de los Yuwen!
—Qué presencia… parecen nobles de la capital imperial...
Pero mientras las miradas se centraban en el grupo principal, un pequeño drama se cocinaba unos pasos más atrás.
Lucia caminaba ligeramente más lento, permitiendo que la figura que tenía al lado, Yeryn, se igualara a su paso. Con una expresión tranquila, Lucia rompió el silencio primero.
—No puedo evitar notarlo, ¿sabes? —dijo con suavidad—. Tus ojos lo siguen… como si aún no hubieras renunciado del todo.
Yeryn bajó la mirada por un instante. Sabía a quién se refería.
—No es eso… —murmuró—. Es solo que… ya no sé si tengo un lugar en su mundo. Ha crecido tanto en tan poco, el ha cambiado…
Lucia sonrió, sin rastro de burla, solo comprensión.
—Inei ha cambiado, sí, pero no ha dejado de ser quien fue contigo. A veces, los que conocen el pasado son los únicos que pueden tocar el corazón en el presente. Tal vez tú… no lo sepas, pero cuando él habla conmigo de su infancia, siempre termina en ti.
Yeryn se quedó en silencio. Sus pasos eran automáticos, pero su mente giraba. El recuerdo de las risas en los jardines de la mansión Nozen, de las promesas hechas bajo la lluvia, de la forma en que Inei la protegía aún siendo "débil"… Todo eso seguía vivo en algún rincón de su pecho.
Lucia giró levemente su cabeza hacia ella, sus ojos decididos.
—No te estoy diciendo que pelees como una rival. Solo que no te rindas sin intentarlo. A veces, la infancia no es el final de una historia, sino su verdadero inicio.
La luna, finalmente, asomó entre los tejados, bañando la escena con su luz plateada. Yeryn levantó la cabeza y miró al frente, al joven que caminaba unos pasos adelante… con el corazón latiendo más fuerte que nunca.
—Nuestra familia le debe mucho a los Nozen, y muchos han hecho la vista gorda ante su situación. Por eso pienso que si de verdad sientes algo más por Inei, inténtalo. Estoy segura de que no te arrepentirás.
La comitiva siguió su marcha bajo la luna creciente. A medida que se acercaban al distrito comercial de alto nivel, la multitud comenzaba a apartarse instintivamente. Guardias con túnicas rojas y emblemas dorados vigilaban las calles, y las sedas colgantes de los edificios danzaban con el viento, reflejando las luces mágicas que flotaban sobre las tiendas más importantes.
El destino era claro: la sede de la familia Miller, una de las 7 familias nobles de ciudad imperial. Su salón de subastas era famoso no solo por los objetos raros que ofrecía, sino también por la exclusividad de sus invitados.
Frente a la entrada principal, dos grandes puertas de madera blanca se abrieron lentamente. Allí los esperaba una alfombra roja que se extendía hasta los escalones de cristal pulido. Xiay, el padre de Inei, fue quien dio el primer paso al frente. Caminó hacia la taquilla sin apartar su mirada de la joven mujer tras el mostrador.
—Solicito un balcón VIP en nombre de la familia Nozen para la subasta de esta noche —dijo Xiay con voz firme, pero cortés.
La recepcionista, una mujer de piel clara y rostro afilado, parpadeó al escucharlo. Entonces, su mirada se desvió discretamente hacia un pequeño cartel metálico pegado bajo el mostrador. Sobre él, había una nota con el sello personal de la directora actual del salón de subastas: la señorita Liam.
Al leer el mensaje, sus ojos se agrandaron levemente. No tardó ni un segundo en mirar a su ayudante, una joven de cabello recogido en un moño blanco. Con un gesto apenas visible, asintió con la cabeza.
—El cliente especial ha llegado —susurró.
La asistente entendió al instante. Caminó desde un lateral con una sonrisa impecable y se inclinó suavemente frente a Xiay y el grupo.
—Por favor, síganme. Esta noche, la subasta se ha preparado de forma especial. Se les ha asignado una sala privada en el tercer piso.
Xiay frunció ligeramente el ceño mientras caminaban tras ella.
—¿Tercer piso? Pensé que el segundo era el máximo nivel reservado para invitados de alto perfil.
La asistente volteó a medias y respondió con tono respetuoso.
—Eso era antes, señor Xiay. El tercer piso es una nueva ala recién inaugurada, exclusiva para familias de renombre, líderes de gremios mayores y... clientes con influencia especial. La señorita Liam dejó instrucciones precisas: esta noche, la familia Nozen de entre muchos de los invitados merecen lo mejor.
Inei, caminando justo detrás de su padre, no dijo nada, pero notó las miradas de asombro e incluso cierta incomodidad de algunos nobles que esperaban su turno en la entrada. Claramente, no todos eran invitados a ese nivel.
Mientras ascendían por una escalera de mármol con barandales de cristal encantado, el ambiente se volvía más lujoso. Ya no había murmullo de multitudes, solo el leve susurro del viento mágico y la voz suave de la asistente guiándolos por un pasillo adornado con arte antiguo y sellos de protección.
Al llegar a una puerta doble con inscripciones brillantes en oro, la joven se detuvo.
—Aquí es. Esta sala ha sido insonorizada y preparada con energía estabilizadora. Desde aquí podrán ver toda la subasta con claridad, y los objetos podrán enviarse directamente por canales internos si desean realizar una compra privada.
La puerta se abrió. Dentro, un amplio salón con ventanales de cristal tintado, cómodos sillones de cuero azul oscuro, una mesa central con bebidas espirituales y frutas espirituales frescas... todo dispuesto con un nivel de detalle que solo los clientes verdaderamente especiales podían disfrutar.
Ziyu miró el lugar con calma, aunque sus ojos brillaban ligeramente. Su padre Ethan cruzó los brazos y sonrió.
—Carajo esto si es primera clase, pero me da curiosidad... ¿Qué trato tienen ustedes con la Srta. Liam? La subasta pasada también fueron recibidos por ella.
Xiay que estaba a su lado, suspiro y cerro sus ojos.
—Yo aun no se con exactitud el porque del trato, lo único que ella me dijo fue que le debe mucho a Inei. ¿Sabes algo que yo no, hijo?
Inei negó con la cabeza, frunciendo ligeramente el ceño mientras observaba el amplio salón desde el ventanal que daba al escenario principal de la subasta. A lo lejos, los asistentes seguían entrando, sin notar siquiera que, muy por encima de sus cabezas, observaban los verdaderos invitados de honor.
—No recuerdo haber conocido personalmente a la señorita Liam —dijo Inei con honestidad, cruzándose de brazos—. Tal vez haya habido algún malentendido.
Xiay alzó una ceja, escéptico, pero no presionó más. En cambio, fue Ziyu quien, sentada cerca de Inei, habló con voz suave.
—Ella es joven, quizás unos veinticinco años. Tiene el cabello rojo hasta la cintura, lo lleva siempre suelto, pero bien cuidado. Es bastante refinada… No parece alguien del mundo común. Cuando habla, lo hace con una calma que da miedo.
Inei chasqueó la lengua suavemente, pensativo.
—Cabello rojo… —murmuró—. He visto a muchas mujeres con esa característica, Ziyu. Más de la mitad se tiñen el cabello de colores vivos últimamente.
Ziyu se encogió de hombros, sin molestarse.
—No lo digo como si fuera una rareza. Pero hay algo más: sus ojos también son rojos. No como rubíes o por una técnica espiritual de cambio… sino naturalmente rojos. Profundos. Como si estuvieras viendo llamas en calma.
Fue entonces cuando la esposa del patriarca Ethan con mirada afilada y gesto inteligente se inclinó ligeramente hacia el grupo, su tono mesurado pero lleno de certeza.
—También tiene una marca de fuego en la frente… aunque suele cubrirla con un ornamento floral. De esos que las mujeres de nobleza alta usan como adorno… con flores doradas. Algo tradicional, pero muy distintivo.
—¿Una marca de fuego? —repitió Inei.
Un recuerdo, oculto tras capas de polvo y silencio, emergió de golpe. Como una corriente liberada por una grieta súbita.
Oscuridad.
El sonido del viento silbando entre las ruinas.
Y luego, el olor metálico de la sangre.
Inei estaba allí, de pie, aún muy joven… muy niño, sus brazos temblando, y sus manos completamente cubiertas de sangre.
Frente a él, un grupo de hombres yacía en el suelo. Algunos inconscientes. Otros… inmóviles.
Y a pocos metros, una joven lo miraba.
Vestido rojo. Cabello rojo como fuego. Los ojos abiertos de par en par, brillando como rubíes encendidos por el miedo… o la fascinación.
Estaba sentada en el suelo, con la espalda contra una columna destruida. El adorno en su cabeza —Una tiara con flores doradas— temblaba levemente con el viento que atravesaba el lugar.
La marca en su frente centelleaba apenas bajo la sangre que salpicaba el aire.
No gritaba. No huía. Solo lo miraba… como si hubiese visto algo imposible.
Como si lo hubiera reconocido.
Inei parpadeó, de vuelta en la sala privada. Sus ojos se quedaron fijos en su reflejo en el cristal del ventanal.
Xiay, que estaba a su lado, giró lentamente el rostro.
—Parece que recordaste algo hijo...
Dijo con su voz más suave de lo normal, Inei se acomodo en el mueble de lujo, su espalda recta, sus ojos vagaron por momentos, entonces el sutil y suave tacto en su hombro lo despertó.
Lucia de pie frente a el, lo miro con una sonrisa maternal que trasmitía su apoyo. Ziyu y Yeryn a ambos lados Inei tomaron sus manos para calmarlo.
—Tal vez… —dijo en voz baja—. Tal vez sí la conozco.
—No debe ser un recuerdo agradable para ti, si te pone de esa manera.
La madre de Ziyu y esposa de Ethan se inclino desde su asiento para poder ver mejor a Inei. Ziyu se atrevió a alzar la mano de Inei para poder besarla, Inei la miro, sonrió y extendió más su mano para acariciar la mejilla de su prometida.
—Fue la primera vez que mate a alguien.
Sus palabras pusieron los pelos de punta a las personas que lo rodeaban, Xiay parpadeo varias veces y se inclino hacia el desde el otro mueble.
—Hijo ¿Cómo es eso de que mataste a alguien?
…Lucia bajó la mirada, y con un suspiro profundo, intervino antes de que Inei pudiera responder.
—Fue poco después de que Lizbell muriera —repitió, como si cada palabra pesara más que la anterior—. Y el mismo día que los ancianos desterraron a Hestia. Inei… no pudo soportarlo. Dos golpes tan grandes para alguien tan joven. Salió de la mansión sin avisar. Con el objetivo de traer de vuelta a Hestia, pero… no la encontró. Lo que encontró fueron ruinas olvidadas. Y dentro de ellas…
Lucia hizo una pausa. Nadie se atrevió a interrumpirla. El silencio era tan denso que podía sentirse como una segunda piel.
—…unos bandidos habían capturado a una niña. Una joven, cabello rojo con una tiara de flores doradas... para cuando yo llegue ya era tarde —Lucia desvió la mirada por un instante—. Sus manos ya estaban manchadas.
Xiay se enderezó con el ceño fruncido, apretando los puños sobre las rodillas. Ziyu y Yeryn miraron a Inei con mezcla de sorpresa y compasión, pero no retiraron sus manos. No huyeron de él.
Inei exhaló muy despacio.
—No recuerdo muy bien los hechos —dijo al fin—. Solo… escenas sueltas. Voces distorsionadas. Gritos. Todo es muy borroso
—Es normal —dijo Lucia, alejándose con paso suave—. Eras un niño. Nadie debería vivir algo así a tu edad. Y mucho menos cargarlo solo.
Entonces, con un gesto gentil, puso una mano sobre el hombro de Xiay, como si supiera que incluso para el patriarca Nozen, escuchar eso era devastador.
Ziyu se giró lentamente hacia él, su voz fue apenas un murmullo:
—¿Esa niña... podría ser… la señorita Liam?
Inei dudó. Su mente volvía a esa imagen: la muchacha temblando entre las ruinas, el adorno floral, la marca de fuego en la frente.
—No estoy seguro… —confesó—. Pero si lo es, entonces…
—Entonces ella te debe más que un simple favor —murmuró Ethan, quien hasta ahora se había mantenido en silencio, su mirada profunda y atenta—. Te debe la vida. Y posiblemente… mucho más.
Yeryn, que aún sostenía la otra mano de Inei, se inclinó apenas, su cabello cayendo hacia adelante como un velo suave.
—Inei… tú siempre te culpaste por cosas que no entendías. Pero ahora veo que, incluso entonces… tú fuiste tú.
Inei bajó la mirada por un instante, dejando que esa frase lo atravesara. En su pecho, la memoria dolía…
De pronto, una suave campana resonó por el pasillo exterior.
La subasta estaba por comenzar.
Lucia miró a Inei una vez más antes de tomar asiento, con la elegancia propia de una reina no coronada.
—No huyas de lo que hiciste. Esa niña… no te ve como un asesino. Te ve como su salvador.
Inei asintió lentamente, permitió que una sonrisa muy tenue cruzara su rostro. Miró hacia el escenario a través del cristal tintado, y sus ojos se posaron en la figura que comenzaba a caminar hacia el estrado principal.
Una mujer de vestido negro con bordes de dragones rojos. Cabello suelto, como llamas vivas. Una tiara de flores… que a ojos de verdaderos expertos no lograba del todo ocultar una vieja cicatriz, como una flama que jamás se apaga.
Ziyu susurró, con el corazón latiendo fuerte:
—Es ella…