—¿Qué es aquello que no cierra los ojos incluso mientras duerme? —preguntó la décima estatua, exudando una fuerza serena.
—Un pez —respondió Kent sin titubear.
El escalón centelleó y se tornó dorado, y la décima estatua se inclinó. La determinación de Kent era inquebrantable al subir a la undécima plataforma.
—¿Qué es aquello que viaja solo y, sin embargo, nunca está solo? —formuló su pregunta la undécima estatua, cuya expresión era serena.
—Sol —contestó Kent, recordando la sabiduría eterna.
El escalón se iluminó dorado, y la undécima estatua se inclinó profundamente. Kent ascendió al duodécimo peldaño con vigor renovado.
—¿Qué es aquello que, aunque lleno, permanece vacío? —preguntó la duodécima estatua, sus ojos como profundos pozos de conocimiento.
—Una nube —replicó Kent pensativo.
La transformación a oro fue rápida, y la duodécima estatua se inclinó en señal de reconocimiento. Kent avanzó, alcanzando el decimotercer paso.