Después de vagar durante medio día y recorrer cien millas, Kent y Tata Lan se detuvieron ante un trono de piedra, situado como si fuera un ser vivo. En el camino, ambos recogieron varias hierbas valiosas.
El trono ante ellos, estaba sobre una alta plataforma, accesible por una gran escalera con 32 peldaños. Cada peldaño tenía una estatua de una guerrera, cada una en una pose diferente, sosteniendo diversas armas con una mirada de vigilancia severa.
El aire alrededor del trono parecía cargado de una energía antigua, una fuerza invisible que hizo que los pelos del cuello de Kent se pusieran de punta. Él sentía que algo estaba mal, los ojos de las estatuas parecían seguirlos a medida que se movían. El trono mismo desprendía un aura palpable, como si fuera consciente de su presencia.
—Gran hermano, ¿por qué pierdes el tiempo ante esta estatua de piedra? Vamos... hay varias hierbas en el camino adelante —dijo Tata Lan, su rostro marcado con confusión.