Para empezar, creo que debemos explicar un poco sobre nuestra sociedad y nuestra raza. Aunque en este punto de la historia no se nos llamaba aún los Vigilantes, las demás especies del universo solían referirse a nosotros como los Antiguos. Sin embargo, la mayoría de nosotros preferimos el nombre Edens, por una vieja leyenda sobre la creación del universo.
Nuestra especie tiene una vida extremadamente larga. Es un hecho que, si no nace nada peligroso en el camino, viviremos miles de años. El problema es que los accidentes suelen ocurrir con facilidad, dependiendo de en qué nos especialicemos.
Algunos son tan imprudentes que terminan explotando en experimentos fallidos; los exploradores a veces se topan con criaturas que intentan devorarlos, y los arqueólogos... bueno, las trampas antiguas aún funcionan bastante bien. Así sucesivamente.
Tendríamos un problema de población si no fuera porque, en algún momento, un mago excéntrico (o increíblemente solitario) diseñó la matriz genética —o como tiernamente la llamamos, la fábrica de bebés. Este dispositivo toma los genes de dos individuos funcionales y crea un bebé a partir de ellos.
Poco después de su creación, algunos usuarios comenzaron a "ponerse creativos", y ahora muchos de nuestra especie tienen orejas, colas, alas o antenas. La matriz optimiza el ADN para obtener lo mejor de cada muestra: mejor oído, mejor visión, vidas aún más largas.
Como dicen: “Si vives 200 años, al menos puedes pensar en tener hijos… porque después seguro lo olvidarás.”
Sí, las vidas demasiado largas también tienen sus problemas.
Nuestra estructura social se divide principalmente por etapas de edad. En los primeros años —de los 0 a los 4— somos llamados números. Al nacer, nuestros padres nos otorgan un nombre que queda grabado en nuestra alma, pero este se oculta mediante un número asignado por el sistema. A los 4 años, podemos elegir un nuevo nombre por voluntad propia.
Desde los 8 hasta los 67 años, estudiamos en una de las muchas academias dispersas por el mundo. Durante ese tiempo, se nos llama aprendices seguido del nombre que elegimos. Después de eso, nos graduamos. Algunos pocos lo logran antes, pero es raro.
Si alguien abandona la academia antes de finalizar sus estudios, se le considera un forajido. Si permanece y los completa, su nombre se borra de los registros y es reemplazado por el de su profesión. A partir de entonces, todos sus logros se archivarán bajo ese título.
Muchos bromean con que, si vives lo suficiente, terminas como concejal bastardo, pero eso no es más que humor juvenil. Aquellos que superan el milenio suelen volverse menos aventureros y más inclinados a las políticas y debates filosóficos.
La autoridad máxima de cada profesión forma parte del Cenado, un consejo compuesto por las mentes más brillantes de nuestra especie. Son ellos quienes crean nuestras leyes. El único inconveniente es que los genios, en ocasiones, no están del todo cuerdos.
Bien, ya hablé de política, raza, leyes y estructura social. Creo que es hora de comenzar con lo que fue mi historia de vida.
Ay, qué dramático… pero lo cierto es que fui parte del grupo que causó todo lo que vino después.
Casi lo olvido: al principio, nuestras leyes eran más bien decorativas. Estábamos demasiado centrados en nuestros trabajos como para causar daño. Éramos tan introspectivos que no nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer. Más interesados en la diplomacia, en obtener conocimiento, que en la guerra.
Demasiado encantadores como para despertar envidia o codicia en las demás especies.
Nunca buscando nada más que conocimiento...
Hasta que eso sucedió.
Íbamos tan bien como civilización: dejando legados, marcando vidas, aprendiendo y devorando conocimiento.
Si no nos hubiéramos metido con una de las leyes fundamentales del universo… es un hecho que todo habría sido distinto.