Empecemos antes de que todo cambiara... unos años antes.
Para comenzar las cosas y dar a entender otras, es mejor empezar con mis primeros años en la academia.
Tenía 8 años cuando fui inscrito en la academia. Como todos, ya sabía leer, escribir, matemáticas básicas, algunos idiomas diferentes, los hechizos más comunes y todo eso.
(Ups, creo que olvidé mencionar que somos muy inteligentes. Nuestro cerebro se desarrolla primero, así que solemos captar y recordar todo casi desde que nacemos. El problema es comunicarte cuando tu cuerpo es tan torpe como... bueno, un bebé).
Al principio me costó acostumbrarme: gente que nunca había conocido. Crecí en una de las pocas zonas rurales del mundo, en una pequeña casa en los prados de Elicio. Tuve pocos amigos; aún nos enviamos cartas de vez en cuando. Aunque la tecnología ha avanzado mucho, no es nada comparada con la emoción de escribir una vieja carta de papel, buscar el papel correcto, los sobres y estampillas, sin olvidar el sello de cera y miel.
En aquel tiempo fue maravilloso.
Pero a medida que pasó el tiempo, me acostumbré al horario de la academia y a sus estrictas políticas.
Tenía un amigo que solía llamarlo “internado académico”. Después de todo, eso era: 59 años de estudios, solo con tus compañeros, cámaras y vigilancia por todos lados, casi sin profesores presentes.
La mayoría de programas o clases son dados por inteligencias artificiales que enseñan los conceptos básicos.
Los primeros 15 años del plan de estudios se basaron en estrategias de investigación, y solo podíamos volver a casa durante dos semanas al año.
(Aunque las semanas duran 14 días, y también solíamos tener un día libre de estudios).
Ahora que lo pienso, para nosotros solo fue una academia, pero una vez el arquitecto me contó que para otros planetas esas estructuras eran llamadas “ciudades academia” o “megaescuelas”.
Tiene sentido: vivimos 59 años en ellas y la mayoría se queda para seguir trabajando. Es normal necesitar más espacio y tiendas.
Bueno, poco después de terminar mi año número 15, y cuando iba a elegir lo que sería mi especialización o carrera, conocí a alguien que cambiaría mi vida, formaría gran parte de mi futuro.
Alguien a quien nunca sabría si amar u odiar por el resto de mi vida.
Lo recuerdo como si fuera hoy... hace unas horas.
Aún era primavera. Acababa de terminar mi última clase del año, llevaba un bolso al costado y revisaba desde mi pulsera orográfica los folletos de las diferentes carreras que tenía para elegir.
Al estar demasiado distraído de la realidad, mis lentes resbalaron por mi nariz y, mientras los ajustaba —aún sin detenerme ni dejar de mirar los folletos—, tropecé con alguien y ambos caímos al suelo.
Aún recuerdo el dolor de la caída y mi vergüenza por ir distraído. Traté de levantarme rápido y ofrecí ayuda a quien choqué, pero la otra persona actuó primero.
Mientras intentaba ponerme de pie, me entregó mis anteojos.
Hasta ese momento no había podido ver bien, y en cuanto tuve los lentes puestos quedé sorprendido.
Frente a mí tenía a una de las personas más hermosas que había visto: cabellos rojos intensos, ojos amatista, piel blanca y perlada.
Por un instante me sentí como el ser más feo de la existencia.
Yo, con mi suéter holgado, una bata blanca, pantalón negro, camisa fuera; de piel pálida por estar tanto tiempo en el laboratorio, ojeras de no haber dormido hace semanas.
La única razón por la que no estaba sucio era por la rigurosa desinfección del laboratorio, pero el desorden y la falta de cuidado de mi persona era obvio.
Mi cabello negro azulado estaba revuelto, y mis ojos plateados estaban casi rojos por la falta de sueño.
Al final, parecía un desastre andante o un científico loco.
En comparación, la persona frente a mí parecía un ángel. No podía distinguir su género: facciones refinadas, llevaba un jersey de cuello alto con una sudadera grande encima que escondía su figura y pantalón blanco puro, al igual que el jersey.
Cabellos rojos hasta los hombros, intensos ojos amatista, labios rosados y una piel blanco perlado...
Era simplemente hermosa.
Claro, la observación solo requirió unos microsegundos. El problema vino cuando tuve que hablar.
Mi voz sonó fría y monótona, debido al nerviosismo y el cansancio.
—Perdón por tropezar contigo.
Traté de escapar caminando por el costado, pero me detuvo.
Su voz salió melodiosa de sus labios, un poco grave pero aún infantil, igual que la mía.
A pesar de nuestra edad, seguimos creciendo bastante lento. Parecer humanos de doce años es bastante inconveniente, pero ahora eso parece jugar a mi favor. Menos mal que no estamos en la pubertad.
Su voz era demasiado cautivadora:
—Detente ahí, pareces muerto de pie.
Le miré con desconcierto.
—No es de tu incumbencia.
Mi respuesta fue aún más fría que antes. Su rostro se puso rojo de ira, y antes de que comenzara a gritar, me di la vuelta y seguí caminando hasta la sala de asesoramiento.
Su voz se escuchó detrás de mí diciendo algo, pero decidí ignorarlo.
Después de eso, no nos vimos por un tiempo. Y si no fuera por la gran impresión que me dejó, habría olvidado su presencia.
La siguiente vez que nos vimos fue muy diferente.
Era un día cálido de primavera. Me encontraba en uno de los tantos jardines de la academia, sentado en una banca a la sombra de los árboles, los vintus cantando y el sonido de las hojas chocando por el viento.
Mientras mi mente volvía a pensar en qué especialidad elegir, se escucharon unos pasos acercarse y detenerse frente a mí.
Fue entonces cuando un silencio incómodo se presentó.
Alcé mi mirada para ver qué sucedía, y le vi frente a mí.
La única diferencia era que, al tener mi mente más clara —ya no fatigada por la falta de sueño—, me di cuenta de que teníamos casi la misma edad.
Además, esta vez llevaba una bata de laboratorio sobre la sudadera, y esta última era de un violeta pastel en vez del verde.
—¿Qué quieres? —pregunté.
Mi voz volvió a sonar fría. Al menos comienzo a aceptar que no solo era el cansancio al hablar… suelo sonar bastante carente de emoción, a menos que se trate de experimentos.
—Nada, solo pensé que eras maleducado por haberte tropezado conmigo antes y no disculparte con sinceridad. Pero ahora me doy cuenta de que es solo tu tono de voz.
Al terminar su pequeña perorata, se sentó a mi lado y volvió a hablar:
—Eres bastante difícil de localizar fuera del laboratorio.
—Suenas como un acosador.
Luego de mis palabras, se puso un poco nervioso y comenzó a negarlo con fuerza. Me causó bastante diversión.
—Solo quería saber si estabas bien. Esa vez parecías muerto de pie.
Su voz sonó algo divertida y preocupada. Me llamó la atención lo marcadas que eran sus emociones.
—Aún no sé tu género.
Su cara de sorpresa me provocó aún más gracia.
—Soy un hombre, maldito bastardo.
La indignación en su tono hizo que soltara una pequeña risa. Era muy divertido burlarse de él.
—Mis padres están casados.
Al parecer, mi respuesta le sorprendió. No es normal que nuestra especie se case; vivimos demasiado tiempo, además de estar demasiado centrados en nuestras investigaciones.
—¿Cómo sucedió eso?
Lo habría ignorado como al resto, pero en su voz se notaba verdadera curiosidad, sin ningún grado de malicia.
Así que decidí contarle sobre mis padres, el cómo se conocieron trabajando en el mismo proyecto y cómo terminaron enamorándose.
Ambos son excesivamente cariñosos, y el hecho de que tenga cerca de 20 hermanos lo demuestra. Suelen tener un hijo cada 100 años aproximadamente.
En serio, tengo una de las familias más extrañas en nuestro planeta.
Al terminar de contar mi historia, soltó una carcajada.
—Deben ser reuniones familiares muy divertidas.
—Sí, lo son.
Mi voz tenía un extraño tono cálido.
Luego recordé que era por eso que tenía problemas para elegir carrera: no quería tener el mismo título que el resto de la familia.
Ser comparados entre nosotros ya era bastante malo; tener que llevar el mismo nombre sería horrible.
Solo pude soltar un suspiro de frustración.
—¿Qué sucede?
Su pregunta me sacó de mi trance. El tono de preocupación me sorprendió.
Debí haber guardado silencio e ignorar su pregunta, pero sus ojos sinceros me hicieron responder:
—Aún no sé qué carrera escoger. Tener la misma profesión que algunos de mis hermanos no es una buena idea.
Y si elijo la de alguno de mis amigos, solo causará confusión.
Mi voz, que suele ser monótona y fría, sonaba desganada y sin ánimo.
Cuando vi su hermosa cara, que me veía como si fuera estúpido, tuve el impulso de golpearlo. Debí haberlo hecho.
—¿Por qué me miras así?
—Eres imbécil.
Realmente debí haberlo golpeado.
—¿Por qué no escoges ser investigador general?
Su mirada de superioridad al sugerir algo que ya había pensado solo hizo que aumentara el impulso.
—Ya lo había pensado, pero no tengo muchas ganas de tener que estudiar cerca de 100 años para una de las pocas carreras que lo exigen.
Mi tono monótono había vuelto con toda su fuerza, y su caída de autoestima había sido un poco refrescante.
Aun así, después de mis palabras, estuvimos sentados un par de horas, en las que intentó convencerme de ingresar en esa carrera.
Firmé mi sentencia cuando terminé rindiéndome ante su insistencia y le di la razón.
Si hubiera sabido que el resto de nuestra estadía académica sería similar, habría huido y borrado su existencia de mi memoria.
Pero para mi desgracia, solo pude sonreír ante su insistente entusiasmo.
Ya era demasiado tarde para ir a inscribirme, por lo que decidimos juntarnos frente al edificio principal.
Traté de arreglarme lo mejor posible para no verme tan mal al estar junto al pelirrojo.
De camino al edificio principal, me di cuenta de que nunca pregunté su nombre.
Debí haber seguido manteniendo esa distancia.
Cuando llegué al lugar acordado, lo vi esperándome, apoyado en uno de los inmensos pilares blancos.
Su imagen destacaba. Aunque llevaba su ropa usual, su cabello rojo resaltaba enormemente.
No pude evitar detenerme a observar, ya que uno de los vintus bailaba a su alrededor.
Su apariencia irreal parecía una fantasía.
Quizás fue porque me quedé mirando por mucho tiempo, pero de pronto levantó la mirada hacia mí y sonrió.
Sentí que el oxígeno salía de mis pulmones.
Mis amigos dijeron que fue el momento en que me enamoré de él.
Yo digo que fue el momento en que parte de mi existencia perdió su sentido.
Me acerqué como si nada hubiera pasado y saludé con una mano.
Mientras el pequeño vintus se fue volando, había dejado una pluma celeste en su cabello rojo.
Alcé mi mano y se la quité del cabello, guardándola en uno de los bolsillos de mi bata.
Aún la tengo, guardada en uno de mis viejos diarios de investigación.
Después de saludarnos, comenzamos a dirigirnos a la oficina de registro.
Antes de entrar, de pronto se detuvo, se giró hacia mí y dijo, con el tono de voz más suave que le había escuchado:
—Ahora que lo pienso, nunca nos presentamos… ¿verdad?.
Extendió su mano hacia mí y dijo:
—Encantado de conocerte, me llamo Fleim, del clan de las Llamas Mágicas.
Me sorprendió bastante que llevara un título adjunto a su nombre. Esos no suelen ser muy comunes; solo se dan a familias que emiten un rasgo muy distintivo sin importar las generaciones, aunque la mayoría suele ignorarlo. A veces es necesario.
Extendí mi mano hasta la suya y junté nuestras palmas en forma de saludo formal.
—Encantado de conocerte, me llamo Lunix, y espero que seamos unidos.
Su sonrisa cegadora fue alucinante. Me recordó a las luces de estrellas que dieron forma a mi nombre.
Después solo soltó mi mano y siguió caminando.
Nunca debí haber aceptado ese saludo.
Al entrar a la oficina correspondiente, la secretaria robótica nos dio la bienvenida y nos guió a la pantalla correspondiente. Cuando llené el formulario de profesión y lo envié, fue aceptado inmediatamente y se me entregó el horario.
Al darme la vuelta, me di cuenta de que él se venía acercando con otro conjunto de papeles. Me sorprendió que no estuviera ya registrado, así que le pregunté:
—¿En qué carrera entraste?
Mi voz monótona pareció sacarlo de sus pensamientos.
—Mi familia suele tener magia muy volátil, por lo que nos inscribimos en carreras que tengan que ver con magia. Así que decidí entrar en Investigación Mágica, para poder tener clases contigo.
Su sonrisa deslumbrante había vuelto.
Solo pude sonreír de vuelta. Su felicidad era demasiado contagiosa.
Mientras caminábamos por uno de los muchos pasillos que dirigían al comedor, continuamos nuestra conversación para conocernos. Hablamos de nuestras familias. Al parecer, es hijo único, pero supo que su madre estaba pensando tener otro hijo con un amigo. Habló sobre sentirse sola en casa.
Solo pude pensar en por qué no compra una mascota. Claro, ellas viven más años y no tienen que irse de casa a los 8 años, solo volviendo de vez en cuando.
Dijo que su abuelo fue quien crió a su madre y que ella sigue diciendo que solo tiene 500 años, siendo que ya tiene casi 2000. Me sorprendió lo diferentes que son nuestras familias. Digo, tengo dos padres, extrañamente cariñosos, que se la pasan todo el tiempo pegados el uno al otro o a sus hijos. Suelen llamarnos casi todos los días, a mí y a mis hermanos. Además de que tengo 19 hermanos mayores, la mayoría sobreprotectores e igual de cariñosos que mis padres.
Al llegar al comedor, cada uno pidió algo totalmente distinto. Solo otra señal de que no era buena idea mantenernos cerca.
Sé que sueno repetitivo, además de que el traductor dice que soy dramático, pero si hubiera hecho caso a todas esas señales, las cosas habrían sido totalmente diferentes.
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Vintus: Tipo de ave nativa del planeta. Es pequeña como un colibrí, con pico corto, plumaje blanco y largas plumas en la cola que presentan colores fríos. Se alimenta de pequeños insectos y su canto tiene la capacidad de calmar la mente. Suelen brillar durante la noche.