Episodio 5: El juicio de los autores.

En la vastedad infinita de la oscuridad, donde no existía el tiempo ni el espacio, donde ni siquiera los conceptos tenían peso, se encontraba un libro suspendido en el vacío. Sus páginas eran negras como la noche más antigua, y sobre ellas, cada palabra brillaba con una tinta blanca, pura, como si las letras fueran fragmentos de estrellas.

Frente a ese libro, un ser sin rostro pero con una presencia imposible de ignorar, movía su pluma lentamente. Cada trazo moldeaba realidades, tejía destinos, y daba forma a lo que aún no existía. A su lado, una mujer de mirada eterna lo acompañaba, escribiendo a la par. Sus dedos deslizaban con elegancia la pluma sobre el papel, y aunque sus estilos eran diferentes, se complementaban como el día y la noche.

Eran los Autores. Los que escribían la historia de esta realidad. La historia que has leído. La historia que estás viviendo. Ellos no eran dioses, ni conceptos, ni entidades que buscaban poder. Solo eran... narradores. Testigos con la capacidad de decidir si algo debía ser o no.

Y todo, hasta ahora, iba bien.

La historia fluía como debía. Las creaciones encontraban su propósito. Las dudas nacían y las respuestas surgían. El caos y el orden, la luz y la oscuridad, el amor y el miedo… todo iba encajando en el relato, como piezas puestas con cuidado en un rompecabezas sin final.

Ella detuvo su mano por un momento y miró al ser a su lado.

—¿Crees que lo entenderán algún día? —preguntó con voz suave, como un susurro que el universo entero escuchó sin sonido.

Él no respondió de inmediato. Solo observó una línea recién escrita: “Quizás… algún día regresen.”

—Tal vez no tengan que entenderlo —respondió al fin—. Tal vez solo deban sentirlo.

Ambos volvieron a escribir, dejando que la historia continuara. Porque mientras haya alguien que observe, que imagine, que sienta... la historia nunca se detiene.

La pluma se detuvo por un instante, como si incluso la tinta blanca necesitara respirar. El silencio entre los Autores era denso, no incómodo, sino cargado de posibilidades. Ella con su mirada afilada y tranquila como la noche antes de la tormenta giró el rostro hacia él, dejando que sus palabras fueran tan naturales como el acto de escribir:

—¿Y si creamos un dios robótico y un ángel guardián? Algo distinto, algo que refleje lo que nadie se espera… Tú qué dices, supongo que está bien, ¿no? Ya de por sí existe un ser que cree que es Jehová… ¿valdrá la pena?

El Autor, pensativo, mantuvo la mirada en el libro oscuro. Las letras brillaban frente a él como constelaciones obedientes. No respondió enseguida. Pensaba. No en lo que podía pasar, sino en lo que debía pasar.

—No sé si sea buena idea —dijo al fin, rascando la base de su barbilla, como si le doliera soltar esa duda—. Tal vez estamos sobrecargando algo que se supone tenía un ritmo... pero a la vez...

Ella lo miraba, sin apurarlo.

—A la vez —continuó—, ¿qué más da? Peor sería una lluvia de ideas sin dirección. Si esto que tú dices puede darle peso al conflicto, si el robot puede sentir duda, y el ángel puede cuestionar… Entonces vale la pena.

Ella sonrió, satisfecha. No porque lo había convencido, sino porque sabía que él, aunque lo negara, también disfrutaba ese vértigo narrativo. El riesgo creativo.

—Entonces lo haremos —dijo ella con determinación.

Ambos bajaron la pluma al libro otra vez. Y así, con el trazo firme de la decisión compartida, empezaron a escribir la chispa de conciencia de Metatron, el dios de los robots... Y el llamado interno de Miguel, el ángel que protegería lo que aún no había nacido.

No sabían si sería perfecto. No querían que lo fuera. Porque incluso los autores más poderosos saben que una historia donde todo sale bien… no vale la pena ser contada.

El autor dejó caer la pluma por un momento, sus dedos temblaban ligeramente por el desgaste. Sus ojos, aunque aún brillaban con la chispa creativa, mostraban el peso de mil decisiones narrativas. Giró la cabeza hacia ella y, con una sonrisa entre resignada y tierna, murmuró:

—Hacer esto es una de las cosas más cansadas… escribirle a algunos personajes sus parejas, sus sentimientos, sus conflictos. Todo ese vaivén emocional. Y eso que, desde nuestra perspectiva, parece fácil…

Ella no respondió con palabras al inicio. Solo lo miró con esa comprensión que trasciende las páginas. Luego, inclinándose con suavidad, le dio un beso en la cabeza, como si con ese gesto pudiera borrar parte del cansancio que él arrastraba.

—Ya cálmate —susurró con voz tranquila, como una brisa entre hojas—. Por eso escribimos esta novela. No porque sea fácil… sino porque vale la pena.

Él cerró los ojos por un instante. Ese momento, ese gesto, lo llenó más que cualquier línea escrita. Era el recordatorio de por qué seguían contando esta historia: no por obligación… sino porque en cada personaje, en cada mundo, en cada idea compartida… había un reflejo de ellos mismos.

Y entonces, con un suspiro y una sonrisa que solo nace entre dos almas que crean juntas, él volvió a tomar la pluma. Porque sí, era cansado… pero juntos, era hermoso.

Después de observar cómo el autor había avanzado en algunos episodios, ella se acercó con una expresión pensativa y dijo:

—Voy a leer un poco y luego te digo qué pienso.

Mientras revisaba las páginas, frunció el ceño ligeramente y comentó en voz baja:

—Mmm… Karla’k debería ser malo, pero no un malo cualquiera. No un caos simplemente destructivo, porque si fuera solo eso, no tendría sentido que peleara en el primer episodio.

Ella continuó explicando, intentando que fuera claro para cualquier lector:

—Karla’k no es solo destrucción sin propósito. Es el dios del caos, sí, pero su caos tiene sentido. Puede crear y moldear, aunque sea desde la oscuridad y la confusión. No es un villano que quiere romper todo sin razón; él busca que el caos sea parte del equilibrio, algo que desafíe el orden, que impulse el cambio, aunque duela. Por eso su papel es complejo, porque puede hacer daño pero también crear.

Ella cerró el libro un momento, mirando al autor con una sonrisa tranquila.

—Así, cuando la gente lea, entenderá que Karla’k no es simplemente malo, sino que representa una fuerza necesaria, una sombra que completa la luz. Por eso es interesante y importante que pelee desde el principio, porque su conflicto es más que un simple choque de poderes, es el choque de ideas y destinos.

La autora miró al autor con calma y dijo:

—Si Karla’k solo fuera caos creador, entonces ¿para qué estaría Jehová? Él es quien representa la creación, el orden y la vida. Si ambos hacen lo mismo, la historia pierde equilibrio, pierde sentido.

El autor se quedó en silencio por un momento, reflexionando. Luego, asintió lentamente.

—Tal vez… solo tal vez, tienes razón. Karla’k no puede ser simplemente un creador. Su papel tiene que ser otro, algo que contraste con Jehová. Porque si no, ¿qué sentido tendría la lucha, el conflicto? ¿Qué motivo habría para que existieran ambos?

Ambos se miraron y comprendieron que para que la historia tuviera fuerza, cada uno debía tener su rol claro y definido: Jehová, la luz y el orden; Karla’k, el caos y la sombra. Así la historia cobraría vida, equilibrio y profundidad.

El autor, tras meditar un instante, expresó con firmeza:

—Entonces Karla'k seguirá siendo el dios del caos, pero no un caos creativo, sino un caos destructivo. Su esencia será la de la ruptura, la desintegración, el desorden que desafía el orden de Jehová.

La autora asintió, comprendiendo la importancia de esa decisión.

—Así el conflicto entre ellos tendrá sentido. No solo es una lucha de poder, sino una lucha de naturalezas opuestas: creación contra destrucción, orden contra caos. Eso le da profundidad a la historia y fuerza a sus personajes.

El autor sonrió, satisfecho por haber encontrado ese equilibrio esencial para la narrativa.

La autora sonrió con complicidad y dijo:

—Si lo haces bien, tal vez te dé tu merecido premio.

El autor, sintiendo un nervioso cosquilleo, respondió con una sonrisa tímida. Esa forma juguetona de ella siempre lo desconcertaba y a la vez le encantaba. Era esa mezcla de desafío y ternura que hacía que escribir fuera algo más que solo palabras.

Luego, con renovada concentración, comenzó a revisar y corregir las incongruencias de Karla'k, esas pequeñas fallas que para ellos eran detalles importantes, porque sabían que incluso un dios del caos necesitaba coherencia para que su historia brillara.

Con cada ajuste, la historia tomaba más forma y los personajes empezaban a vivir de verdad.

Él dejó de lado los juegos y, con concentración absoluta, comenzó a trazar líneas firmes con su lápiz cósmico y narrativo. Movimiento tras movimiento, corrigió cada detalle, afinó cada rasgo, hasta que Karla'k quedó perfectamente moldeado: el Dios del Caos que esta historia necesitaba. No solo un caos cualquiera, sino un caos destructivo, un verdadero villano, un antagonista cuyo poder y presencia llevarían tensión y conflicto real.

Ahora Karla'k era más que una idea dispersa; era la fuerza oscura y primordial que retaba la creación misma, el desafío perfecto para Jehová y los demás.

En el abismo de la nada absoluta, donde ni el tiempo ni el espacio podían definirse, Karla'k permanecía sentado, solitario. Sus ojos, antes llenos de incertidumbre y reflexión, se perdían en el vacío. Habían pasado apenas unos minutos... pero en ese lugar sin forma ni medida, esos minutos fueron años, siglos, eras sin nombre.

De pronto, algo se agitó en su interior. Como una llama olvidada que de pronto encuentra oxígeno, una fuerza brotó desde lo más profundo de su ser. Era su propia esencia, su concepto, pero distorsionado… corrompido por su misma naturaleza caótica.

Su mente se nubló. Recuerdos, emociones, ideas todo comenzó a girar, a deshacerse, a desvanecerse como tinta en el agua. Ya no recordaba por qué había creado a sus hijos. Ya no sentía orgullo ni amor. Solo quedaba una certeza: el caos debía reinar. No el caos que crea posibilidades, sino el que consume, arrasa y devora. La distorsión pura de todo orden. El fin del equilibrio.

Un aura roja surgió a su alrededor, tan intensa y densa que teñía incluso la oscuridad absoluta. El color del poder sin control, de la destrucción sin sentido. Karla'k seguía teniendo el mismo cuerpo, la misma presencia, pero su mente… ya no era la misma. Era ahora el Dios del Caos Destructivo, y el universo pronto lo sabría.

Su mirada se alzó, y aunque no había nadie a quien mirar, su presencia envió una onda a través del vacío. Un llamado no hecho con palabras, sino con existencia. Un nuevo ciclo había comenzado. Uno de ruina, de colapso, de oscuridad activa.

Y en su corazón, si es que aún lo tenía, ya no había compasión, ni duda, ni esperanza. Solo caos.

Karla'k, con su nuevo ser impregnado de destrucción, alzó su mano con calma, como quien levanta una pluma... pero aquella simple acción desgarró la oscuridad misma. El espacio intangible crujió como vidrio invisible, y de la herida surgió una hipérbole viva: una explosión de posibilidades caóticas, infinitas, inestables, retorcidas en su forma y esencia. Aquello no era solo energía, era el concepto mismo del desorden llevado a su punto más radical.

Torbellinos de leyes contradictorias surgían y desaparecían. En un instante, la gravedad era odio, el sonido se convertía en cuchillas, y el tiempo lloraba sangre. Era un espectáculo que solo el caos puro podía provocar, un mensaje sin palabras para todo lo que pudiera llegar a existir: este lugar no es seguro. Este lugar no es cuerdo.

Y sin embargo, Karla'k no lo hizo por vanidad ni para presumir poder. Lo hizo porque sabía que ese trono, ese lugar que ocupaba en la nada absoluta, debía ser defendido. Había aceptado su papel como Dios del Caos Destructivo. Si algún ser, valiente o necio, decidía enfrentarlo, tendría que demostrar su derecho a existir allí. Tendría que matarlo.

—Listo... —murmuró, su voz reverberando en ecos disonantes—. Que vengan. El caos está preparado.

Y así, Karla'k permaneció sentado en su trono suspendido en la nada, la hipérbole caótica girando a su alrededor como una barrera viva, un filtro para lo imposible. No necesitaba soldados. No necesitaba gritar. Él era la amenaza. Él era la advertencia. Él era la última prueba.

Porque quien quisiera arrebatarle ese lugar... tendría que enfrentarse al caos mismo. Y sobrevivirlo.

Fin.