Morgan se quedó en silencio, inmóvil, observando al Zorath. En su mente se libraba una guerra silenciosa, preguntándose qué hacer con él, mientras el efecto del aturdimiento se desvanecía segundo a segundo. Pero algo quebró su concentración.
Sintió un tirón leve en su ropa, apenas perceptible, pero lo suficiente para arrancarlo de sus pensamientos. Giró lentamente la cabeza, y ahí la vio: aquella mujer, arrastrándose como un animal moribundo, con su cuerpo quebrado, deshecho, cubierto de tierra y sangre. Era la misma mujer que, momentos antes, había osado interponerse entre el Zorath y aquel niño... y había pagado el precio.
Morgan, impulsado por un instinto casi automático, se inclinó para ver en qué estado se encontraba, pero en cuanto estuvo a su altura, la mujer, reuniendo cada gota de fuerza que le quedaba, lo sujetó con fuerza de los hombros, arrastrándolo hacia su rostro. Sus ojos, dos pozos abismales de dolor indescriptible, se clavaron en los de Morgan, y con la voz quebrada por el sufrimiento, soltó un susurro envenenado que pesó más que un grito.
-Mátalo.
( Dijo la mujer mirándolo directamente a los ojos )
Morgan se quedó paralizado, atrapado en la gravedad de esa única palabra. La mujer, con la voz rota, repitió de nuevo:
-Mátalo.
La atmósfera se comprimió alrededor de Morgan. Su cuerpo comenzó a temblar. Esa mirada... Esa mirada. No había forma humana de describir lo que vio en ella: era dolor, odio, esperanza y desesperación, todo al mismo tiempo, amalgamados en un rostro que no debía tener ya fuerza para sentir nada.
La transformación de Morgan se desvaneció. Al levantar la cabeza, notó algo aún más aterrador: las demás personas que habían sido privadas de su libertad en aquella granja también lo observaban, inmóviles, en absoluto silencio, todos con esa misma expresión espectral. No necesitaba que hablaran. En su mente, sus voces gritaban al unísono, salvajes y urgentes, repitiendo las mismas palabras que la mujer le acababa de suplicar.
-Por favor, señor... le ruego... le ruego que lo mate.
La mujer rompió en llanto. Su llanto no era humano, era una súplica existencial, una súplica que no se detuvo ni un instante mientras sus labios seguían, casi automáticamente, repitiendo aquella condena: que matara al Zorath.
Y entonces las voces se hicieron reales. Aquellos que antes sólo lo miraban en silencio, comenzaron a alzar sus voces, primero uno, luego otro, hasta que todos, en un coro macabro, repetían una y otra vez lo mismo. Ya no era una petición. Era una exigencia.
Morgan, dominado por el pánico, se levantó abruptamente, dejando que el cuerpo de la mujer cayera al suelo como un trapo. Llevó sus manos al pecho, el dolor se intensificaba, su respiración era un jadeo caótico, cada inhalación un puñal. Retrocedía paso a paso, como si pudiera huir de esas voces, de esas miradas.
Pero no podía.
Esas voces lo seguían. Las manos de esas personas se extendían, suplicantes, vacías, como espectros, buscando sujetarlo, arrastrarlo hacia la decisión que no quería tomar, mientras repetían como una letanía maldita:
-Mátalo... mátalo... por favor... mátalo.
Morgan, con lágrimas surcando su rostro desencajado, negó lentamente con la cabeza, su voz apenas un susurro ahogado por la angustia.
-No... no puedo...
( Dijo Morgan con dificultad )
Y entonces, retrocediendo a ciegas, sintió algo firme tras de sí. Se dio vuelta y vio los pies del Zorath. Aún sufría pequeños espasmos residuales, pero ahora estaba completamente consciente. Observaba la escena con una sonrisa tétrica, como si todo aquel teatro macabro no fuera más que un entretenimiento para el.
El Zorath, trabándose al hablar, giró sus ojos vacíos hacia Morgan y, con una voz impregnada de cinismo, dijo:
-¿Qué pasa...? ¿No lo harás?
( Dijo el Zorath sonriendo )
Morgan no respondió. La mujer, negándose a rendirse, volvió a arrastrarse por el suelo, su cuerpo cubierto de tierra, sangre y lágrimas. Sus dedos, quebrados, rasgaban el suelo mientras susurraba, cada vez con menos aire, con la garganta destrozada:
-Por favor... tú eres el único... el único que puede... mátalo... te lo ruego... mátalo... ¡MÁTALO!
Su fuerza se agotó. Su cuerpo colapsó cediendo ante el cansancio cayendo al suelo por completo. Perdió la conciencia. Pero las voces... las voces no callaban. Ahora no pedían. Ahora exigían.
Hombres. Mujeres. Incluso la niña que aún respiraba. Todos, al unísono, con un tono que ya no pertenecía a este mundo:
-¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!
Y entre ese eco infernal, la voz más inesperada se unió al coro.
La del Zorath.
-Vamos... vamos... haz lo que te dicen. ¿Qué esperas? ¡Mátame, mátame, muchacho!
Y luego, con esa sonrisa tétrica , gritó junto a todos:
-¡Mátame! ¡Mátame! ¡Mátame!
Morgan, desesperado, se aferró a su cabeza, tirando de su cabello, intentando ahogar esas voces que ya se habían convertido en una tormenta dentro de su mente. Susurró entre dientes, con la voz de un niño que ya no soportaba más.
-Deténganse... deténganse... por favor... paren... paren ya...
Pero las voces no se detenían. El universo se redujo a una sola palabra: "Mátalo". Sus propios pensamientos se disolvieron, reemplazados por esa orden. Y cuando creyó que su mente no podía resistir un segundo más, escuchó algo peor: su propia voz, fría, distante, irreconocible.
-Mátalo.
El grito de Morgan desgarró el aire.
-¡YA BASTA!
Finalmente silencio . Todo quedó suspendido. Las personas dejaron de gritar, inmóviles, sus miradas clavadas en él. El Zorath, sin perder su sonrisa, lo contemplaba, satisfecho.
Morgan, vacío, tomó al Zorath por el pie y lo arrastró, alejándolo del establo, internándose en el bosque, tan profundo como sus piernas se lo permitieron. Lo soltó. Retrocedió unos pasos, apoyó su espalda en un árbol y cerró los ojos.
Quería pensar. Necesitaba pensar.
-¿Qué estás haciendo?
( Dijo el Zorath sonriendo )
Morgan giró la cabeza hacia él. No respondió. Solo lo observó, serio, antes de gritar y empezar a golpear su cabeza, levemente, contra el tronco del árbol.
-Estoy pensando.
( Dijo Morgan seriamente )
-¿Y en qué piensas?
( Respondió el Zorath con dificultad )
-Pienso... en qué voy a hacer contigo.
( Dijo Morgan, mientras seguía golpeando su cabeza contra el árbol )
El Zorath soltó una risa rota, quebrada, pero cargada de burla.
-¿Entonces no lo harás? ¿No me matarás? A pesar de que esas bestias te lo rogaron por qué lo hicieras... ¿no lo harás?
( Dijo el Zorath, entre risas ahogadas )
-¡NO! ¡Por supuesto que no!
Gritó Morgan, furioso, golpeando el árbol con todas sus fuerzas, sus nudillos sangrando. Comenzó a caminar en círculos, desesperado, como un animal enjaulado.
-Puede que para ti sea algo simple, algo trivial, quitarle la vida a alguien... pero para mí... no es así. ¡No es algo que se deba hacer! Es una línea que no se debe cruzar,Y sin embargo, tú y ellos... me piden que lo haga, como si fuera lo más natural del mundo... ¡pero carajo, no puedo! Simplemente¡No puedo!
( Dijo Morgan, con dolor y furia )
-¡No soy un asesino! ¡NO SOY UN ASESINO!
( Gritó Morgan, entre lágrimas de ira y desesperación )
La sonrisa del Zorath, finalmente, se desvaneció. Ahora su rostro mostraba nada más que decepción.
-Déjame darte un consejo, joven. No sé qué pretendes... o cuál es tu propósito... pero en esta vida, todo se resume a dos simples cosas: acciones y consecuencias. Un día, decisiones como esta... te alcanzarán. Y créeme... tu frágil espíritu no soportará el peso de las consecuencias.
Si quieres sobrevivir en este mundo, debes estar dispuesto a hacer lo que sea necesario. A pagar el precio que haga falta. Mira en qué situación estoy yo... todo lo que hice, cada acto, cada elección, me trajo hasta aquí. Hasta este preciso momento, donde sufro las consecuencias de mis actos. Y, ¿sabes qué? No me arrepiento de nada. Incluso, si pudiera... lo volvería a hacer.
Pero dime tú, niño... cuando llegue el día en que las consecuencias de tus decisiones te alcancen... ¿podrás aceptarlas? ¿Podrás abrazarlas con la responsabilidad que ameritan? Piénsalo.
Morgan quedó helado. Incapaz de hablar. Incapaz de moverse.
El Zorath, en ese instante, comenzó a emitir extraños sonidos con la boca. Luego, lentamente, la abrió, revelando una pequeña cápsula entre sus dientes, apretada con fuerza.
-Oye... ¿qué estás haciendo?
( Dijo Morgan, sorprendido )
El Zorath esbozó su última sonrisa.
-Recuerda esto, caballero: acciones... y consecuencias.
Y sin dudarlo, mordió la cápsula.
Morgan intentó abalanzarse, detenerlo, impedirlo. Pero ya era tarde. El Zorath comenzó a convulsionar, su sonrisa permaneciendo intacta, como si la muerte fuera su último triunfo.
La escena que siguió fue una grotesca pesadilla: su piel derritiéndose, su sangre evaporándose en el aire, su carne descomponiéndose a una velocidad antinatural, hasta que lo único que quedó fue su esqueleto, recostado contra la base del árbol.
Y aún entonces, aún cuando su cuerpo había desaparecido, esa sonrisa seguía ahí. Esa expresión que parecía susurrar: "Ahh... estoy satisfecho."
Morgan se quedó inmóvil, atrapado en la imagen, sintiendo que su alma se desgarraba.
Sin decir una palabra, emprendió el camino de regreso, solo, con sus pensamientos ardiendo en la mente. Reviviendo cada segundo de cada minuto desde que el llegó a este mundo, cada mirada, cada súplica, cada grito.
Este era su nuevo mundo.
Y apenas era el principio.
Fin del capítulo.
Próximo capítulo: Este mundo debe cambiar.