CAPÍTULO 7: Ecos en los Pasillos

Arco 1: Academia Shiroi

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El día comenzó como cualquier otro en la Academia Shiroi. Haruto y sus amigos ocupaban sus asientos habituales en el aula, donde Renji repasaba sus notas mientras Mikasa intentaba convencer a Yuta de compartir su almuerzo. Emi, como siempre, permanecía tranquila, escribiendo en su cuaderno con delicadeza. Aya, recién adaptada al grupo, ayudaba a Haruto con un problema matemático que él no lograba entender del todo.

Todo parecía transcurrir con normalidad, pero esa mañana el ambiente en los pasillos era inusualmente tenso. Los estudiantes susurraban en voz baja, lanzando miradas inquietas hacia un grupo de chicos de tercer año que se apoyaban en las paredes del corredor principal.

—¿Notaron algo raro hoy? —preguntó Mikasa mientras sacaba su libro de historia.

—¿Te refieres al hecho de que los de tercer año están actuando como si dominaran el colegio? —respondió Yuta, sarcástico.

—Es más que eso —dijo Emi en voz baja, mirando hacia la puerta. —He oído rumores. Algo sobre un estudiante que dejó de venir a clases.

Haruto levantó la vista de su cuaderno, intrigado. —¿Dejó de venir? ¿Por qué?

—No lo sé exactamente, pero dicen que tuvo problemas con un grupo de chicos —continuó Emi, bajando aún más la voz.

Renji se acomodó las gafas, adoptando una expresión seria. —Podría ser algo grave. Aunque no nos afecta directamente, quizá deberíamos averiguar más.

Mikasa bufó, cruzándose de brazos. —Si es bullying, deberían enfrentarse a esos idiotas. Pero no podemos acusar sin pruebas.

Aya, siempre sensible a las emociones de los demás, asintió. —Quizás podríamos hablar con algunos estudiantes de ese curso. Tal vez nos digan algo.

Haruto, aunque tímido, sintió una punzada de inquietud. Recordó lo que su madre solía decirle: "No te metas en problemas que no te conciernen". Pero al mirar a sus amigos, especialmente a Aya, supo que no podía ignorar lo que estaba ocurriendo.

La primera pista

Durante el recreo, el grupo decidió quedarse cerca del edificio principal, donde usualmente se reunían los estudiantes de tercer año. Haruto y Renji se sentaron en una banca, revisando sus notas, mientras Mikasa, Emi, Aya y Yuta charlaban cerca.

No pasó mucho tiempo antes de que notaran algo extraño. Un chico de cabello oscuro y postura encorvada salió del edificio principal, mirando nerviosamente a su alrededor. Llevaba el uniforme desaliñado y un ojo morado que intentaba ocultar con su flequillo.

Mikasa fue la primera en notarlo. —Miren a ese chico. ¿No les parece que... algo está mal?

—Parece asustado —murmuró Aya, frunciendo el ceño.

—Probablemente tuvo una pelea —sugirió Yuta, aunque su tono no era tan confiado como de costumbre.

Haruto no pudo evitar seguir al chico con la mirada mientras este se alejaba rápidamente. Algo en su andar, en la forma en que mantenía la cabeza baja, le recordó los días en los que él mismo había intentado evitar el contacto visual con los demás.

—Quizás deberíamos hablar con él —propuso Emi, aunque su tono era inseguro.

Renji negó con la cabeza. —Si está en problemas, lo último que quiere es llamar más la atención.

—Entonces necesitamos otro enfoque —dijo Mikasa, con determinación en los ojos. —Podemos preguntar a otros estudiantes de tercer año. Seguramente alguien sabe lo que está pasando.

El hallazgo inesperado

Más tarde ese día, mientras Haruto y Aya volvían a sus aulas después del almuerzo, pasaron cerca de una escalera que llevaba al segundo piso, donde se encontraban los salones de tercer año. Fue entonces cuando escucharon voces elevadas.

—¿Qué dijiste, eh? ¿Crees que puedes ignorarnos?

—¡No! ¡Lo siento! Yo no...

El sonido de algo cayendo resonó en el pasillo. Haruto y Aya intercambiaron miradas, congelados por un momento.

—¿Deberíamos... hacer algo? —susurró Aya, claramente nerviosa.

Haruto dudó. Su instinto le decía que se mantuviera al margen, pero algo más fuerte, una voz en su interior, lo empujaba a actuar. Antes de que pudiera decidirse, las voces se apagaron y el pasillo quedó en silencio.

Cuando Haruto se asomó cautelosamente por la esquina, vio a dos estudiantes mayores alejándose, riendo entre ellos. Más adelante, un chico estaba sentado en el suelo, recogiendo apresuradamente los papeles que se le habían caído.

Haruto reconoció al chico de antes: el que llevaba el ojo morado.

—Vamos a ayudarlo —dijo Aya, dando un paso adelante.

El chico los miró con una mezcla de sorpresa y miedo cuando se acercaron.

—¿Estás bien? —preguntó Haruto, intentando sonar amable.

—Sí... estoy bien —respondió el chico, evitando su mirada mientras juntaba los últimos papeles.

—¿Fue por esos dos? —insistió Aya, señalando el pasillo por donde habían desaparecido los otros estudiantes.

El chico no respondió de inmediato. Finalmente, negó con la cabeza. —No... no es nada. Gracias por preguntar.

Antes de que pudieran decir algo más, el chico se levantó y salió corriendo. Haruto y Aya se quedaron en el pasillo, mirando cómo desaparecía en la distancia.

—Definitivamente algo está pasando —dijo Aya, apretando los puños.

Haruto asintió, sintiendo una mezcla de inquietud y determinación. Sabía que no podía ignorar lo que había visto, pero también entendía que enfrentarse a los agresores directamente podría traerles problemas a él y a sus amigos.

El pacto del grupo

Esa noche, cuando se reunió con los demás en el parque cercano a la academia, Haruto les contó lo que había visto.

—Está claro que hay bullying —dijo Mikasa, furiosa. —Y esos idiotas necesitan aprender una lección.

—No podemos enfrentarnos a ellos directamente —advirtió Renji, siempre el más prudente. —Si son de tercer año, probablemente tienen mucha más influencia que nosotros.

—Pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados —agregó Aya.

Yuta suspiró, cruzando los brazos. —Entonces necesitamos un plan. Algo que nos permita averiguar más sin meternos en problemas.

—Podemos empezar observando —sugirió Emi. —Si logramos reunir suficiente información, quizás podamos ayudar a los que están siendo afectados.

El grupo estuvo de acuerdo. Aunque no sabían exactamente cómo abordar la situación, todos compartían el mismo sentimiento: no podían ignorar lo que estaba ocurriendo.

Mientras volvían a casa esa noche, Haruto no podía dejar de pensar en el chico que había conocido. Una sensación de impotencia lo invadió, pero también una chispa de determinación. Tal vez no podía cambiar todo el sistema, pero estaba decidido a hacer algo.