Fukushū no Kage
Arco 1: Academia Shiroi
---
La noche cayó sobre la Academia Shiroi. Haruto caminaba con sus amigos por los pasillos oscuros, las luces fluorescentes iluminando tenuemente el camino. La tensión era palpable. Ryo había desaparecido de la escuela ese día y nadie sabía dónde estaba. Haruto y su grupo temían lo peor.
—¿Dónde podría estar? —susurró Mikasa mientras seguían su camino con cautela.
—No lo sé… pero no podemos quedarnos aquí esperando —respondió Haruto con una expresión sombría.
—Los de tercer año tienen que saber algo —dijo Yuta, mirando a los lados mientras su voz sonaba baja y firme.
Renji, que caminaba al lado de Haruto, parecía estar más tranquilo que los demás. A pesar de la situación, su mente lógica intentaba encontrar una solución.
—Ellos tienen más fuerza, pero solo nos enfrentaremos si tenemos que hacerlo —dijo Renji.
Aya miraba alrededor, en busca de cualquier indicio que los guiara hacia el paradero de Ryo.
—No podemos dejar que se lo lleven sin hacer nada —sentenció, con un tono implacable.
El momento oscuro
A lo lejos, los oyeron antes de verlos. Pasos resonando en el suelo, con una cadencia uniforme que hablaba de entrenamiento constante. Riku Tanabe, Daichi Sato y Takuya Mori aparecieron en el corredor principal. Los tres no parecían tener prisa, pero cada uno irradiaba una atmósfera de amenaza.
—Los chicos débiles han llegado —dijo Daichi con una sonrisa cruel, dirigiéndose hacia el grupo de Haruto.
Riku se rió de manera sarcástica. —Vamos, venimos a buscar a ese chico patético, ¿dónde está?
El grupo sabía que enfrentarlos no sería fácil. No estaban preparados para pelear. A diferencia de los de tercer año, que entrenaban regularmente en artes marciales o en deportes competitivos, ellos nunca habían necesitado aprender defensa personal. Además, aunque Haruto había entrenado algo con Kaede, aún no estaba a la altura de oponentes tan peligrosos.
—Nosotros… —empezó Haruto, pero Riku lo interrumpió.
—No te esfuerces, no tienes posibilidades.
—¡No estamos aquí para pelear! —dijo Renji, intentando calmar la situación.
—Ya es tarde para eso —respondió Daichi, acercándose lentamente con su actitud despiadada.
Takuya Mori, más callado que los demás, se mantenía en un perfil bajo, observando al grupo con mirada gélida. A pesar de su silencio, su presencia era aterradora.
El peso de la impotencia
Mikasa tomó la delantera, protegiendo a los demás con su energía. —¡Déjenlo en paz! Si tienen que llevarse a alguien, primero tendrán que pasar sobre nosotros.
Riku y Daichi se acercaron aún más, con intenciones claras. —Niños que juegan a ser héroes… qué patético.
Yuta intentó lanzar un golpe rápido hacia Riku, pero este lo esquivó con facilidad y le dio un empujón brusco, tirándolo al suelo.
—Esos músculos solo son para mostrar —burló Daichi, mientras Aya intentaba interponerse entre ellos.
—No podemos permitir que nos hagan daño a todos —gritó Aya con un tono desafiante.
—No pueden salvarlo —replicó Mori, con su tono tranquilo pero letal. —No tienen lo necesario.
Renji, intentando mantener la calma, miró alrededor en busca de una salida. Pero sabía que no había lugar seguro cuando tres de los mayores bullies los rodeaban.
—Esto se acabará pronto —dijo Riku, sus ojos brillando de satisfacción.
Mientras los chicos trataban de defenderse con todas sus fuerzas, la brecha entre ellos y los de tercer año se hacía más evidente. Haruto sintió cómo la impotencia lo invadía.
La llegada de un último esfuerzo
De repente, una figura apareció desde el fondo del corredor. Kaede Yoshino caminaba con su habitual seriedad, su figura imponente iluminada por la luz tenue.
—Eso es suficiente —dijo con firmeza, su voz resonando en el aire.
Los chicos de tercer año se detuvieron, sorprendidos.
—Maestra Yoshino… —murmuró Riku, su tono de burla mezclado con un rastro de temor.
Kaede se acercó lentamente, su expresión implacable. —Dejen de atormentar a los estudiantes débiles. Si no quieren castigos más severos, retrocedan ahora.
Daichi fue el primero en reaccionar, lanzando una advertencia rápida a sus compañeros. —Vamos, vámonos. No valen la pena.
Riku y Takuya asintieron y, tras intercambiar miradas, dieron media vuelta.
Kaede miró al grupo de Haruto y asintió con calma. —Están bien. Pero no se expongan innecesariamente. Su tiempo vendrá, pero deben estar preparados.
Haruto y sus amigos respiraron con alivio, viendo cómo los bullies finalmente se retiraban.
El peso de lo que perdemos
Después de la confrontación, Kaede los guió fuera del edificio, asegurándose de que todos estuvieran a salvo.
—Gracias, Maestra —dijo Haruto, aliviado.
—Te lo dije antes —respondió Kaede, con una sonrisa breve pero reconfortante. —Las batallas no siempre se ganan con fuerza. A veces, es la astucia lo que importa más.
Mientras caminaban hacia casa, el grupo no podía evitar recordar a Ryo. Los pequeños destellos de esperanza que habían encontrado se apagaban con cada paso. El silencio era pesado y, aunque ahora estaban a salvo, sentían la sombra de lo que estaba por venir.