Capítulo 1: Ecos de una Tragedia

Fukushū no Kage

Arco 1: Academia Shiroi

Volumen 2:

La lluvia caía con suavidad sobre la ciudad, el sonido constante de las gotas golpeando los techos y ventanas envolviendo el ambiente en una melancolía opresiva. En el aula vacía de la Academia Shiroi, Haruto miraba fijamente el escritorio vacío de Ryo. Parecía que el tiempo se había detenido desde aquella noche fatídica, donde todo cambió.

La escuela no había emitido ninguna declaración oficial. Los rumores corrían entre los estudiantes, pero nadie hablaba directamente de lo sucedido. Era como si el silencio fuera una forma de proteger la imagen del colegio. Pero para Haruto y sus amigos, no había escapatoria. Cada esquina del edificio, cada mirada furtiva entre los pasillos, era un recordatorio constante de la brutalidad que presenciaron.

El peso del recuerdo

Haruto cerró los ojos y volvió a esa noche. La sangre, los gritos, los rostros burlones de los agresores mientras descargaban su ira sobre Ryo... Todo estaba grabado en su mente como una pesadilla recurrente. Habían intentado salvarlo, pero fueron golpeados, humillados, obligados a mirar cómo su compañero sufría hasta su último aliento.

Una voz interrumpió sus pensamientos.

—Haruto... —Era Mikasa, quien estaba detrás de él, con los ojos enrojecidos. Parecía haber llorado antes de llegar.

—¿Qué pasa? —respondió Haruto, intentando sonar fuerte, aunque su voz temblaba ligeramente.

—No puedo dejar de pensar en él... —Mikasa se abrazó a sí misma, como si intentara protegerse del frío que sentía en su interior.

Haruto no respondió. No había palabras que pudieran aliviar lo que sentían.

Unos pasos firmes resonaron detrás de ellos. Era Aya, con Yuta y Renji siguiéndola. Todos compartían la misma expresión: una mezcla de cansancio, tristeza y un temor latente.

—Debemos hablar —dijo Aya, con un tono decidido que intentaba ocultar su vulnerabilidad.

Una reunión cargada de dolor.....

El grupo se sentó en uno de los rincones más alejados del campus, un lugar donde solían reunirse antes de que la tragedia ocurriera. El ambiente era diferente ahora; la risa y las bromas habían sido reemplazadas por un silencio pesado.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Yuta, mirando a los demás con preocupación.

—¿Hacer? —repitió Renji, su tono lleno de incredulidad. —No podemos hacer nada. Ellos tienen el control.

—¡Eso no es cierto! —interrumpió Aya, con un brillo de determinación en sus ojos. —No podemos quedarnos de brazos cruzados.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Mikasa, su voz llena de frustración.

—¿Denunciarlos? Ya sabemos que eso no funcionará. La escuela ni siquiera reconoció la muerte de Ryo.

Un silencio incómodo se extendió entre ellos. Todos sabían que Mikasa tenía razón.

Haruto, que había permanecido callado hasta ese momento, finalmente habló.

—No podemos enfrentarlos ahora —dijo, con la mirada fija en el suelo. —Pero eso no significa que debamos rendirnos.

Aya asintió lentamente. —Entonces... ¿qué hacemos?

—Esperar —respondió Haruto, con un tono que sorprendió a los demás. —Esperar y prepararnos.

Aunque ninguno lo dijo en voz alta, todos sabían que las palabras de Haruto significaban más que solo autodefensa. Algo más profundo y oscuro se estaba gestando en su interior, algo que no estaba dispuesto a compartir todavía.

Un cambio en el aire

Los días pasaron, pero la atmósfera en la Academia Shiroi no mejoró. Los bullies, liderados por Kenta Hirose, parecían más confiados que nunca.

Caminaban por los pasillos como si fueran dueños de la escuela, sus miradas arrogantes y sus risas crueles dejando claro que no temían a las consecuencias de sus actos.

Haruto y sus amigos intentaron mantenerse unidos, pero era difícil. Cada vez que pasaban cerca de los agresores, sentían las miradas pesadas sobre ellos, como depredadores acechando a sus presas.

Una tarde, mientras Haruto caminaba hacia su casillero, escuchó una risa familiar. Giró la cabeza y vio a Riku Tanabe, uno de los secuaces de Kenta, hablando con un grupo de estudiantes de primer año. Su tono era burlón, y las palabras que usaba estaban llenas de desprecio.

—¿De verdad crees que puedes ignorarnos? —dijo Riku, mientras empujaba a uno de los chicos contra la pared.

Haruto sintió cómo la ira comenzaba a burbujear en su interior, pero se obligó a calmarse. No podía hacer nada aún.

Esa noche, durante una reunión con sus amigos, hablaron de lo que habían notado.

—Los de tercer año están actuando más confiados últimamente —dijo Yuta, cruzando los brazos.

—Es como si quisieran recordarnos que no podemos hacer nada contra ellos —añadió Mikasa.

Aya frunció el ceño. —No podemos dejar que sigan así.

—Pero no podemos enfrentarlos directamente —respondió Renji, con su tono habitual de lógica fría. —Sería un suicidio.

Haruto, que había permanecido en silencio, finalmente habló.

—Tienen razón. No podemos enfrentarlos ahora. Pero eso no significa que nos quedaremos quietos.

...

Al día siguiente, las cosas comenzaron a cambiar. Mientras Haruto estaba en clase, recibió una nota doblada en su escritorio. La abrió con cautela, solo para encontrar un mensaje escrito con tinta roja:

"No olvides tu lugar."

Al principio, pensó que era una broma de mal gusto, pero cuando salió al pasillo, encontró a Riku Tanabe esperándolo con una sonrisa burlona.

—¿Te gustó mi mensaje? —preguntó, con una mirada que hacía que la sangre de Haruto hirviera.

Haruto no respondió. Sabía que si mostraba alguna reacción, solo le daría más poder a Riku.

Sin embargo, ese fue solo el comienzo.

Durante los días siguientes, comenzaron a suceder cosas extrañas. Libros desapareciendo, casilleros vandalizados, susurros maliciosos detrás de ellos en los pasillos.

Para Haruto y sus amigos, el mensaje estaba claro: los bullies habían puesto su atención en ellos, y no se detendrían hasta destruirlos.

...

La luz matutina entraba débilmente por las ventanas de la Academia Shiroi, bañando los pasillos con un brillo tenue y frío. A pesar de la calidez del sol, el ambiente en la escuela era gélido. Los estudiantes caminaban con las cabezas bajas, algunos susurrando entre ellos, otros simplemente evitando las miradas inquisitivas.

El escritorio vacío de Ryo seguía allí, una presencia muda que gritaba la verdad que todos intentaban ignorar. Las sillas a su alrededor permanecían más alejadas de lo normal, como si el espacio donde solía sentarse ahora estuviera maldito.

Haruto entró al aula con los hombros tensos. Había aprendido a prepararse para los días difíciles, pero hoy se sentía diferente. Había una pesadez en el aire, una sensación de que algo estaba por suceder.

—Oye, Haruto, ¿estás bien? —La voz de Mikasa lo sacó de sus pensamientos.

—Sí... solo estoy cansado —

respondió él, aunque sabía que no la convencía del todo.

Ella lo miró con una mezcla de preocupación y determinación. Había cambiado desde lo sucedido con Ryo; todos lo habían hecho. Ya no era la chica despreocupada y alegre que siempre encontraba algo positivo en todo. Ahora, su mirada reflejaba una comprensión amarga del mundo.

Mientras Haruto tomaba asiento, notó que Aya entraba al aula. Llevaba una expresión estoica, pero sus ojos la traicionaban. Se sentó junto a él y dejó escapar un suspiro.

—¿Los viste? —preguntó en voz baja.

Haruto no necesitó una explicación para saber a quiénes se refería.

—Sí, están en el pasillo —murmuró, evitando mirar hacia la puerta.

—Están... diferentes —dijo Aya. —Más seguros de sí mismos. Como si esto fuera un juego para ellos.

Antes de que Haruto pudiera responder, la campana sonó, y los demás estudiantes comenzaron a llenar el aula. Algunos cuchicheaban entre ellos, otros simplemente miraban hacia adelante, ignorando lo que ocurría a su alrededor. Pero todos compartían algo en común: una tensión palpable que se aferraba a cada rincón del salón.

La clase comenzó, pero Haruto apenas podía concentrarse. Cada palabra del profesor se mezclaba con los recuerdos de Ryo, las imágenes de aquella noche volviendo a su mente como un torrente imparable. Cerró los ojos por un momento, intentando calmarse, pero todo lo que pudo ver fue el rostro de Ryo, ensangrentado y lleno de dolor.

—Haruto, ¿estás bien? —La voz de Renji lo hizo abrir los ojos.

—Sí, solo... estoy distraído —respondió rápidamente, pero Renji no parecía convencido.

—No tienes que fingir —dijo Renji en voz baja, lo suficientemente suave como para que nadie más lo escuchara. —Yo tampoco puedo dejar de pensar en eso.

Haruto asintió lentamente. No había necesidad de palabras. Ambos sabían que estaban atrapados en el mismo ciclo interminable de culpa y dolor.

Cuando llegó el descanso, Haruto y sus amigos se reunieron en el patio trasero de la escuela. Era un lugar apartado, lejos de las miradas de los demás estudiantes.

—Los vi esta mañana —dijo Mikasa, rompiendo el silencio.

—¿A quiénes? —preguntó Yuta, aunque todos sabían la respuesta.

—A ellos. Kenta y su grupo —respondió Mikasa, su voz cargada de resentimiento. —Estaban riendo, como si nada hubiera pasado.

—Claro que lo están —dijo Aya con amargura. —Ellos ganaron.

Haruto apretó los puños, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su pecho.

—Esto no ha terminado —murmuró.

Aya lo miró con curiosidad. —¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que no podemos dejar que nos controlen —respondió Haruto, su voz más firme de lo que esperaba. —Si nos rendimos ahora, nunca saldremos de esto.

Los demás intercambiaron miradas, pero nadie dijo nada. Sabían que Haruto tenía razón, pero también sabían que enfrentarse a Kenta y su grupo era más fácil decirlo que hacerlo.

Esa tarde, mientras Haruto caminaba hacia su casillero, notó algo extraño. La puerta del casillero estaba ligeramente entreabierta, algo que nunca hacía. Con el ceño fruncido, lo abrió por completo y encontró su interior cubierto de tinta roja.

En medio del desastre, había una nota. La tomó con manos temblorosas y leyó las palabras escritas en letras grandes y desordenadas:

"¿Crees que escapaste? Esto recién comienza."

Haruto sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Miró a su alrededor, pero los pasillos estaban vacíos. Se guardó la nota en el bolsillo y cerró el casillero con fuerza, intentando controlar su respiración.

Cuando regresó al aula, encontró a sus amigos esperándolo. Sus rostros reflejaban la misma mezcla de miedo y preocupación que sentía.

—¿Todo bien? —preguntó Renji.

Haruto asintió lentamente, aunque sabía que no era cierto.

Los días siguientes fueron una prueba constante. Los libros de Haruto desaparecían misteriosamente, su escritorio estaba cubierto de insultos cada mañana, y siempre había una risa burlona detrás de él.

Los demás también comenzaron a experimentar lo mismo. Mikasa encontró su mochila tirada en el baño, completamente empapada. Aya recibió mensajes anónimos en su celular, amenazándola con cosas que ni siquiera quería imaginar.

El mensaje era claro: Kenta y su grupo no habían terminado con ellos.

Estaban siendo cazados, acosados lentamente hasta quebrarlos por completo.

El silencio de los inocentes

A pesar de todo, Haruto intentó mantener la calma. Sabía que reaccionar solo les daría más poder.

Pero cada día que pasaba, sentía cómo la rabia crecía dentro de él, alimentada por el dolor y la impotencia.

Sabía que esto era solo el comienzo...