Fukushū no Kage
Arco 1: Academia Shiroi
El ambiente en la Academia Shiroi se tornaba cada vez más opresivo. Lo que comenzó como una serie de acosos silenciosos, con mensajes y burlas, pronto escaló a algo más físico y cruel.
Era como si la muerte de Ryo hubiera desatado en Kenta Hirose y su grupo una sed insaciable de dominación y violencia.
Haruto lo sintió en cada paso que daba por los pasillos. Ya no podía caminar sin escuchar murmullos o risas contenidas a su alrededor. La presión lo aplastaba, y cada día era una prueba para su cordura.
Era una tarde lluviosa cuando Haruto fue el primero en enfrentarse al siguiente nivel de tormento.
Mientras se dirigía al baño para evitar los comentarios que lo perseguían durante el almuerzo, se encontró con Riku Tanabe y Shun Takagi.
Ambos estaban apoyados contra la pared, como si lo hubieran estado esperando.
—Mira quién decidió aparecer —dijo Riku, con una sonrisa torcida.
Haruto intentó ignorarlos, pero Shun le bloqueó el paso, su expresión reflejando diversión cruel.
—Adónde vas tan rápido, Akiyama? —preguntó, empujándolo ligeramente en el pecho.
—No quiero problemas —dijo Haruto en voz baja, tratando de mantener la calma.
— ¿Problemas? —repitió Riku con una risa amarga. —Eso es lo que tienes desde que te metiste en nuestro camino.
Antes de que pudiera reaccionar, Shun lo agarró por el cuello de la camisa y lo empujó contra la pared.
—Escucha, Haruto. No queremos que olvides quién manda aquí
—susurró, mientras Riku sacaba un marcador negro y comenzaba a escribir insultos en su uniforme.
Haruto permaneció inmóvil, sintiendo cómo la humillación lo consumía.
Cuando finalmente lo soltó, los dos se alejaron riendo, dejándolo ahí, con el uniforme arruinado y la dignidad hecha pedazos.
La agresión no se detuvo con Haruto. Cada miembro de su pequeño grupo de amigos comenzó a sufrir de formas diferentes, como si Kenta y los suyos estuvieran probando cuánto podían romperlos antes de que colapsaran.
Yuta fue encontrado encerrado en uno de los armarios del gimnasio después de la clase de educación física. Sus manos temblaban mientras intentaba explicar lo que había sucedido, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.
—Me dijeron que era mi lugar
—susurró finalmente, mientras Mikasa y Aya intentaban consolarlo.
Mikasa, por su parte, recibió una sorpresa aún peor. Durante una de las clases, alguien había colocado imágenes manipuladas de ella en los escritorios de todo el salón, con comentarios vulgares escritos en ellas. Los murmullos y las risas de los demás estudiantes hicieron que quisiera desaparecer.
—Son... unos malditos monstruos —dijo entre lágrimas a Aya, quien la abrazó con fuerza.
—Esto no puede seguir así
—respondió Aya con firmeza.
—Tenemos que encontrar una forma de detenerlos.
La luz de esperanza
A pesar de todo, Aya se mantenía firme. Aunque la situación parecía empeorar cada día, su espíritu no se quebraba. Se convirtió en el apoyo que todos necesitaban, especialmente Haruto.
—No podemos rendirnos —le dijo una noche, cuando lo encontró sentado solo en el patio trasero de la escuela, mirando fijamente el suelo.
—Aya... no sé cuánto más puedo soportar —admitió Haruto, su voz quebrándose.
—Puedes soportarlo porque no estás solo —respondió ella, tomando su mano. —Y porque no les daremos la satisfacción de vernos caer.
Por primera vez en días, Haruto sintió algo diferente. No era exactamente esperanza, pero las palabras de Aya encendieron una pequeña chispa en su interior.
En un rincón oscuro del edificio, Kenta Hirose se reunió con Riku, Shun, Daichi y Takuya. El líder del grupo se apoyaba contra una pared, fumando un cigarrillo con una expresión de desprecio absoluto.
—¿Cómo va el plan? —preguntó, exhalando el humo lentamente.
—Haruto está a punto de romperse —dijo Riku con una sonrisa arrogante.
—Su pequeño grupo de amigos también.
—¿Y la chica? —preguntó Kenta, refiriéndose a Aya.
—Esa es más dura de lo que parece
—intervino Daichi, cruzándose de brazos. —Pero todos tienen un punto de quietud.
—Entonces asegúrense de encontrar —ordenó Kenta, su tono cortante.
—No quiero que ninguno de ellos se levante después de esto.
Takuya, que hasta ahora había permanecido en silencio, avanzando lentamente. Había algo en su mirada que resultaba aún más perturbador que la agresividad de los otros.
—Nos encargaremos de eso
—murmuró, con una voz fría que no dejaba lugar a dudas.
A medida que los días pasaban, las agresiones se intensificaron.
Los insultos se volvieron más directos, las amenazas más aterradoras.
Haruto y sus amigos comenzaron a evitar los pasillos principales, optando por rutas más largas para llegar a sus clases, pero ni siquiera eso parecía suficiente.
Una tarde, encontraron el casillero de Mikasa completamente destruido, con sus libros tirados por el suelo y empapados en algún líquido desconocido.
En otro momento, Yuta fue empujado escaleras abajo, terminando con una pierna lastimada.
Haruto comenzó a sentir cómo el mundo a su alrededor se desmoronaba. Pero cada vez que estaba a punto de rendirse, Aya estaba ahí, recordándole que aún quedaba algo por lo que luchar.
—Haruto, pase lo que pase, no los dejes ganar —le dijo una noche, su voz llena de determinación.
Él la miró, intentando encontrar en sus ojos la fuerza que necesitaba. Y por un momento, pensó que tal vez, solo tal vez, podrían salir de esto juntos.
Pero el dolor y la oscuridad que los rodeaban solo seguían creciendo, y Haruto sabía que el peor momento aún estaba por venir.
...
Una tarde, mientras Haruto reconocía sus cosas después de clases, sintió una mano pesada en su hombro.
Era Daichi Sato, acompañado por Shun Takagi y Takuya Mori. La atmósfera se volvió sofocante al instante.
—¿Qué estás haciendo tan tarde, Akiyama? —preguntó Daichi, su voz cargada de sarcasmo.
Haruto sabía que no debía responder. Si lo hacía, solo empeoraría las cosas. Intentó esquivarlos, pero Takuya bloqueó la puerta del salón con su cuerpo, su fría mirada clavada en él.
—¿A dónde crees que vas?
—preguntó Shun, riendo.
Antes de que pudiera reaccionar, Daichi lo empujó contra una mesa. Haruto se tambaleó, pero se negó a caer. Se aferró a la mesa para mantenerse en pie, sus manos temblando de rabia y miedo.
—Vamos, muestra algo de espíritu, chico —dijo Daichi, golpeando la mesa frente a él. — ¿No tienes nada que decir?
—Déjenme en paz —murmuró Haruto, con la voz quebrada.
Eso solo los hizo reír más. Shun sacó su teléfono y comenzó a grabar, acercándose para captar el rostro de Haruto.
—Mira esto, Daichi. Es el rostro de alguien que ya se rindió.
Haruto apretó los puños, pero sabía que no tenía sentido pelear. Estaba solo. Después de unos minutos más de burlas y empujones, lo dejaron ir, pero no sin antes derramar el contenido de su mochila por todo el suelo.
Mientras Haruto reconocía sus cosas en silencio, se sentía más pequeño que nunca. Cada palabra, cada risa, era como un cuchillo en su piel.
Esa noche, Haruto llegó a casa tarde, tratando de ocultar el daño en su uniforme y el temblor en sus manos.
Pensó que podría pasar desapercibido, pero su hermana, Hana, lo estaba esperando en la sala de estar.
—Haruto, ¿qué pasó con tu uniforme? —preguntó, señalando las manchas y los rasgones.
Él dudó, buscando una excusa.
—Fue... un accidente. Me tropecé en el patio.
Pero Hana no era fácil de engañar. Se levantó y caminó hacia él, cruzando los brazos.
—No mientas, Haruto. Te conozco mejor que nadie.
Haruto desvió la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su mirada.
—No es nada, de verdad —insistió, pero su voz temblorosa lo delató.
Hana suspir y se acerc, colocando una mano en su hombro.
—¿Te están molestando en la escuela?
Esas palabras, pronunciadas con tanta suavidad, rompieron algo dentro de él. Haruto sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, pero se negó a dejarlas caer.
—No importa —murmuró. —Puedo manejarlo.
—¡Claro que importa! —exclamó Hana, su voz firme pero cargada de preocupación.
—Si alguien te está haciendo daño, tienes que decírmelo.
Haruto negó con la cabeza, retrocediendo un paso.
—No puedes hacer nada, Hana. Nadie puede.
— ¿Quién hijo? —insistió, su tono ahora más serio.
Él permaneció en silencio, y Hana entendió que no obtendría una respuesta directa esa noche. Pero en su corazón, decidió que no dejaría que su hermano enfrentara esto solo.
La promesa de Hana
Más tarde esa noche, Hana se se
ntó sola en su habitación, repasando todo lo que había observado en las últimas semanas.
Haruto estaba más callado, más retraído, y ahora con su uniforme arruinado, todo encajaba.
—No dejaré que esto continúe —susurró para sí misma.
A la mañana siguiente, mientras Haruto se preparaba para ir a la escuela, Hana se acercó a él.
—Haruto, escucha —dijo con un tono decidido. —No importa lo que esté pasando, siempre estará aquí para ti. No estás solo.
Haruto la miró, sorprendido por la intensidad en sus palabras. Aunque no respondió, algo en su pecho se sintió un poco más ligero.
Pero mientras ambos salían de casa, Haruto no podía evitar pensar en lo que le esperaba en la Academia Shiroi.
El peso en su pecho seguía ahí, recordándole que el peor infierno aún estaba por desatarse.