Los días siguientes se sintieron distintos. Era como si el aire estuviera cargado de una nueva energía, un leve cosquilleo que me hacía sonreír sin razón aparente. Cada vez que pensaba en Kosei, en su voz tranquila y su sonrisa tímida, me invadía una mezcla de entusiasmo y nerviosismo.
Rodrigo y Zuni, por supuesto, no tardaron en notar mi actitud.
—Es oficial, estás completamente idiotizado —dijo Zuni mientras mordisqueaba unas papas en mi sala.
Rodrigo rió mientras afinaba su guitarra.
—Déjalo en paz, Zuni. Al menos ahora tiene algo interesante en su vida.
—Interesante es una forma amable de decir que está obsesionado con alguien que probablemente ni siquiera recuerda su nombre —bromeó Zuni, tirando una papa al aire y atrapándola con la boca.
Lo miré con fastidio, aunque no pude evitar sonreír.
—Por si no lo recuerdas, sí sabe mi nombre.
—¡Uuuh! —exclamó Zuni, haciendo un gesto exagerado de sorpresa—. Perdón, no sabía que ya eran mejores amigos.
Rodrigo dejó su guitarra a un lado y me miró con seriedad.
—Hablando en serio, ¿piensas seguir visitándola o solo vas a quedarte en este bucle eterno de admirarla desde lejos?
—Voy a seguir visitándola —admití, aunque con cierta duda en mi voz—. Pero no quiero presionarla. Ella parece… no sé, como alguien que necesita tiempo para confiar.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Zuni, arqueando una ceja.
—Es algo que siento —respondí, encogiéndome de hombros. No sabía cómo explicarlo, pero había algo en la forma en que Kosei hablaba, en sus gestos, que me hacía pensar que no era alguien que se abriera fácilmente a los demás.
Rodrigo asintió lentamente.
—Entonces tómatelo con calma. Sigue conociéndola poco a poco. Y mientras tanto, encuentra algo más que te guste de ese local. No puedes depender solo de ella para que esto funcione.
Esa idea se quedó rondando en mi mente. ¿Qué más podía encontrar en "Ecos del Pasado" que no fuera Kosei?
Cuando regresé al local, intenté observarlo desde una perspectiva diferente. Entré, saludé a Kosei (quien respondió con su habitual sonrisa discreta), y en lugar de ir directo al mostrador, me detuve a explorar las estanterías.
Había algo mágico en ese lugar. Cada disco parecía contar una historia, cada póster en las paredes era una ventana a una época diferente. Pasé los dedos por las carátulas, deteniéndome en artistas que reconocía y otros que no tenía idea de quiénes eran. Encontré un vinilo de Los Panchos, otro de Chavela Vargas, e incluso uno de Radiohead, el álbum que Kosei había mencionado antes.
De repente, su voz interrumpió mis pensamientos.
—¿Encontraste algo interesante?
Me giré para verla detrás de mí, sosteniendo un par de discos en las manos. Su expresión era tranquila, pero había un atisbo de curiosidad en sus ojos.
—Todavía no. Pero hay demasiadas opciones.
Ella asintió, dejando los discos en una estantería cercana.
—Es fácil perderse aquí.
—Eso es lo que lo hace especial, ¿no? —respondí, sonriendo.
Kosei inclinó ligeramente la cabeza, como si considerara mis palabras.
—Supongo que sí.
Hubo un momento de silencio, pero esta vez no fue incómodo. Me atreví a hacerle una pregunta que llevaba rondando en mi mente.
—¿Cómo terminaste trabajando aquí?
Ella pareció sorprendida por mi interés, pero no se incomodó.
—Mi papá es el dueño del local. Crecí entre estos discos. Supongo que me acostumbré a estar rodeada de música.
Eso explicó muchas cosas.
—Debe ser increíble tener acceso a tanta música.
—Lo es. Aunque a veces me gustaría que más gente viniera. Hay días en los que apenas entra alguien.
Su tono era tranquilo, pero pude percibir una ligera melancolía en sus palabras.
—Bueno, al menos tienes clientes como yo para molestarte, ¿no? —dije, intentando aligerar el ambiente.
Ella sonrió, una sonrisa más auténtica que las anteriores.
—Sí, supongo que sí.
Por un momento, sentí que el muro entre nosotros se hacía un poco más pequeño.
Antes de irme, decidí comprar el vinilo de Radiohead con las canciones más populares. No lo necesitaba realmente, pero quería tener algo que me recordara a esa conversación. Mientras me despedía, Kosei me sorprendió al decir:
—Espero que te guste. Es un disco especial.
—Estoy seguro de que lo será —respondí, sintiendo una calidez en mi pecho.
Al salir del local, me di cuenta de que Rodrigo tenía razón. "Ecos del Pasado" era mucho más que Kosei. Era un lugar lleno de historias, de música, de posibilidades. Pero, sin duda, ella seguía siendo la melodía que más me interesaba descifrar.
El vinilo de Radiohead pesaba en mis manos mientras caminaba por las calles del centro, y mi mente no dejaba de repasar la conversación que habíamos tenido. Su voz, sus gestos, la forma en que sus ojos se iluminaban ligeramente cuando hablaba de la música y del local. Era como si en ese instante hubiera descubierto una parte de ella que hasta entonces había permanecido oculta, y eso me daba esperanza.
Llegué a casa y coloqué el disco en mi viejo tocadiscos. Apenas sonaron los primeros acordes de "El Aparato", algo dentro de mí se removió. No era solo la música, aunque era magnífica, sino el contexto que le daba ahora. Este no era solo un álbum más en mi colección; era una especie de puente hacia ella, una forma de entenderla un poco más.
Mientras la música llenaba el cuarto, me recosté en el sofá, cerré los ojos y dejé que los sonidos me llevaran lejos. Imaginé a Kosei en el local, acomodando discos, tarareando suavemente alguna canción. La idea me hizo sonreír.
De repente, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Zuni:
Zuni: "¿Cómo te fue hoy? ¿Ya le pediste matrimonio o seguimos en lo mismo?"
Rodé los ojos y le respondí:
Yo: "Por lo menos hablamos más. Estoy avanzando, ¿ok?"
Zuni: "Más te vale, porque si no, me voy a declarar yo, y ahí sí no hay competencia."
No pude evitar reírme. Zuni tenía una forma única de animarme, incluso si lo hacía con sus bromas.
Guardé el teléfono y me quedé mirando el techo, mientras la música seguía fluyendo. Había algo en el ritmo de la canción Ceep que parecía encajar perfectamente con mi estado de ánimo: una mezcla de emoción, nostalgia y un poco de incertidumbre.
Me di cuenta de que estaba empezando a comprender lo que Rodrigo decía sobre encontrar algo más en Ecos del Pasado. La música era un lenguaje universal, un hilo conductor que podía conectar no solo a los clientes del local, sino también a Kosei y a mí. Cada disco, cada canción, era una puerta abierta, una oportunidad para acercarme a ella de una forma genuina.
Y así, mientras las últimas notas del disco se desvanecían, decidí algo importante. La próxima vez que la viera, no solo iría por un disco o una excusa cualquiera. Iría con la intención de aprender más de ella, de mostrarle que yo también podía ser alguien con quien compartir esas historias y esa música que tanto amaba.
A fin de cuentas, conquistarla no se trataba de grandes gestos, sino de esos pequeños momentos que, como las canciones, se quedaban grabados en el corazón.