Las Música de las pequeñas victorias

Un par de días después, me encontré frente a Ecos del Pasado de nuevo. Había pasado tanto tiempo pensando en cómo sería esta nueva visita que casi me olvidé de lo sencillo que era simplemente entrar, saludar a Kosei y buscar algo interesante en el local.

Me recordé a mí mismo que Rodrigo tenía razón: conquistarla no era una carrera, sino un proceso. Así que respiré hondo, ajusté mi chaqueta y empujé la puerta, escuchando el familiar sonido del cascabel.

—Hola, Nitram —dijo Kosei desde el mostrador, sin levantar mucho la voz pero con una sonrisa que me hizo sentir más cómodo de inmediato.

—Hola, Kosei —respondí, tratando de sonar tranquilo, aunque por dentro mi corazón latía con fuerza.

Decidí no apresurarme. Esta vez, en lugar de ir directamente a hablar con ella, me puse a explorar los estantes. Había algo terapéutico en hojear discos antiguos, observar las carátulas y leer los títulos de las canciones. Encontré uno de José José que reconocí de mi infancia y un par de discos de artistas que ni siquiera sabía que existían.

Sin darme cuenta, Kosei apareció a mi lado, llevando un par de vinilos en las manos.

—¿Buscas algo en especial hoy? —preguntó con su tono suave.

—No realmente —respondí, encogiéndome de hombros—. Solo estoy explorando. Aunque me interesa saber qué me recomendarías.

Ella parpadeó, sorprendida, pero luego asintió con entusiasmo.

—Depende de lo que te guste. ¿Algo clásico? ¿Algo más contemporáneo?

—Sorpréndeme —dije, sonriendo.

Kosei pensó por un momento antes de caminar hacia una estantería cercana. Sacó un disco de Mercedes Sosa y me lo mostró.

—Creo que este podría gustarte. Es Gracias a la Vida. Es una recopilación increíble, y su voz es… bueno, es como si pudiera abrazarte con sus canciones.

Tomé el disco y observé la portada. Había escuchado algunas canciones de Mercedes Sosa, pero nunca había tenido un disco suyo.

—Suena perfecto. Me lo llevo.

—¿Tan fácil? —preguntó, sorprendida.

—Confío en tu criterio —respondí con una sonrisa.

Ella pareció divertida por mi respuesta, pero no dijo nada más. Me llevó al mostrador para empaquetar el disco, y mientras lo hacía, me armé de valor para continuar la conversación.

—Por cierto, ¿tienes alguna recomendación para escuchar mientras camino? Últimamente he estado saliendo más y sería bueno tener algo nuevo en mis audífonos.

Kosei levantó la vista, pensativa.

—¿Qué tal Amor Amarillo de Gustavo Cerati? Es tranquilo pero tiene algo… especial.

—Perfecto. Lo buscaré.

El intercambio fue breve, pero cada pequeña interacción con ella me hacía sentir como si estuviera avanzando. Podría parecer insignificante para alguien más, pero para mí, era como ganar pequeñas batallas en esta guerra contra mi propia timidez.

Esa noche, en mi habitación, coloqué el disco de Mercedes Sosa en el tocadiscos y me recosté en mi cama, dejando que la música llenara el espacio. Su voz era exactamente como Kosei la había descrito: cálida, envolvente, como un abrazo hecho canción.

Mientras escuchaba, me di cuenta de algo importante. Este proceso de conquistar a Kosei no se trataba solo de ganarme su confianza o de impresionarla. Se trataba también de descubrir cosas nuevas, de aprender a disfrutar esos pequeños momentos que la vida me ofrecía.

Zuni, por supuesto, no tardó en meter su cuchara cuando le conté cómo había ido la visita.

—¿Así que ahora confías en su criterio musical? —bromeó, echándose en mi sofá con una bolsa de papas—. Si esto no es amor, no sé qué lo es.

—Es respeto, Zuni —respondí, riendo—. Algo que claramente tú no entiendes.

—Lo que yo entiendo es que necesitas moverte más rápido. No puedes pasar meses comprando discos sin avanzar, Nitram.

Rodrigo, que estaba afinando su guitarra en la esquina, intervino con calma.

—Déjalo en paz, Zuni. Cada quien tiene su propio ritmo. Además, si se está tomando el tiempo para conocerla y disfrutar el proceso, no veo nada de malo en eso.

Miré a Rodrigo, agradecido. A veces, su actitud tranquila era justo lo que necesitaba para contrarrestar las bromas de Zuni.

—Gracias, Rodrigo. Y, para que sepas, ya estoy avanzando. Poco a poco, pero avanzando.

Zuni levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien, está bien. Solo espero que cuando finalmente la invites a salir, no te desmayes del susto.

Todos reímos, y por un momento, todo se sintió en equilibrio.

Esa noche, mientras revisaba mi lista de reproducción y agregaba las recomendaciones de Kosei, sentí que estaba empezando a entender algo más profundo. La música que ella me sugería no era solo música; era una extensión de su personalidad, una forma de compartir un pedacito de sí misma conmigo.

Y aunque el camino todavía parecía largo, estaba bien. Porque con cada disco, con cada conversación, con cada pequeña victoria, sentía que estaba construyendo algo real, algo que valdría la pena al final.