Notas de incertidumbre

El día amaneció con un cielo gris que reflejaba mi estado de ánimo. Había estado pensando en mi última conversación con Kosei, repasando cada palabra, cada sonrisa, cada leve rubor en su rostro. Aunque me había sentido triunfante al salir del local, ahora, con la distancia del tiempo, comenzaban a surgir dudas en mi mente.

¿Y si solo está siendo amable conmigo porque soy un cliente habitual?

Este pensamiento me acompañó durante toda la mañana, como una sombra que no podía sacudirme. Incluso Zuni notó mi distracción mientras desayunábamos en nuestra cafetería habitual.

—¿Qué te pasa, Nitram? Parece que viste un fantasma o, peor aún, olvidaste algo importante.

—Nada, solo estoy pensando —respondí, removiendo el café con desgano.

—Pensando en ella, ¿verdad? —dijo con una sonrisa ladina.

Suspiré y dejé la cuchara sobre la mesa.

—Es que no sé, Zuni. No sé si estoy interpretando mal las cosas.

Zuni alzó una ceja, claramente intrigada.

—¿A qué te refieres?

—Ella fue amable conmigo, hablamos bastante, incluso bromeó un poco, pero… ¿y si solo lo hace porque es su trabajo?

Zuni negó con la cabeza y me dio un pequeño golpe en el hombro.

—¡Por Dios, Nitram! No todo el mundo es amable porque tiene que serlo. Quizás simplemente le agradas. Además, ¿cómo sabrás si no sigues adelante?

Quería creerle, pero mis emociones estaban enredadas. Mi corazón latía más rápido al recordar cómo Kosei había sonreído cuando le hablé de mi madre cantando "Querida". Sin embargo, ese mismo corazón se hundía cuando pensaba que tal vez solo estaba siendo educada.

—Es que no es tan fácil, Zuni —murmuré, apoyando los codos sobre la mesa—. Cada vez que estoy con ella, mi pecho se llena de emoción, pero también siento este miedo… como si estuviera a punto de hacer algo mal y arruinarlo todo.

Zuni rodó los ojos, pero su tono se volvió más suave.

—Es normal tener miedo, Nitram. Pero no dejes que eso te detenga. Las cosas buenas no llegan si no las persigues.

Esa tarde, decidí volver a Ecos del Pasado. No quería que mis dudas se convirtieran en un muro entre Kosei y yo. Sin embargo, mientras me acercaba al local, mi corazón comenzó a latir con fuerza, como si quisiera advertirme de que me estaba metiendo en un territorio peligroso.

La puerta del local parecía más pesada de lo habitual cuando la empujé. El cascabel sonó, anunciando mi llegada, y ahí estaba ella, detrás del mostrador, con su cabello rubio cayendo en ondas suaves sobre sus hombros.

—Hola, Nitram —dijo con esa voz tranquila que siempre lograba calmarme, aunque solo un poco.

—Hola, Kosei.

Caminé hacia los estantes, tratando de parecer ocupado mientras mi mente buscaba una excusa para hablar con ella. Mi corazón seguía latiendo rápidamente, como si cada paso hacia ella fuera un desafío.

Finalmente, me detuve frente a un estante lleno de discos de rock en español. Mi mirada se posó en un álbum de Caifanes: El Silencio. Era uno de mis favoritos, pero también me recordó una de las canciones que había escuchado en casa la noche anterior: Afuera.

Decidí usarlo como tema de conversación.

—¿Sabes? Esta canción, Afuera, siempre me hace pensar en cómo a veces las cosas más importantes parecen estar justo fuera de nuestro alcance.

Kosei levantó la vista de lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

—Es una canción poderosa —dijo, mirando el disco—. Creo que habla mucho de las luchas internas, de cómo enfrentamos nuestros propios miedos.

Sus palabras resonaron profundamente en mí.

—Sí, exactamente. Es como si te obligara a mirar dentro de ti mismo y preguntarte qué estás haciendo para alcanzar lo que realmente quieres.

Ella asintió, y por un momento, nuestros ojos se encontraron. Mi pecho se tensó, como si el tiempo se hubiera detenido, y sentí un calor extraño subiendo por mi cuello.

—Es una buena reflexión —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

—¿Tienes alguna canción que te haga sentir así? —pregunté, animándome a seguir la conversación.

Kosei se quedó pensativa, y mi corazón comenzó a latir más rápido otra vez, esta vez por la expectativa.

—Quizás Alfonsina y el Mar, de Mercedes Sosa. Es una canción que me hace pensar en la fuerza y la fragilidad humanas al mismo tiempo.

—Esa canción es hermosa —respondí, con una sonrisa—. Y melancólica.

—Sí, pero también tiene algo de esperanza, ¿no crees?

Asentí, sintiendo cómo las barreras entre nosotros parecían desmoronarse poco a poco.

Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa, me sentí extraño. Había hablado más con Kosei, la había visto sonreír de nuevo, pero la incertidumbre seguía ahí, como un eco lejano. ¿Estaba avanzando realmente, o solo estaba construyendo un castillo de naipes que podía desmoronarse en cualquier momento?

Me detuve en un parque cercano y me senté en una banca, dejando que el aire frío despejara mi mente. Cerré los ojos y recordé su voz, la forma en que sus palabras parecían estar cargadas de significado.

Mi corazón, aunque inquieto, comenzó a latir con más calma. Había algo en ella que me hacía querer intentarlo, incluso si no estaba seguro de cómo terminaría todo.

Quizás el amor era como una canción desconocida en un disco: no sabías cómo sería hasta que te atrevías a ponerla en el tocadiscos y dejar que las notas fluyeran.

Y yo estaba dispuesto a escuchar.