El timbre de la puerta de Ecos del Pasado sonó, suave pero inconfundible, como un recordatorio de que no había vuelta atrás. Cada vez que empujaba esa puerta, sentía que estaba entrando en otro mundo, uno más silencioso y lleno de matices que la vida ordinaria fuera de estas paredes.
Tomé aire profundamente antes de cruzar el umbral. Mi mochila pesaba más de lo normal, aunque no llevaba nada diferente a otros días. Quizá era mi nerviosismo el que hacía que cada paso se sintiera como una pequeña batalla interna.
Kosei estaba allí, como siempre, detrás del mostrador. Sus dedos delgados repasaban las etiquetas de unos discos mientras su cabello caía en mechones que apenas le permitían ver. Me quedé unos segundos en la entrada, contemplando cómo la luz cálida del local hacía que su figura pareciera parte del paisaje, como si siempre hubiera estado ahí.
—Hola, Nitram. —Su voz me sacó de mis pensamientos. Ni siquiera había notado que había levantado la vista.
—Hola… —murmuré, y después aclaré la garganta para sonar más seguro—. Hola, Kosei.
Ella sonrió apenas, ese gesto tenue que tenía el poder de hacerme sentir como si hubiera logrado algo importante.
—¿Buscando algo en particular hoy? —preguntó, apoyándose ligeramente en el mostrador.
—Bueno… sí, creo que sí. Algo especial —dije, como si de pronto esas palabras fueran suficientes para explicar lo que realmente quería: saber más de ella.
Kosei alzó una ceja con curiosidad.
—¿Especial? ¿Algo como qué? —preguntó, dejando de lado los discos que tenía en las manos para prestarme toda su atención.
Tragué saliva. Esta era mi oportunidad, y no quería arruinarla.
—Algo que… tú recomendarías. Algo que realmente te guste, algo que escuches cuando… no sé, quieres desconectar.
El silencio que siguió fue breve, pero me pareció eterno. Me pregunté si había sonado demasiado insistente, demasiado directo. Pero entonces, ella ladeó la cabeza, pensativa, y su expresión cambió a algo más suave.
—Eso depende… ¿quieres algo melancólico o algo más… enérgico? —preguntó, sus ojos oscuros buscaban los míos como si tratara de entender mis intenciones.
—Melancólico, creo. Algo que me haga sentir que estoy en otro lugar —respondí, sorprendido por lo honesto que había sonado.
Ella asintió lentamente, y sin decir más, caminó hacia una de las estanterías. La seguí a cierta distancia, observando cómo se movía con esa calma característica, como si el tiempo dentro de Ecos del Pasado fluyera a un ritmo diferente.
El local tenía ese aire de nostalgia que siempre me atrapaba. Las estanterías de madera crujían ligeramente bajo el peso de los discos, y el olor a vinilo viejo y madera pulida parecía envolverlo todo. Miré hacia la esquina donde un póster de una banda que no reconocía estaba pegado de forma descuidada; sus bordes estaban doblados, pero eso sólo hacía que encajara más con el lugar.
—Aquí está. —La voz de Kosei me sacó de mi trance.
Me giré hacia ella, que sostenía un disco con una carátula simple pero intrigante: una luna llena reflejada en un lago oscuro. "Reflections in the Dark".
—Este es uno de mis favoritos —dijo, sosteniéndolo con ambas manos—. Lo escucho cuando quiero perderme en mis pensamientos.
—¿Es bueno? —pregunté, aunque la respuesta ya era evidente en la forma en que lo miraba.
—Para mí, sí. Pero no sé si sea tu estilo. —Sus ojos se fijaron en los míos, y por un instante sentí que no hablaba sólo del disco, sino de algo más profundo.
—Puedo probarlo. ¿Puedo escucharlo aquí? —pregunté, tratando de no sonar demasiado emocionado.
Kosei asintió y se dirigió al tocadiscos del fondo del local. La seguí en silencio, observando cómo manipulaba el disco con cuidado, casi con reverencia. El leve crujido de la aguja al posarse sobre el vinilo rompió el silencio, y pronto una melodía suave y melancólica llenó el espacio.
El sonido me envolvió como una manta cálida en una noche fría. Había algo en esa música que resonaba conmigo, como si contara una historia que no entendía del todo, pero que me invitaba a escuchar.
—Wow… —murmuré sin pensar, y me odié un poco por no encontrar algo más inteligente que decir.
—¿Te gusta? —preguntó ella, mirándome de reojo.
—Es… diferente. Pero en el buen sentido. —Intenté sonreír, aunque mi atención seguía atrapada por la música.
Ella se quedó en silencio, como si esperara algo más.
—Me gusta cómo te hace sentir que estás flotando —añadí, después de unos segundos.
—Eso mismo pensé la primera vez que lo escuché. —Sonrió, pero esta vez fue una sonrisa más auténtica, más completa, y me di cuenta de que esa expresión era algo raro en ella.
Nos quedamos allí un rato, sin hablar, dejando que la música llenara el espacio entre nosotros. Por un momento, todo lo demás dejó de importar: las inseguridades, las dudas, el mundo fuera de esas paredes.
Cuando la canción terminó, me giré hacia ella.
—Me lo llevo —dije con decisión.
Kosei asintió y volvió al mostrador para registrar la compra. Mientras pagaba, me atreví a preguntar:
—¿Hay alguna otra canción que te guste de este disco?
Ella me miró con un brillo curioso en los ojos.
—Sí, pero tendrás que descubrirla por ti mismo.
Salí del local con el disco en mi mochila y una sensación extraña en el pecho. Había aprendido algo nuevo sobre Kosei ese día, pero también había descubierto algo sobre mí: que estaba dispuesto a caminar lentamente en este camino, siempre y cuando ella siguiera al otro lado.