Parte 1: Ecos del Pasado

El sonido de la campanilla en la puerta del local fue lo primero que escuché cuando entré.

Ese tintineo ya se había convertido en un eco familiar, un sonido que me preparaba para verla otra vez. Mi pulso se aceleró casi de inmediato, aunque intenté controlarlo con una respiración profunda.

Allí estaba ella, de pie detrás del mostrador, con los audífonos colgando de su cuello y hojeando un pequeño cuaderno.

Sus ojos recorrían las páginas con concentración, su flequillo caía levemente sobre su rostro, y de vez en cuando fruncía el ceño, como si estuviera resolviendo algún misterio insondable.

Me quedé quieto un segundo más de lo necesario. ¿Por qué cada vez que la veía sentía este revoltijo en el estómago? No era solo que me gustara; era algo más. Algo que no entendía del todo.

Respiré hondo otra vez y di un paso al frente.

—Hola, Kosei.

Ella levantó la mirada y, al verme, una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Nitram. Hola otra vez.

Era extraño cómo su voz podía hacer que mi nombre sonara diferente. Más suave. Más... importante.

—¿Interrumpo algo? —pregunté, señalando el cuaderno en sus manos.

—Oh, no. Solo estaba anotando algunas cosas.

—¿Cosas como qué?

Ella dudó por un instante antes de responder.

—Letras de canciones.

Mis ojos se abrieron con curiosidad.

—¿Letras de canciones?

—Sí. Algunas que me gustan. O que me hacen pensar en algo. —Kosei cerró el cuaderno y lo dejó sobre el mostrador—. A veces las escribo para recordarlas mejor.

Sentí que mi corazón latía un poco más fuerte. Ella escribía letras de canciones. No solo las escuchaba, sino que las atrapaba en papel, como si quisiera conservarlas de alguna manera más tangible.

—Eso es genial —dije, sincero—. ¿Tienes alguna favorita?

Kosei inclinó un poco la cabeza, como si la pregunta la tomara por sorpresa. Luego, después de un par de segundos de silencio, respondió:

—Depende del día. Pero hay una que me ha estado rondando últimamente.

—¿Cuál?

Ella tomó su cuaderno de nuevo, hojeó unas páginas y luego me mostró un fragmento escrito con tinta azul.

Mis ojos recorrieron la letra. Era una canción que conocía, pero verla escrita así, con su caligrafía pequeña y precisa, le daba un significado diferente.

—Buena elección —murmuré, sintiéndome repentinamente más conectado con ella de lo que jamás me había sentido con alguien antes.

Kosei me miró por un instante y luego sonrió de nuevo, pero esta vez con algo diferente en sus ojos. Algo que no supe descifrar en ese momento.

Lo único que sabía era que mi pecho se sentía más apretado. Que este sentimiento crecía, poco a poco, como una melodía que se repite en la cabeza sin querer irse.

Y que, por primera vez, me di cuenta de que estaba empezando a tener miedo.

Miedo de cuánto me estaba gustando Kosei Teki.

Las palabras en su cuaderno seguían frente a mí, pero mi mente estaba en otra parte. En ella. En la forma en que su caligrafía parecía tan meticulosa, como si cada letra importara, como si cada línea fuera un susurro de lo que ella sentía y no decía en voz alta.

Tragué saliva y aparté la mirada del papel, intentando que mi voz sonara normal.

—Siempre me ha parecido curioso cómo algunas canciones logran describir cosas que nosotros no sabemos cómo decir.

Kosei levantó la vista.

—Sí. Supongo que por eso me gusta escribirlas. A veces, cuando escucho una canción, siento que alguien más puso en palabras lo que yo no podría explicar.

Sus ojos se fijaron en los míos por un momento, como si quisiera leer algo en ellos. Sentí un ligero escalofrío en la espalda, pero no de frío.

Ella desvió la mirada y volvió a cerrar el cuaderno con cuidado.

—¿Tú también tienes canciones así? —preguntó, apoyando los codos en el mostrador.

Mi primer instinto fue responder con una broma, algo como "Sí, pero todas hablan de comida y videojuegos". Pero la verdad era que sí tenía canciones que me removían por dentro, que me hacían sentir cosas que no entendía.

Asentí.

—Sí. Aunque nunca las he escrito.

—Deberías intentarlo —sugirió—. Escribirlas ayuda a entender lo que sientes.

Me apoyé en el mostrador con los brazos cruzados.

—¿Y tú qué intentas entender?

Fue una pregunta que salió sin pensar. Y por un segundo, sentí que ella se tensaba. Pero luego desvió la mirada hacia el cuaderno y pasó los dedos por la cubierta.

—No lo sé —respondió en voz baja—. Supongo que... muchas cosas.

El silencio que siguió no fue incómodo, pero sí pesado. Como si algo invisible flotara entre nosotros.

Decidí cambiar el tema antes de que todo se volviera demasiado serio.

—¿Y qué canción es la que más has escrito últimamente?

Kosei se quedó en silencio un momento antes de responder.

—Una que habla sobre esperar algo que quizá nunca llegue.

Su respuesta me golpeó de una manera que no esperaba.

No sabía si hablaba de algo en específico, pero sentí una punzada en el pecho. Porque, de alguna manera, su frase me recordaba a mí mismo. A lo que sentía por ella.

Y a cómo, a pesar de todo, seguía esperando.

Las palabras de Kosei seguían resonando en mi cabeza como el eco de una canción que se niega a desaparecer.

"Una que habla sobre esperar algo que quizá nunca llegue."

No sabía si se refería a algo específico o si era solo una de esas frases ambiguas que dice sin pensarlo demasiado, pero sentí que me golpeaba directamente en el pecho. Porque, sin darme cuenta, me vi reflejado en esas palabras.

Esperar algo que quizá nunca llegue.

Esperar que un día ella me vea de la misma forma en la que yo la veo.

Esperar que estas conversaciones que tenemos, estos momentos compartidos entre discos de vinilo y listas de reproducción escritas a mano, signifiquen algo más que simples charlas pasajeras.

—¿Te pasa seguido? —pregunté, con la voz más baja de lo que pretendía.

Kosei levantó la mirada con un pequeño gesto de confusión.

—¿El qué?

—Eso de esperar algo que no sabes si llegará.

Ella no respondió de inmediato. Se quedó observando el mostrador, como si ahí estuviera la respuesta, y pasó los dedos distraídamente por el borde del cuaderno cerrado.

—Sí —dijo al fin—. Creo que a todos nos pasa, ¿no?

Su tono era suave, casi resignado.

—Sí... supongo.

Un silencio denso se instaló entre nosotros. No incómodo, pero sí de esos que te dejan sintiendo que hay algo más que debería decirse, algo que flota en el aire sin llegar a materializarse.

La observé en ese momento con más atención. Su expresión era serena, pero sus ojos decían otra cosa. Siempre me había parecido que había algo detrás de su mirada, algo que nunca terminaba de decir. Como si dentro de ella hubiera un millón de pensamientos y emociones que jamás dejaba salir del todo.

"¿Y si lo que espera… es lo mismo que yo?"

Sacudí la cabeza en cuanto ese pensamiento cruzó mi mente. No podía ilusionarme así. No debía.

Para romper el silencio, señalé el cuaderno con un leve movimiento de la cabeza.

—¿Me dejarías leerla?

Kosei parpadeó un par de veces y bajó la mirada hacia el cuaderno como si apenas recordara que estaba ahí.

—¿Leer qué?

—La canción. Esa que escribiste sobre esperar.

Ella se quedó quieta por un segundo. Luego, con un movimiento lento, deslizó los dedos sobre la cubierta, como si dudara.

—No sé…

Sonreí con suavidad.

—Prometo no juzgar.

—No es eso… —murmuró—. Es solo que… es muy personal.

Y ahí estaba otra vez. Esa sensación de que había algo que ella no decía.

No insistí.

—Está bien. No tienes que hacerlo.

Ella pareció relajarse un poco con mi respuesta.

—Gracias —susurró, esbozando una sonrisa pequeña, casi tímida.

Hubo otro silencio, pero esta vez no era pesado. Era un silencio tranquilo, como si ambos entendiéramos que no era necesario llenarlo con palabras.

Mis ojos se desviaron a la vitrina detrás de Kosei, donde los discos estaban acomodados en filas perfectas. Un álbum en particular llamó mi atención: un viejo vinilo con una portada oscura y letras doradas.

—Ese disco… —dije sin pensar, señalándolo con la barbilla—. Me recuerda a una canción que escuchaba de niño.

Kosei se giró para ver cuál señalaba y luego arqueó una ceja.

—¿En serio? Este es un disco de baladas románticas de los setenta.

Me reí con un poco de vergüenza.

—Sí, bueno… mis papás lo ponían a veces cuando limpiaban la casa. No sé, hay algo en esas canciones que… me dan nostalgia.

Ella sonrió, un poco más relajada.

—La nostalgia es un buen motivo para escuchar música.

—Sí —asentí—. Aunque a veces también duele un poco.

Ella me miró con algo parecido a la sorpresa.

—¿Duele?

—No sé cómo explicarlo —dije, rascándome la nuca—. Pero hay canciones que cuando las escucho, siento algo en el pecho, como si me recordaran algo que nunca tuve, pero que de alguna forma extraño.

Kosei me observó por un instante y luego sonrió de una manera distinta.

—Eso… tiene sentido.

—¿Sí?

—Sí. Hay canciones que hacen eso. Que te hacen sentir que extrañas algo… aunque no sepas qué.

La observé de nuevo y, por un momento, tuve la sensación de que ella también estaba hablando de algo más.

Quise preguntarle. Quise saber qué era eso que ella extrañaba.

Pero al final, me quedé en silencio.

Porque, quizás, ella tampoco tenía la respuesta.

El silencio entre nosotros se fue asentando como una brisa tibia. No era incómodo, pero sí… denso. Como si, de alguna forma, cada vez que hablábamos, nos acercáramos un poco más a algo que ninguno de los dos terminaba de decir.

Me incliné ligeramente contra el mostrador y desvié la mirada hacia los estantes de discos detrás de Kosei. Tenía una necesidad repentina de mantener la conversación en movimiento, de no dejar que este momento simplemente se desvaneciera.

—Dime algo —dije de pronto, sin pensarlo demasiado—. Si tuvieras que elegir una canción para describirte, solo una, ¿cuál sería?

Kosei parpadeó, como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa.

—¿Para describirme?

Asentí.

—Sí. Algo así como… tu canción en el soundtrack de tu vida.

Ella bajó la mirada, pensativa, y dejó que sus dedos recorrieran distraídamente la superficie del mostrador.

—Nunca lo había pensado —murmuró—. Pero supongo que elegiría algo melancólico… pero con un poco de esperanza.

Sonreí, inclinándome ligeramente hacia adelante.

—Eso es muy vago. Dame un título.

Ella me miró con algo de diversión en los ojos, pero también con un leve destello de incomodidad, como si la pregunta la hiciera pensar más de la cuenta.

—Tal vez… —su voz bajó un poco— "First Love" de Hikaru Utada.

Mi expresión cambió ligeramente.

—No la conozco.

—Es muy bonita —dijo, esbozando una pequeña sonrisa—. Pero también un poco triste.

Hubo algo en la forma en que lo dijo que me hizo sentir un nudo en la garganta.

—¿Triste en qué sentido?

Kosei suspiró suavemente, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Habla de un amor que siempre recordarás, aunque no pueda durar.

Sus palabras me dejaron sin saber qué responder por un instante.

"Un amor que siempre recordarás, aunque no pueda durar."

Había algo en esa frase que me revolvía el pecho. Como si estuviera atado a un significado que no lograba comprender del todo.

—¿Por qué esa? —pregunté en voz baja.

Kosei me miró por un momento y luego sonrió de lado, pero no respondió enseguida.

—Creo que hay cosas que… aunque no duren, dejan una marca en ti —dijo al final—. Y eso las hace importantes.

Mi estómago se contrajo levemente con esa respuesta.

—Suena un poco… resignado.

Kosei se encogió de hombros.

—No lo sé. Supongo que siempre he visto las cosas así.

—¿Y si algo dura más de lo que crees?

Ella ladeó la cabeza, mirándome con un brillo curioso en los ojos.

—¿Tú crees que todo puede durar para siempre?

—No sé si todo —admití—. Pero hay cosas que sí.

El aire a nuestro alrededor se volvió más espeso, más cargado de algo que no podía nombrar.

Kosei desvió la mirada hacia la ventana del local, donde la luz del sol se filtraba entre los cristales, iluminando el polvo en el aire.

—Tal vez —susurró.

Y por un segundo, deseé poder leer su mente.

Deseé entender qué era lo que realmente pensaba cuando decía cosas así.

Deseé que, de alguna manera, lo que ella esperara… fuéramos nosotros.

Pero lo único que hice fue quedarme en silencio.

Porque, como siempre, había cosas que yo tampoco terminaba de decir.

Había algo en la forma en que Kosei hablaba que me hacía sentir inquieto. No de una manera desagradable, sino de una forma que me obligaba a pensar más de lo que quería. Como si cada una de sus palabras escondiera algo más profundo, algo que yo no estaba viendo del todo.

Nos quedamos en silencio unos segundos, escuchando el leve murmullo de la música que sonaba en el local. El sol seguía filtrándose por las ventanas, pintando reflejos dorados en los discos apilados. Yo no sabía qué decir. O mejor dicho, tenía muchas cosas que quería decir, pero ninguna se sentía lo suficientemente adecuada.

Respiré hondo y me obligué a hablar.

—Entonces… si esa es la canción que te describe, ¿qué canción elegirías para describirme a mí?

La pregunta la tomó por sorpresa.

Kosei me miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera analizándome, y luego bajó la mirada con una sonrisa pequeña.

—Mmm… eso es difícil.

—¿Por qué?

—Porque no creo conocerte lo suficiente todavía.

Ese "todavía" hizo que mi pecho se apretara un poco. Era una palabra pequeña, pero llevaba un significado enorme.

Me incliné un poco más sobre el mostrador, apoyando los codos.

—Entonces dime lo que crees hasta ahora.

Kosei suspiró y ladeó la cabeza.

—Creo que eres… —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado— alguien que piensa demasiado las cosas.

Sonreí con ironía.

—Vaya, qué análisis más profundo.

Ella soltó una risa suave.

—No, en serio. Siento que siempre tienes algo en la cabeza, pero no siempre lo dices. Como si estuvieras constantemente debatiendo contigo mismo.

Mi sonrisa se desvaneció un poco.

Era sorprendente lo mucho que ella lograba ver en mí con tan poco.

—¿Y eso qué tiene que ver con una canción?

Kosei apoyó la barbilla en su mano y miró hacia el techo, pensativa.

—Tal vez elegiría… "Lost Stars" de Adam Levine.

—¿Por qué?

—Porque habla de alguien que está buscando su lugar, que no sabe bien qué camino tomar, pero que sigue intentando.

Me quedé callado.

Esa canción.

La conocía.

No era la canción que yo habría elegido para describirme, pero al escucharla en su voz, en su interpretación, sentí que… encajaba.

Era como si ella viera en mí algo que yo mismo no sabía cómo expresar.

Mi estómago se revolvió con una sensación extraña. Una mezcla de emoción y nervios.

—¿Te molesta que haya elegido esa? —preguntó ella, inclinando la cabeza con curiosidad.

Negué lentamente.

—No. Solo que… me sorprende lo acertada que es.

Kosei sonrió de lado.

—Supongo que tengo buen ojo para las canciones.

—O buen ojo para las personas.

Sus mejillas se sonrojaron un poco y desvió la mirada.

Por un momento, solo un momento, me atreví a pensar que tal vez… yo también le causaba algo.

Tal vez no era el único que sentía que nuestras palabras tenían más peso del que dejábamos ver.

Tal vez, solo tal vez, Kosei también estaba viendo algo en mí que yo mismo no entendía del todo.