La apertura y el cierre de la puerta de la sala de juntas sacaron a Atenea de sus pensamientos frenéticos sobre los gemelos a quienes había llamado «médicos malvados del Oeste».
Ella levantó la cabeza, una línea de preocupación marcando su frente cuando vio las facciones relajadas, el atisbo de una sonrisa, en los labios del viejo señor Thorne y Ewan. Su cercanía también, y el ritmo de su caminar, despertaron con éxito su interés.
¿Qué había pasado en esa sala, aparte del viejo señor Thorne entregándole a Ewan sus derechos? Se preguntaba, incapaz de siquiera sentirse divertida cuando se detuvieron al mismo tiempo frente a ella. Su enojo aún no estaba apaciguado.
—Nos veremos por aquí, Atenea —dijo entonces Herbert, percibiendo que era hora de que él se marchara.
Hizo un gesto de asentimiento al viejo señor Thorne y a Ewan, y luego se alejó de ellos, caminando por el corredor sinuoso hasta que estuvo fuera de vista.