—¿Qué fue eso? —preguntó Atenea, paralizada en un punto, su voz casi un susurro cuando encontró la mirada de Ewan. Su expresión facial reflejaba la de ella: sorpresa.
Ewan estaba a punto de responder cuando se escuchó otro fuerte estruendo. Esta vez, fue seguido por un alboroto de sonidos agudos que sólo podían atribuirse a armas grandes.
—¡La pandilla! —susurró-gritó Atenea, sus piernas funcionando instantáneamente por instinto y adrenalina. Corrió rápidamente, seguida de cerca por Ewan, por el pasillo sinuoso hacia el ascensor.
—¿Puede ir esto más rápido? —le preguntó a Ewan, la impaciencia notable en su voz.
Ewan sacudió la cabeza. Esta era la velocidad máxima del ascensor; cualquier velocidad adicional y la máquina podría fallar. Sin embargo, no tardaron mucho, y pronto estaban abajo en el vestíbulo.