—¡No es de extrañar que el hombre le fuera tan leal!
Con cada segundo que pasaba, Atenea empezaba a entender que las cosas no siempre eran lo que parecían a primera vista. A menos, por supuesto, que estuvieras hablando de belleza física. Ewan era exactamente como parecía: un pecado atractivo.
Mientras estudiaba sus rasgos bajo la tenue iluminación del restaurante, podía ver con demasiada claridad por qué atraía a la multitud femenina. Demonios, ella no era completamente inmune a ese atractivo.
Esos labios pecaminosos y...
—¡Saca tu mente de la alcantarilla, chica! —Atenea se regañó frenéticamente mientras mantenía un exterior tranquilo.
—Entonces, si odiabas tanto el tráfico y el negocio de las drogas, ¿por qué no lo detuviste? ¿Por qué no simplemente llamaste a la policía y derrumbaste todo? —preguntó.
—Porque necesitaba la protección —respondió Ewan, frunciendo el ceño como si la respuesta fuera obvia.