Adele se mantuvo de pie frente a los Alfas Cardinales, sus ojos ardían con furia. Asher, Román, Alaric y Griffin sentados como niños castigados, su energía dominante habitual opacada bajo la mirada fulminante de la curandera.
—¡¿Qué diablos estaban pensando?! —La voz de Adele se elevó, resonando por la sala—. ¿Saben que tuve que darle cinco inyecciones para suprimir el calor? ¡Cinco solo para aliviar su tormento!
Román se movió incómodo, con la cabeza gacha. La culpa pesaba mucho sobre él, después de todo, había sido quien más cerca estuvo de cruzar la línea.
—Lo sentimos —dijo en voz baja, su voz teñida de arrepentimiento.
—¿Lo sienten? —La voz de Adele se agudizó como un látigo—. ¿Acaso "lo siento" compensa el celo inducido al que forzaron a la pobre chica? ¿El trauma que podría llevar?
Alaric frunció el ceño, su tono defensivo. —¿Cómo es eso posible? Los humanos no entran en celo. Ella es humana, ¿verdad? —Miró a sus hermanos cardinales para confirmación.