Los ojos de Violeta se abrieron, su estómago gruñía aun antes de que su mente pudiera recordar completamente dónde estaba. El tentador aroma de la comida llenaba sus sentidos, sacándola de la bruma del sueño. Se sentó de golpe, cuando vio la gran figura que estaba al pie de su cama.
—No tienes que tener miedo —dijo Griffin, su voz tranquila mientras levantaba las manos en un gesto de paz—. Prometo, no te haré daño.
La mirada de Violeta se endureció, su tono agudo mientras replicaba:
—Dijiste esas palabras exactas justo antes de unirte a los demás para intimidarme en esa llamada ceremonia de olfateo.
Griffin asintió, una tenue sonrisa tirando de sus labios. —Culpable como se me acusa. Pero eso era la tradición. Nunca te lastimaría intencionalmente, Violeta —hizo un gesto hacia otra persona en la habitación—, y solo entonces Violeta se dio cuenta de que no estaban solos.