Violeta tembló bajo el chorro constante de la ducha, su cuerpo estremeciéndose incluso con el calor del agua cayendo sobre ella.
Sin embargo, el escalofrío no provenía de la temperatura, sino de su último encuentro con Asher en la oficina del consejero. Y, por más que Violeta intentara sacudírselo, el recuerdo se aferraba a ella como una segunda piel.
Todavía podía sentir el retorcimiento en su estómago, la forma en que su enojo había ardido con fuerza por un instante fugaz antes de ser apagado por un frío y oscuro temor.
Asher estaba mortalmente en serio. Ella lo había sabido por la mirada en sus ojos, la forma en que sus manos agarraban sus muñecas como si se estuviera conteniendo de hacer algo aún más peligroso.
Asher no estaba haciendo una amenaza en vano. Él había hablado en serio. Y ahora, esas palabras resonaban en su mente como un lúgubre estribillo.
—Tu primera vez es mía. Tú eres mía. Desafíame, y lo mataré yo mismo.