Margarita iba y venía, prácticamente vibrando de ira, y lo único que faltaba era humo saliendo literalmente de sus orejas.
Violeta la observaba cautelosamente. —Margarita, creo que deberías calmarte
—¡No! ¡No me digas que me calme! —Margarita estalló, volviéndose hacia ella inmediatamente.
Acercó su cara a la de Violeta, la furia chispeante en sus ojos. —¡Somos parias, Violeta! Renegados. ¡Nos marcaron como si estuviéramos enfermas! —Su voz se quebró por la frustración—. Ya estamos a punto de desmoronarnos por toda la mierda que nos están haciendo pasar, y tú—tú—empeoras las cosas trayendo aquí el coche de Román Draven?!
Por una vez, Ivy decidió intervenir. —Margarita, creo que realmente deberías respirar hondo y tratar de
—¡No te atrevas a decirme qué hacer y qué no hacer con mi maldito aliento! —Margarita también se volvió hacia ella, totalmente perdiendo el control.
—¡Mira dónde estamos viviendo! —gritó, su voz cruda—. ¡Mira bien nuestra situación actual de vida!