La verdad sobre el viernes —1

—No hagas ruido —advirtió Román de nuevo, por si acaso ella tenía otras ideas.

Al principio, un desafío ardía en los ojos de Violeta, pero la seriedad en su voz le indicó que hablaba en serio en cada sílaba. Así que a regañadientes se obligó a relajarse.

Fue entonces cuando lo sintió.

El peso completo del cuerpo de Román presionándola contra el suelo. Su pecho desnudo aplanado contra el de ella, el calor de su piel quemando a través de la delgada tela de su camisón. Y peor, algo más —definitivamente no blando— rozaba su muslo.

Sus ojos se abrieron alarmados, una nueva clase de conciencia la sobrecogió.

Román sonrió con suficiencia, claramente disfrutando de la realización que amaneció en su mirada.

—Bájate de mí, imbécil —gruñó ella en su palma.

Román la estudió por un momento, sus agudos sentidos leyendo su lenguaje corporal. Luego, como si decidiera que no era una amenaza, lentamente levantó su mano de su boca. Excepto que ese fue su primer error.