Calidez [3]

—Probablemente debería irme.

Mientras Eduardo y Natasha permanecían junto a la puerta en silencio, aproveché este momento para finalmente entrar a mi casa. No quería interponerme entre la reunión de los dos. Al entrar en la casa, mi cuerpo, sin saberlo, comenzó a relajarse. Era el mismo pasillo de siempre, el mismo olor de siempre, las voces familiares a lo lejos, todo era igual que antes.

Una fina sonrisa se extendió por mi rostro mientras sacaba mis zapatos y los colocaba en el estante para zapatos. Después, mis hombros se tensaron un poco, pero aún así reuní el valor para entrar a la sala de estar. Era ahora o nunca.

Y, justo cuando logré reunir mi valor, una figura familiar emergió de la cocina y nuestras miradas se encontraron.

—¿Le pasó algo a Natasha? Está tardando

Ambos nos detuvimos mientras nos mirábamos el uno al otro. En ese momento, el silencio envolvió los pasillos de la casa ya que ninguno habló. «Ella se ve igual que siempre...»