Honoria cabalgaba a caballo por el denso bosque mientras buscaba desesperadamente a su esposo desaparecido. Habían pasado doce horas desde que Berengar partió en busca del testigo de la masacre alemana, y la Princesa Bizantina estaba terriblemente preocupada. Durante las últimas tres horas, ella y los soldados buscaron frenéticamente cualquier pista sobre el paradero de su emperador ausente, solo para quedar sin nada.
Con una lámpara de aceite atada al cuello de su caballo, Honoria continuó adentrándose en el bosque, buscando al hombre que amaba. Finalmente, después de horas de esfuerzo, escuchó algunas buenas noticias cuando una de sus chicas le llamó desde unos metros más adelante.