Leonel levantó la cabeza para mirar hacia el Rey Arturo. Su mirada era tan tranquila como un lago, dividiendo el aura majestuosa que descendía sobre él en una corriente constante.
El aura del Rey Arturo se volvía cada vez más sofocante.
No solo él lo sentía. Los guardias a lo largo de las paredes de la sala del trono sentían ira e indignación. ¿Quién era este muchacho para hablarle a su Rey de esa manera?
Debía recordarse que, aunque el Rey Arturo era huérfano, todavía era de sangre noble. Para el pueblo de Camelot, su condición de huérfano no era tan importante como su sangre real. Desde el principio, estaba destinado a ser Rey.
Para los súbditos de Camelot, la diferencia en valor entre Leonel y su Rey era obvia. ¿Cómo podían permitir una infracción tan flagrante contra su dignidad?