Arturo se levantó y se alejó, dejando el salón de la Corte Real solo.
Uno podría haber pensado que se regocijaría en su decisión, incluso intentaría reconectar con su esposa e hija de inmediato. Desafortunadamente, a diferencia de cómo Laeron lo hizo parecer, esto no era un cuento de hadas. Las personas no cambian de inmediato, ni tampoco las relaciones fracturadas a lo largo de varias décadas pueden repararse en un día.
En este momento, Arturo se sentía bastante desolado.
El orgullo era algo difícil de superar, especialmente cuando era el propio. Ahora, Arturo tenía que aceptar el hecho de que no solo estaría entregando algo que había trabajado toda su vida para construir, sino que al hacerlo tendría que actuar como si estuviera agradecido.