Sonrisa

Leonel y Aina surcaban los cielos. Aunque habría sido más rápido si la tabla de surf hubiera entrado en su modo de lanzadera, Leonel decidió no hacerlo. Por un lado, la cabina era demasiado pequeña para dos personas y no se sentía bien dejando a Aina sola en este momento. Y, en segundo lugar, aunque podrían apretujarse con lo pequeña que era Aina, no confiaba en conducir esa monstruosidad con un solo brazo. Con su velocidad, incluso medio grado de desviación los sacaría de curso por decenas de millas.