Como un animal salvaje, Thrax no podía dejar de agitarse, resistiéndose a sus ataduras. Se necesitaban cadenas dobles y varios hombres fuertes para sujetarlo. Si no fuera por sus múltiples heridas y el hecho de que apenas había comido en los últimos días, ninguno de ellos sería capaz de someterlo.
Una vez que finalmente fue enjaulado, lo llevaron a una extensa finca en las colinas de Capua.
—¡Bienvenido a la casa de Batiatus!
Era la casa de un gladiador, aparentemente una de las mejores en toda la República Romana.
Durante los primeros días, estuvo hambriento y seco en el patio bajo el ardiente sol. El quinto día, justo cuando Thrax pensaba que iba a marchitarse por el calor, fue llevado a una gran área de baño donde fue duchado y engrasado.
La sensación de agua fresca sobre su piel quemada le hizo sentirse un poco mareado y sus ojos pesados. Los sirvientes que lo bañaban murmuraban entre ellos, con voces que parecían muy lejanas, sobre un invitado especial que lo vería mañana.