El Mercenario

¡Aaarggghhh!

Con un fuerte silbido, una lanza atravesó el aire y perforó los cuerpos de los legionarios romanos. El simple ataque fue suficiente para interrumpir una de las formaciones.

Un guerrero tracio se lanzó a través del cerco romano. Una mano sostenía una lanza manchada de sangre con fuerza y la otra sostenía el brazo de una chica que gimoteaba. La chica lucía sucia, manchas de sangre y tierra cubrían todo su cuerpo y ropa hecha jirones, pero el guerrero apretó el brazo de la chica con fuerza, como si intentara obtener fuerza de ella.

—¡Agarra mi mano! ¡Vamos a cargar!

En esta batalla en particular, Thrax luchó como un león feroz. Cada movimiento de su lanza mataba a todos los que se atrevían a interponerse en su camino, dejando un largo rastro de cadáveres sobre la tierra ensangrentada.

—¡Thrax, déjame, sálvate tú! —gritó la chica con desesperación.

—¡No, nunca! —Thrax apretó los dientes y lanzó su lanza, empalando al soldado romano que intentó acercárseles por detrás.