Fabian sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, haciendo que sus cejas se fruncieran. Levantó la mano, mirando fijamente el anillo con forma de calavera en su dedo mientras este le proporcionaba un emocionante sobresalto.
—Fabian, pareces emocionado —Samael se dio cuenta mientras veía la sonrisa siniestra en la esquina de los labios de Fabian—. No odias tanto a esos niños como para estar tan feliz mientras ellos sufren, ¿verdad?
Fabian lentamente desvió la mirada de su anillo y la fijó en Samael. —No, Su Gracia. Solo tengo un presentimiento de que las cosas serán interesantes pronto.
—¿Lo crees?
—Lo espero —corrigió Fabian, dirigiendo su mirada hacia la puerta cerrada frente a ellos—. Dentro de esta habitación, los niños eran tratados como consecuencia de todos los experimentos que los habían puesto en dolor.
—Ya no escucho sus gritos —dijo Fabian, mirando hacia la puerta mientras se rascaba la barbilla—. ¿Señor Noah los mató de irritación?