—Te amo... —susurré.
Los labios de Cole se curvaron en la más tenue de las sonrisas, y extendió la mano, sus dedos apartando un mechón suelto de cabello de mi rostro.
—¿Hmm? —Su voz era baja, un ronroneo que resonaba en mí como una melodía tranquilizadora.
Quería decirle todo: cuánto significaba para mí, cuánto había esperado este momento, cómo mi corazón había sido un campo de batalla de esperanza y desesperación durante tanto tiempo. Pero las palabras se enredaron en mi garganta, demasiado pesadas y frágiles a la vez.
En cambio, dejé que el silencio hablara, la forma en que su mano se demoraba en mi mejilla, la forma en que me inclinaba hacia su toque como si fuera el único ancla que tenía en un mar a la deriva.