Cuando finalmente aterrizamos en Frizkiel, pensé que la parte difícil había terminado. Que el torbellino quedaba detrás de mí.
Pero el momento en que puse un pie en los grandes pasillos de la finca Frizkiel—una imponente mansión situada en lo profundo de las montañas, donde las nubes besaban los techos de mármol—me di cuenta de que el momento más abrumador aún estaba por llegar.
Estaba en casa.
No el tipo que había inventado en mi cabeza para calmarme y poder dormir. No la ilusión a la que me aferraba por desesperación.
Esto era real.
Y de pie frente a mí... estaban mis verdaderos padres.
Evangeline Cole Frizkiel y Eric Frizkiel.
No hacía falta una prueba de ADN. No papeles. No explicaciones. En el momento en que los vi, lo supe. Tenía los rasgos de mi madre—los mismos pómulos altos, el mismo porte elegante. Y mis ojos... eran los de mi padre. Claros y agudos, con una profundidad que contaba mil historias no dichas.