Después de haber escuchado lo que Melisa me contó sobre los planes de su hermana mayor contra la familia del Castillo, lo que más me preocupaba era cuáles eran las intenciones de ese hombre. Podría estar usando a esa organización como distracción para poner su plan en marcha. Tenía que buscar la forma de descubrir la identidad de este hombre. Él podría ser uno de los tantos enemigos que mi abuelo tuvo en el pasado, algo que nadie de la familia sabía. Era el momento de empezar a mover mis fichas clave. En el Grupo Castillo, tendría que ganarme el respeto de los integrantes del consejo de la empresa, ya que ellos tenían voto en todas las decisiones del grupo. Si quería llegar a un puesto más alto y convertirme en la nueva CEO del Grupo Castillo, tendría que ensuciarme las manos. Lo haré, aunque tenga que hacer cosas que juré no hacer en mi vida y que me lleven a arrepentirme. Estoy dispuesta a hacer cualquier sacrificio para llegar a ese puesto. Lo haré sin piedad, para que mis enemigos sepan que el peor error será enfrentarse a mí. Estoy dispuesta a defender todo con mi vida.
En la tarde noche, llamé a una de las personas en quien más confío, quien me cuenta todo lo que pasa en la empresa. Le pedí que me diera toda la información sobre los integrantes del consejo del Grupo Castillo. Ella de inmediato me la envió. Ya con la información en mis manos, era el momento de poner en marcha mi plan. Por eso, llamé a Luisa.
—Dime, señora Ana, ¿en qué te puedo ayudar a estas horas? —preguntó Luisa.
—Quiero que hagas algo por mí, pero debes ser muy discreta —dije, con firmeza.
—Así será, señora Ana. ¿Y qué es lo que tengo que hacer? —preguntó Luisa.
—Quiero que investigues a unas personas. Necesito que me informes de todo lo que hacen, con quién se reúnen y hasta qué comen. Quiero saber todo. Confío en ti, Luisa —dije, con seriedad.
—¿Y qué es lo que harás con esa información, señora Ana? —preguntó Luisa, con curiosidad.
—Te lo voy a contar, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a tu jefe, Luisa —dije, con un tono de advertencia.
—Seré una tumba, señora Ana —respondió Luisa, con determinación.
—No sabemos cuál es el gran alcance que tiene mi madrastra en la empresa en estos momentos. Su poder ha crecido en este tiempo, y por eso he decidido mover mis fichas. Mi plan consiste en jugar sucio, tal como ella lo está haciendo. Con la información que tú me des de ellos, y sobre sus secretos más guardados, los usaré a mi favor y así pondré la balanza a mi favor. Cuando los tenga en mis manos, ellos serán mis marionetas y harán todo lo que yo les ordene —dije, con un tono frío y calculador.
Al terminar la llamada con Luisa, me recosté en el sofá que estaba en mi estudio. En ese momento, sonó de nuevo mi celular. Era un mensaje de Nicolás que decía que el amigo de mi abuelo no quiso reunirse conmigo, ya que no quería saber nada de la familia del Castillo. Sin embargo, envió una carta con él, que me la tenía que entregar personalmente. En esa carta, decía todo lo que sabía sobre mi abuelo y su pasado.
Al día siguiente, no pude concentrarme en la universidad. Mi mente estaba ocupada pensando en lo que decía esa carta. Estaba a pocos minutos de saber todo el pasado de mi abuelo y de cómo él había creado el imperio de la familia del Castillo. Esta vez, el tiempo no era mi mejor aliado, sino mi peor enemigo, ya que parecía pasar demasiado lento. Las horas se convirtieron en una tortura, y cada minuto que pasaba me hacía sentir más ansiosa por descubrir la verdad. Cuando por fin llegó la hora de salida, sin decir nada, recogí mis cosas, las metí en mi bolso y salí de inmediato del salón sin despedirme de nadie. Salí de la universidad y me dirigí hacia el mirador de la ciudad, donde me estaba esperando Nicolás con la carta que contenía todo el pasado de mi abuelo.
Al llegar a ese lugar, dudé un momento antes de bajarme del coche. No estaba segura de estar lista para saber la verdad que mi abuelo había ocultado. Finalmente, descendí del coche y me acerqué a una de las bancas donde estaban Nicolás y Luisa. Él notó lo nerviosa que estaba, se levantó y me dio su lugar para que me sentara. Me ofreció un poco de agua y me preguntó:
—¿Estás lista para saber lo que contiene esta carta que tengo en mis manos? —preguntó Nicolás, con un tono serio.
Dudé un momento antes de responder:
—Sí, estoy preparada para ver el contenido de esa carta —dije, tratando de sonar firme.
Él me entregó el sobre donde estaba la carta. Cuando la tuve en mis manos, mis manos comenzaron a temblar. Rasgué una parte del sobre y saqué la carta. Cerré los ojos por unos segundos, respiré profundo y le pedí a Luisa y Nicolás que me dejaran sola mientras leía el contenido. Cuando ya estaba sola, me decidí a leerla.
En los primeros párrafos de la carta, hablaba de cuando mi abuelo era un niño de 12 años. Siempre les decía a sus amigos que estaba destinado para cosas grandes en la vida, que no estaba destinado a llevar una vida de miseria como la que llevaban sus hermanos mayores. Él era un genio para las matemáticas, siempre sacaba las mejores notas en todas las materias. Incluso ganó, por dos años seguidos, las olimpiadas nacionales de matemáticas. A pesar de esos logros, jamás se sintió satisfecho. En el segundo párrafo, decía que mi abuelo, a sus 13 años, empezó su primer negocio: Que era embetunar los zapatos de todos los del colegio. Con eso, empezó a ganar un poco de dinero que ayudaba a su madre, quien era la mejor modista que había en el pueblo. Al mes, mi abuelo ya tenía como 7 niños de su edad que embetunar los zapatos para él. A sus 16 años, en su último año de secundaria, seguía con su proyecto y ya tenía como 20 trabajando para él. Cuando se graduó y vio todo el sacrificio que su madre había hecho durante todos esos años para pagar el colegio, hasta el punto de enfermarse, él no quiso ir a la universidad, rechazando la beca que había ganado.
Después de haber salido del colegio, se puso a trabajar como mesero en un bar del pueblo. Fue allí donde conoció a alguien que le ofreció trabajar para él. Fue en ese trabajo donde mi abuelo conoció el contrabando de cigarrillos. Mostró tanta habilidad que, en poco tiempo, se convirtió en el segundo al mando. Pero él estaba cansado de rendirle cuentas a alguien. Quería más poder, por lo cual diseñó un plan para quedarse con ese negocio.
Hizo creer a su jefe que una mercancía se había perdido y que ya tenía al culpable. Cuando se reunió con él afuera de ese lugar, sonaron varios disparos. Sin darle tiempo, mi abuelo disparó al que le había enseñado todo sobre ese trabajo. En ningún momento sintió arrepentimiento. En su rostro había una sonrisa de satisfacción y un brillo en sus ojos. Se apoderó del negocio, reunió a algunos antiguos amigos del colegio y les ofreció trabajar para él. Aceptaron de inmediato, ya que él no les ofreció otro camino: si decían que no, él se encargaría de eliminarlos de la faz de la tierra. A sus 20 años, había formado un imperio muy grande con el contrabando de cigarrillos. Expandió su negocio a las 7 ciudades más importantes del país. Además de contrabandear cigarrillos, empezó a contrabandear armas. Así, pasó de ser un muerto de hambre a ser el líder de una de las mafias más poderosas de su tiempo, poniendo en caos esta nación por un gran tiempo.
Al final de la carta decía: "¿Sabes por qué la familia del Castillo tiene tanto poder económico y está entre las 8 familias más poderosas del país? Porque, en realidad, tu familia no ocupa el cuarto lugar, sino el primer puesto. Tu abuelo les hizo creer que ellos tenían el control de todo, pero en realidad cayeron en su trampa sin darse cuenta. Fueron manipulados por la familia superior que, hasta el día de hoy, sigue dando sus frutos. Mientras las demás familias crecen poco a poco, la familia del Castillo crece de manera brutal sin que nadie se dé cuenta". Y por último, en letras muy pequeñas, decía: "Está por empezar una gran tormenta que solo un Castillo puede enfrentar".
Al terminar de leer la carta, no podía creer que mi abuelo hubiera sido un gánster y que hubiera engañado a toda la familia, haciéndonos creer que era un gran empresario. Me levanté con rabia de la banca y rasgué la carta en varios pedazos, arrojándolos al suelo. Ahora, por mi cuenta, tendría que descubrir cuáles fueron las consecuencias que lo llevaron a dejar de ser parte de la mafia que él mismo había creado. Ya era hora de que yo me pusiera al frente de los asuntos de mi familia. Si él nos ocultó todo esto, era para protegernos, y ahora era mi obligación proteger lo que nos dejó, aunque en el fondo lo estuviera odiando por habernos mentido. Le indiqué a Nicolás y a Luisa que se acercaran a donde yo estaba.
—Ahora que sabes toda la verdad sobre tu abuelo, ¿cuál será el paso a seguir de hoy en adelante? —preguntó Nicolás.
—En estos momentos, la mafia cree que la familia del Castillo es débil, y eso es lo que vamos a hacerles creer —respondí, con determinación.
—Pero, Ana, si hacemos eso, ponemos en riesgo el futuro de la familia del Castillo, ¿no crees? —preguntó Nicolás, con preocupación.
—Nosotros seremos un lobo disfrazado de oveja. Ya es hora de que ellos jueguen nuestro juego sin darse cuenta. Mientras yo esté moviendo los hilos en el Grupo Castillo, este imperio jamás caerá —dije, con firmeza.
En eso, intervino Luisa:
—Me imagino que tienes un plan en mente, señora Ana —dijo Luisa, con curiosidad.
—Así es. Es hora de debilitar a esa organización. Si es verdad lo que nos dijo el tío de Melisa, y lo que ella misma confirmó, de que hay algunos que no están a favor del plan contra mi familia, ¿por qué no hacer que se peleen entre ellos? —dije, con una sonrisa fría.
—Pero, ¿cómo, señora Ana? —preguntó Luisa, intrigada.
—Será de esta forma: les vamos a dar un golpe donde más les duela, que son sus finanzas —respondí, con determinación.
—¿Pero cómo lo harás? —preguntó Luisa.
—Ellos sacan todo su poder económico de sus negocios de contrabando de drogas y de armas. Vamos a poner fin a esos negocios. Eso creará una ruptura en esa organización, y eso hará que la maldita perra de mi madrastra sea llevada por la desesperación a cometer un error del cual voy a aprovechar para poner fin a su imperio de crimen —dije, con un tono frío y calculador.
En eso, intervino Nicolás:
—¿Cuáles son tus órdenes, jefa? —preguntó Nicolás, listo para actuar.
—Quiero que te pongas a averiguar en qué lugares guardan su mercancía. Cuando localicen esos lugares, destruyan todo sin dejar rastros. Y espero que no me falles, Nicolás, ya que te haré responsable de todo. ¿Entendido? —dije, con un tono firme.
—No fallaré. Verás cómo, con mi gente, cumpliremos todas tus órdenes, jefa. Dejaremos esos lugares en pura ceniza —respondió Nicolás, con determinación.