Narradora: Mhir Izbell
Han pasado dos días desde que Logan vino a ayudarme con Liyara, y para mi sorpresa, sigo pensando en él. No en el soldado problemático que desafía la autoridad ni en el paciente que se niega a seguir órdenes médicas, sino en la forma en que Liyara lo miraba, en esa sonrisa sin rastro de cinismo que le dedicó. Es irritante. No porque me moleste su presencia, sino porque no me gusta perder el control de mis pensamientos. Hasta ahora, lo había catalogado como un problema a manejar, alguien que necesita supervisión, pero nada más. Sin embargo, aquí estoy, buscándolo. Cierro el informe que intentaba terminar y dejo escapar un suspiro. No tiene sentido quedarme aquí perdiendo el tiempo cuando sé exactamente lo que quiero confirmar.
Lo encuentro en el área de obstáculos, compitiendo con Crips como si la vida fuera solo un juego. Por un momento, dudo en acercarme. Logan ya no parece el hombre que llegó a esta base con las manos manchadas de sangre y los ojos apagados. Aquí, en medio del calor y la adrenalina, se ve vivo.
—¿Interrumpo algo?
Ambos se detienen. Crips sonríe con diversión, pero Logan me observa con una expresión que no descifro de inmediato.
—Doctora Izbell —me saluda con ese tono que siempre lleva una pizca de burla—. ¿Tan pronto te preocupas por mí?
—Trabajo, como siempre —respondo, cruzándome de brazos—. Y quería ver cómo estaban mis pacientes. Aunque parece que uno de ellos se ha recuperado demasiado bien.
Crips se ríe.
—Eso es cierto, doctora. Diría que Rhaben debería cuidarme a mí. Ya se le da bien fingir responsabilidad.
—Soy muy responsable —replica Logan con una sonrisa que no debería verse tan despreocupada—. Pregúntale a Liyara.
No esperaba que mencionara a mi hermana. Parpadeo un segundo, sin saber qué responder. Antes de que pueda decir algo, una voz aguda y llena de veneno interrumpe la escena:
—Qué conmovedor —dice Kim, apareciendo con los brazos cruzados y una ceja arqueada—. Nuestro querido Rhaben, el devorador de hombres, ahora es niñero y causa humanitaria. ¿Qué sigue, Logan? ¿Abrirás un orfanato?
Su comentario es mordaz, como si se burlara de su relación con Liyara, pero hay algo más profundo en su tono, algo que no suena a simple sarcasmo sino a molestia. Logan inclina la cabeza, su sonrisa desafiando la burla de Kim.
—Pensé en llamarlo Refugio Rhaben para Criaturas Perdidas, pero suena muy pretencioso. ¿Qué opinas?
Kim le lanza una mirada afilada antes de centrar sus ojos en mí.
—¿Y tú, doctora? ¿Vas a agregar "niñera oficial de Logan" a tu lista de responsabilidades?
Su forma de hablar hace que me tense. No me agrada cómo lo dice, como si me reclamara algo.
—No tengo tiempo para niñerías —respondo, con frialdad—. Solo verificaba que mi paciente no se estuviera sobreesforzando.
Kim sonríe de medio lado, pero sus ojos no muestran diversión real.
—Claro —murmura, y se vuelve hacia Logan—. Tienes suerte, Rhaben. No cualquiera consigue la atención médica personalizada de nuestra querida doctora.
No espero respuesta de Logan. No la necesito. Kim acaba de marcar territorio sin decirlo en voz alta.
—Si me disculpan, tengo trabajo —digo, y me giro para marcharme.
Pero no avanzo mucho. La atmósfera cambia al instante. No necesito mirar atrás para saber quién está aquí. Su mera presencia altera todo, como si la gravedad se hiciera más densa.
—Interesante escena —dice la voz profunda de Krauther—. Rhaben, te veo perdiendo el tiempo. Espero que no olvides por qué estás aquí.
Logan se yergue. Un leve destello desaparece de sus ojos por un segundo.
—No lo olvido, General.
Krauther avanza despacio, como un depredador midiendo a su presa. Su mirada va de Logan a mí.
—Dígame, doctora, ¿qué opina del progreso de nuestro activo?
Activo. No una persona. No un soldado. Solo una herramienta.
—Está recuperándose —contesto, controlando mi voz—. Ha mejorado su resistencia y la regeneración sigue estable. No hay signos de colapso celular.
Krauther asiente con lentitud.
—Bien. Porque si hay algo peor que un activo defectuoso, es un activo que cree que puede permitirse distracciones.
No hace falta que explique lo que insinúa. Lo entiendo a la perfección.
—No veo distracciones, General —digo—. Solo soldados manteniéndose en forma.
—No sea ingenua, doctora —replica Krauther, con tono firme pero sin agresividad—. Logan C. Krauther aún tiene mucho que demostrar antes de ser útil. Y cuando lo sea, será como debe ser.
Mi mandíbula se tensa.
—¿Y cómo debe ser?
Krauther sonríe un poco.
—Una herramienta eficiente o un descarte. Dependerá de él.
Silencio. Veo algo en los ojos de Logan que no suelo ver: no es ira, no es burla. Es... evaluación, como si midiera el significado de cada palabra de Krauther. Finalmente, el General se da la vuelta y se aleja. Antes de marcharse, suelta una última sentencia:
—Si sobrevive a lo que viene, puede que valga la pena.
Y se va.
Me quedo inmóvil en el campo de entrenamiento, sin saber qué pensar. Kim me dejó claro que no le agrada que pase tiempo con Logan. Krauther me recordó que, para él, Logan no es más que un experimento. Y Logan... solo permanece de pie, habiéndolo escuchado todo sin reaccionar. Pero cuando nuestras miradas se cruzan, veo algo en sus ojos. Algo peligroso. Algo que me dice que, tarde o temprano, tendrá que decidir si se quiebra... o sobrevive.
Esa misma tarde, cuando termino de ordenar los suministros en la enfermería, mis pensamientos siguen reproduciendo cada palabra de Krauther: "Una herramienta eficiente o un descarte." No me dejo atrapar por ellas, aunque su eco me retumba en la cabeza. Estoy acostumbrada a cargar con el deber sin dejar que me consuma. Al menos, eso intento.
Y entonces, alguien aparece en la puerta. Me giro y, para mi sorpresa, veo a Logan. No exhibe su actitud desafiante o el desinterés de siempre. Está apoyado contra el marco, observándome.
—¿Vienes por medicación? —pregunto sin alzar la vista de mi trabajo.
—No, doctora —responde, con un matiz burlón—. Solo pasaba a ver si sigues aquí encerrada, intentando salvar al mundo un paciente a la vez.
Suelto un suspiro y termino de acomodar el último frasco. Luego me vuelvo hacia él.
—No pretendo salvar al mundo, Logan. Solo hago mi trabajo.
—Ajá —dice, como si no me creyera—. Y supongo que "tu trabajo" implica cargar con todos en esta base, como si fuera tu responsabilidad personal.
No respondo. Porque, en cierto modo, tiene razón.
—Alguien tiene que hacerlo —contesto al fin.
—¿Y quién dijo que ese alguien tenías que ser tú?
Me quedo callada.
Logan entra en la enfermería y se sienta en la camilla más próxima, como si fuera su sofá personal. Parece más joven, menos marcado por la guerra y la crueldad de Krauther.
—Dime algo, Mhir —dice, con ese tono que siempre suena como si fuera a soltar un chiste a costa de alguien—. ¿Alguna vez has tratado de... no preocuparte tanto?
Le lanzo una mirada.
—¿Como tú?
Él sonríe, pero hay algo distinto en sus ojos.
—Exacto. ¿Has considerado esa técnica revolucionaria de afrontar la vida a base de sarcasmo, cinismo y una negación saludable?
—"Negación saludable" —repito con escepticismo—. Eso suena contradictorio.
—Lo sé —admite con un encogimiento de hombros—. Y funciona a la perfección.
No puedo evitar soltar un bufido ante su lógica absurda.
—Logan, yo no... —Me detengo. Porque lo que estoy a punto de decir no es cierto. "Yo no cargo con el peso del mundo." Pero lo hago, siempre lo hago, mi hermana, mis padres, los cadetes. No puedo evitarlo.
Él me observa, y noto que su mirada ya no tiene desafío. No hay burla. Solo reconocimiento. Como si viera en mí algo que también ve en él.
—Mira —dice por fin, inclinándose un poco hacia adelante—. No digo que ignores la vida y finjas que todo está bien, pero... —hace un gesto con la mano—, si sigues cargando todo sola, algún día vas a colapsar. No eres un maldito Atlas, Mhir. No tienes que sostener el mundo entero.
Su tono parece ligero, pero lo que dice no lo es. Por un instante, no sé cómo responder. Porque nadie me lo había dicho de esa forma, mencionando este problema como si fuera un chiste.
—Y tú tampoco, Logan —susurro, clavando mi mirada en él.
Es mínimo el cambio en su expresión, pero lo veo. No lo esperaba. No esperaba que le devolviera sus propias palabras.
—Yo estoy bien —insiste, con ese matiz indiferente.
—No —respondo, cruzándome de brazos—. No lo estás. Y lo sabes.
El silencio se hace tenso. Parece que está a punto de negarlo, pero en lugar de eso, exhala con fuerza y se recuesta en la camilla, mirando al techo.
—No sé qué demonios quieres de mí, Mhir —dice con un tono más apagado—. No sé hacer esto. No sé vivir sin sentir que, en cualquier momento, todo se va a ir a la mierda.
Sus palabras son crudas, demasiado sinceras para alguien que usa el sarcasmo como escudo.
—No tienes que saberlo —respondo en voz baja—. Solo... deja de fingir que no te importa.
Nos quedamos callados un momento.
—No sé, doctora —dice, volviendo a un tono más liviano—. Prefiero mi estrategia. El cinismo es un gran anestésico.
—Hasta que deje de surtir efecto —replico.
Logan suelta una risa breve.
—Tal vez. Pero mientras dure, me va bien.
Hay algo en su voz que me dice que no lo cree del todo. Decido no presionarlo más. Lo observo un segundo, luego doy media vuelta y empiezo a ordenar el equipo en la mesa.
—¿Te quedarás aquí toda la noche o tienes algo mejor?
—Hmm... —se lleva la mano a la barbilla, como si lo pensara—. Podría quedarme, observando cómo frunces el ceño con cada frasco... pero tengo una idea mejor.
Lo miro, arqueando una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
Él se levanta de la camilla y me lanza una de esas sonrisas diseñadas para sacarme de quicio.
—Hacerte fruncir el ceño en otro lugar.
Antes de que pueda responder, sale por la puerta.
—Descansa, doctora —dice por encima del hombro, con ese tono burlón que me altera—. No cargues con todo sola. Deja algo para mañana.
Y desaparece.
Me quedo en la enfermería, sin saber si quiero matarlo... o, en el fondo, lo entiendo demasiado bien.